A la sombra de un león: Vive la cultura en el Maule – Brenda Sandoval

En el corazón de la zona central de Chile, ¿qué late exactamente? ¿Un corazón? Sí. Un corazón. Nos deja tranquilos la frase para un folleto turístico. Pero la pregunta sigue ahí. Si eso es cierto, ¿cómo es ese corazón? Una pregunta demasiado difícil para estos tiempos en que ya ni siquiera la palabra paradigma está en boga.

Cambiemos la perspectiva. ¿De quién es ese corazón? En época de indignados, la pregunta parece ingenua. Pero duele. A algunos maulinos nos duele. Porque la ruralidad nos duele. Porque el vaso de vino tinto con harina tostada nos está doliendo en este rincón donde nos ilumina un foco fresnel última generación mientras del otro lado, otros con agua purificada en el vaso reflexionan sobre nosotros, nos escudriñan, recuerdan compromisos, suspiran la costa bañada por el tsunami y las fotos que subieron a Facebook del último veraneo en la cordillera de Vilches. Y preparan el cheque que recibirá otro para que piense, sienta y hable lo que seguramente nosotros pudimos pensar, sentir y hablar en ese momento.

El terremoto que vivimos develó algunos hechos. El adobe chileno es una imagen, no un material de construcción. La habitabilidad rural puede ser recubierta por plástico con polímero de alta densidad y zinc. Los índices de desarrollo del país nos permiten ir y volver de Santiago a esta ruralidad en cuatro horas. Atendiendo a los índices de la OCDE, del BID y el FMI, los maulinos pueden y deben recibir cultura.

Y se vienen las caravanas de reconstrucción cultural, los talleres, las intervenciones, las ocupaciones de espacios públicos. Y las preguntas. Encuestas. Estudios. Tesis estudiantiles y académicas para enarbolar la taxidermia de la cultura que es digerida por los maulinos.

En medio de ese bullicio, ¿estamos aún a tiempo de indignarnos por esto? Claro. Y no solo con un “me gusta” y mano con dedito arriba. Indignarnos en la acción.

¿Cuánta de esta cultura consumida se sembró y cosechó en el Maule? ¿Cuánta de esta cultura iluminó la mirada del Maule? Es verdad. No es culpa del terremoto. El centralismo es una de las huellas mejor protegidas de nuestro pasado hispánico colonial. Y total. Estamos tan cerca de la capital que se puede reducir los costos haciendo unas cuantas presentaciones artísticas con grupos de primer nivel que residen en Santiago y pueden viajar al Maule por el día, por un fin de semana, y hacer intercambio cultural. Es tan buena la fórmula que la replicamos. Se financia la producción de una única entidad calificada, para que viaje por el día y lleve una intervención cultural a las ciudades apartadas de la región haciendo florecer al Maule. Resultado: veintitantos alcaldes felices pues se ahorran la relación contractual con un funcionario exclusivo para el desarrollo cultural de la comuna. Las estadísticas no mienten. “Nos trae cultura cada vez que necesitamos. Nosotros pagamos los gastos de traslado, alimentación, difundimos, instalamos escenario, cerramos las calles, ponemos las sillas, el público aplaude y hasta seis meses más”.

Esto no tiene nada de novedoso. Durante un largo período de nuestra historia la cultura estaba en voz de quienes llegaban de la Madre Patria. Luego fue el reducto de quienes ansiaban volver a recorrer la ciudad de las luces y tomar café frente a la Torre Eiffel bañados en la resplandeciente luminosidad de una ciudad culta de verdad. En los años noventa, la llave de la cultura estuvo en manos de quienes habían pasado por las aulas universitarias de Barcelona. Por eso, hoy, nos parece normal que en la cultura chilena lata un corazón catalán. Que en la cultura provinciana lata un corazón santiaguino. Y que en la cultura rural del Maule lata un corazón talquino.

Pero ¿es que será siempre la cultura eso que alguien nos viene a develar? ¿No existe una cultura maulina con corazón propio?

Sí, existe. Pero no tiene concepto, le falta academia. Tiene olor a leña, es reseco, le sobra hollejo. Parte con las veranadas, no está ante el ojo del turista. Y en cultura nos sobran los turistas, aquellos que se acercan lo suficiente para la foto, y con la distancia necesaria para no ensuciarse ni quedar impregnado del olor a campo.

Por eso quizás no alcanzan a ver que en Sagrada Familia, junto con la subida del río sube una propuesta teatral seria, sin número de espectadores, sino con calidad de audiencia. No llenan formularios, enseñan a leer teatro. Solo quien tiene tiempo fuera de un tour all inclusive cultural, puede llegar a donde se ha creado un auditorio natural, lejos incluso del poblado. Quien quiera ver teatro debe caminar, subir el cerro, esperar que oscurezca. No se ofrece teatro junto al patio de comida. La voz y el gesto se sustentan por sí mismos. No hay estadística.

 

 

Brenda Sandoval.[1]Diplomada en Gestión Cultural, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y Universidad de Chile; Gerente y Directora de Producción, Corporación Cultural Municipalidad de Curicó.

References
1 Diplomada en Gestión Cultural, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y Universidad de Chile; Gerente y Directora de Producción, Corporación Cultural Municipalidad de Curicó.