Reseña bibliográfica: Historia del libro en Chile: desde la Colonia hasta el Bicentenario – Sebastián Astorga

Historia del libro en Chile. Desde la colonia hasta el Bicentenario
Bernardo Subercaseaux
2010, Lom Ediciones, 337 páginas.

 

Se suele argumentar que la distinción entre prehistoria e historia humana encuentra su umbral en la invención de la escritura, cuestión discutible, por cierto, pero potente y expresiva como idea. Este extraño invento y práctica, desde su emergencia, marcará el curso de la historia. La escritura estará ligada al poder: los mandamientos escritos sobre piedra, la contabilidad, la demarcación de las tierras, los libros sagrados, los títulos de propiedad. La escritura es una herramienta de marcaje, instala la ley, y en su reverso –y ahí su alucinante magia– pervierte la ley o crea nuevas posibilidades de la misma.

El poseer esta herramienta será clave en todo proceso de control y aprendizaje, por ello se instalará como asunto primero en el proceso educativo de las sociedades democráticas. Leer es interpretar y con ello tiene cabida el concepto de libertad.

En el largo medioevo, una máquina que posibilita la rápida reproducción de textos e imágenes movilizará toda una revolución cultural. La imprenta de tipos móviles inventada por Gutenberg, un herrero alemán, hacia el 1450, revolucionará la temporalidad en la producción de un libro. Si antes un copista podía demorar hasta 10 años, esta nueva máquina podía hacer varias copias en menos de la mitad del tiempo que el más rápido de los copistas. El primer trabajo de Gutenberg fueron 150 biblias. Otro alemán, Lutero, traduciría luego la Biblia a su lengua. La reproducción masiva del libro lo desmonopolizó, permitió su lectura y su interpretación y con ello un cisma en el núcleo mismo de la Iglesia.

En Chile, y con esto se entra de lleno en el importante trabajo de Subercaseaux que hoy se revisa, la primera imprenta de tipos móviles llegó recién en 1811 (a Ciudad de México en 1540, Lima 1581, La Habana 1701, Buenos Aires 1780). Proveniente desde Nueva York e impulsada por el gobierno de Carrera la primera imprenta, llamada la máquina de la felicidad, será el signo de una nueva era, una era luminosa en contraposición a la Colonia que, según palabras de Manuel de Salas “nos mantuvo en la oscuridad y la miseria”. La primera producción de esta imprenta: La Aurora de Chile.

La historia material y la de las ideas van indefectiblemente entrelazadas, “alma y cuerpo” como lo entiende Subercaseaux para el objeto libro. La producción material del mismo, las tecnologías asociadas, las cadenas de producción artesanal y profesional, los canales de distribución, la promoción estatal y privada y las prácticas de lectura, serán una fotografía del espíritu de una época. La historia del libro en Chile, desde la Colonia hasta el Bicentenario, nos sitúa, analítica y críticamente, en el campo de la producción cultural chilena, del tráfico histórico de las ideas, de las estrategias de acción de las empresas editoriales artesanales o industriales, de las políticas públicas ligadas al fomento y control del emprendimiento editorial y de las prácticas lectoras o no lectoras según las preocupantes estadísticas contemporáneas.

Como se explicó, la producción nacional e industrial de libros se impulsará recién en la primera década del siglo XIX, a manos de la naciente república y el espíritu ilustrado de la misma. El libro será portador de la idea de progreso y libertad. Esta matriz ilustrada se mantendrá hasta el presente a pesar de los radicales cambios sociales ligados a las nuevas tecnologías, la televisión, el internet y la cultura de masas. Cómo sobrevive y se reinventa el libro, es parte de la aventura narrada por Subercaseaux y que se revisa someramente aquí.

Será desde los años 40 del siglo XIX cuando se instalarán los verdaderos cimientos para la formación de una sociedad lectora: la fundación de la Universidad de Chile (1842), la Escuela Normal de Preceptores (1849), la Escuela de Bellas Artes y el Conservatorio de Música (1851), la creación de bibliotecas populares ligadas a las principales escuelas fiscales de provincias. La instrucción irá ligada a los libros como vehículo insustituible del pensamiento. Esta valoración social del libro y la lectura irá a la par de la valorización del libro en sí, como objeto de posicionamiento social: leer y escribir era bien visto. Poseer libros era un signo de estatus. Con el aumento de las capas medias urbanas, el libro y en especial el folletín y la novela, experimentarán un importante auge. Sin embargo, demorará prácticamente un siglo en instalarse una industria propiamente tal.

Qué se lee y cómo se lee es otro de los interesantes ejercicios de historización e interpretación psicosocial que Subercaseaux instala en este trabajo. Ejemplo de ello es el fundamental paso de una lectura intensiva, es decir, que se leía siempre lo mismo, dada en tiempos de la Colonia, como lecturas piadosas para oficios y rezos; a una lectura extensiva, lectura silenciosa y abierta en sus temáticas y mundos posibles. En cuanto al consumo cultural moderno, entrega un mapa de los distintos escenarios de principios del siglo XX: el circuito cultural de la élite ligado a la ópera y el consumo de libros importados; el circuito cultural de masas y capas medias, ligado a la zarzuela, el libro folletín y las novelas tardorrománticas, así como libros técnicos, educativos o funcionales; el circuito de la cultura popular que ve su producción editorial en la Lira.

Así como el mapa de lectura de este siglo que comienza: nuevas tecnologías, lectura fragmentada, el libro digital, el libro ligado a fenómenos comerciales del tipo Harry Potter.

Subercaseaux habla de una época de oro del libro que sitúa desde 1929 hasta el 50. El cierre de fronteras económicas producto de la crisis restringirá la importación de libros estimulando la producción nacional, esta coyuntura internacional traerá además consigo una importante inyección de recursos humanos y capital cultural principalmente de españoles exiliados y refugiados de la Guerra Civil. Chile se perfilaba ejemplarmente en cuanto a una superación del Estado oligárquico por una política social liderada por los sectores medios con ideas ilustradas. En los años 40 también se apreciará una consolidación de la figura del editor y de la editorial en sentido moderno, cuya actividad, más que la mera impresión de libros, es planificar, crear formatos, colecciones y líneas de producción de libros, creando con ello nuevas comunidades de lectores. La misión de estos editores será, en palabas de Subercaseaux, “hilvanar plenamente el alma con el cuerpo del libro” (p. 116).

Zig-Zag (1905) y Ercilla (1928) serán las empresas editoriales más relevantes de este período, pudiéndoseles entender plenamente como industrias culturales, en cuanto producen bienes culturales en serie y están atentas al mercado y lo perfilan. A estas empresas, que tendrán proyección hispanoamericana, se les suman otras como Nascimento, Universitaria y Del Pacífico. Así también, fruto de esta bonanza en el mundo editorial, surge en 1938 la Asociación de Editores, que luego se fusiona con la Cámara del Libro, formando lo hoy se conoce como la Cámara Chilena del Libro.

Esta evolución se verá frustrada pasando los 50. Los mercados europeos recobran su normalidad y la industria española, como la argentina y la mexicana, apoyándose en políticas de fomentos estatales, incursionan en el mercado hispanohablante entrando en el propio mercado chileno: durante el período de 1950 a 1970 Chile es el principal consumidor del libro argentino. “La industria chilena del libro, al no contar con el amparo de una política de fomento y siendo más bien una actividad castigada (sobrecarga impositiva, insumo fundamental en manos de una empresa oligopólica, importación indirectamente subvencionada, etc.) entra en una etapa de franco decaimiento” escribe el autor (p.162).

Cómo se explica entonces que un Estado interventor, docente, desarrollista e integrador y una sociedad política e intelectual no haya plasmado una legislación de defensa y promoción del libro nacional.

Subercaseaux lo explica bajo la metáfora del cuerpo y alma del libro, donde hay un desfase comprensivo en las capas sociales recién nombradas. Se lo concibe como alma, como un deber ser, como idea y pensamiento, pero se le desconoce como cuerpo: como producto industrial y materia exportable. Pasando por el experimento notable de Quimantú –durante la Unidad Popular–; una larga dictadura con su consecuente apagón cultural; la definitiva instalación del libre mercado y la cultura de las comunicaciones y luego de más de veinte años de democracia, el problema sigue siendo el mismo.

En las dos últimas décadas se forman, por un lado, los conglomerados editoriales internacionales con una lógica principalmente financiera; mientras que por otro lado, hay una profusión notable y quijotesca de editoriales independientes que difícilmente pueden constituirse como industria y que, contra viento y marea, promueven la bibliodiversidad, la expresividad y creatividad que se genera en las distintas capas de nuestra sociedad, manteniendo catálogos de interés crítico y social mucho más allá del lucro. Dentro de estas últimas, Subercaseaux destaca especialmente a LOM por su estrategia político-económica de abordar todos los puntos de la cadena del libro: imprenta propia (y digital), librerías, plasticidad en los canales de venta, red de distribución, y, por cierto, un equipo editorial.
Si bien hoy se cuenta con una Ley del Libro (Ley 19.227, promulgada el año 1993) que crea un Consejo representado por los actores claves de la cadena del libro y que promueve políticas de fomento a la industria, a la creación y a la lectura; así como la coordinación de instituciones como ProChile para la exportación y de MINEDUC y de la Red de Bibliotecas de la DIBAM, estas son aún insuficientes en cuanto al desarrollo integral -cuerpo y alma- del libro y de una sociedad lectora. La producción de libros, según el registro ISBN de la Cámara Chilena del Libro, ha ido en un aumento de 15 % por año desde la promulgación de la ley, al mismo tiempo los estudios sobre comprensión lectora son alarmantes en cuanto a la comprensión lectora y el número de lectores.

Comprender esta dualidad es la clave que Subercaseaux insiste en hacer presente: la historia material y espiritual, cuerpo y alma del objeto libro. Profusión de las ideas e industria sustentable. Producción de libros y producción de lectores. Trabajar este engranaje será de vital importancia para la salud de nuestro preciado y fundamental objeto, así como de una sociedad donde la cultura y la promoción de la creatividad sea un bien preciado. El trabajo de Subercaseaux ­rico en datos y en reflexiones críticas permite mirar con perspectiva las diferentes apuestas que en torno al libro se han realizado desde la Colonia hasta hoy y así, iluminar este campo e inspirar nuevas formas de acción.

 

Sebastián Astorga.[1]Psicólogo. Coordinador de concursos y premios literarios del Consejo Nacional del Libro y la Lectura.

References
1 Psicólogo. Coordinador de concursos y premios literarios del Consejo Nacional del Libro y la Lectura.