Editorial – Observatorio Cultural

En el mundo actual, vertiginoso y globalizado, la música nos remite mágicamente a la posibilidad de retornar a un espacio y tiempo demarcados por las posibilidades de nuestra identidad. Nos permite, además, el acceso a un lugar en que somos más que unidades aisladas y nos hacemos parte de un colectivo. Porque la música es, entre otras cosas, una zona de libertad en donde cada uno es protagonista de un proceso creativo compartido.

Una canción nos regala la opción de asignar sentido a nuestra vida y enriquecer nuestra mirada sobre ella, con la certeza de que allá afuera, alguien más nos entiende. Atesoramos esos relatos musicales, letra y música, que en esa relación se vuelven únicos y personales, con la particularidad de ser a la vez referencia histórica y emotiva.

El presente número del Observatorio Cultural está, en gran medida, dedicado a la música y al patrimonio musical. Nuestra Margot Loyola, a quien dedicamos uno de los artículos, decía que lo que el pueblo hacía suyo, ella también lo hacía propio. Esto, para referirse a lo que ella valoraba como tradición. En otras palabras: el espacio de mediación para hablar de tradición es el pueblo y esto a su vez se relaciona con el respeto que ella profesó por el mundo popular.

La tradición es un elemento base de lo que entendemos por patrimonio; detalle no menor si nuestro foco hoy está puesto sobre el patrimonio musical. Ese respeto por el legado musical es, a su vez, el respeto por el pueblo y su memoria. Es el gesto que nos permite la existencia en ese lugar íntimo y colectivo, conjugado a través de la metáfora inconmensurable de la música popular.

Es por ello que hoy sentimos, más que nunca, que el restablecimiento de la memoria y el patrimonio musical es tarea del Estado. Por supuesto: es una labor de todos, que refulge en cada uno de los contactos cotidianos con el arte musical. Dentro de ese continuo —análogo a la particular inmensidad de nuestro paisaje sonoro— nos sentimos responsables de disponer de todos nuestros esfuerzos para servir, al menos, como un vehículo de esa permanente misión.

Educar a través del patrimonio y atesorarlo es una clave de pertenencia, y uno de los espacios privilegiados de nuestro presente para que un pueblo hable desde su propio sitio y ponga en escena los afectos de las comunidades que allí se construyen. Es voluntad del Consejo de Fomento de la Música Nacional, entonces, completar la tarea iniciada durante el 2015 para la definición clara y útil de una política que permita el desarrollo de la música nacional, cuyo aporte se extenderá desde este año y hasta el 2020.

Es en esa política donde se recogerán las necesidades planteadas por los participantes de este inmenso proceso de construcción, que se realiza a lo largo del país. Como secretaría ejecutiva estamos desarrollando esta tarea, por supuesto, con nuestro mayor esfuerzo; uno que sea coherente con todas esas voces, con las comunidades e historias, con la magnitud de este sentido colectivo generado por nuestro invaluable patrimonio musical.

 

Cristian Zúñiga Lucero
Secretario Ejecutivo del Fondo de Fomento de la Música Nacional