Reseña bibliográfica: En la ruta digital. Cultura, convergencia tecnológica y acceso – Soledad Hernández Tocol

En la ruta digital: cultura, convergencia tecnológica y acceso
Secretaría de Cultura de la República de Argentina, 2012

 

“La cultura digital es la cultura de la participación”. Esta idea es analizada especialmente en el último ensayo de este libro donde se revisan tensiones que pueden dificultar o facilitar que esa misma frase sea posible. Tensiones en el ámbito de los derechos de autor, el acceso, la privacidad, la economía y especialmente en el rol del Estado como regulador de la concentración y la exclusión en la producción y distribución de contenidos digitales.

Se sabe que la tecnología ha cambiado rápida y constantemente la forma en que compartimos nuestras culturas y la manera en que se crean, distribuyen y adquieren productos artístico-culturales. Lo que ofrece este texto, a pesar de que es necesario leerlo considerando su origen gubernamental, es conocer más detalles sobre estos hechos desde la perspectiva de un país más parecido a Chile que los recurrentemente citados en estos temas.

“En la ruta digital. Cultura, convergencia tecnológica y acceso” es una publicación de La Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación en Argentina. Fue presentado en septiembre de 2012 por la Dirección Nacional de Industrias Culturales de ese país. Debido a su origen en un organismo estatal que se ocupa de la industria cultural, este libro es bastante explícito en proponer una política para potenciar la regulación pública de la red. Ensayos de quince especialistas abordan el rol de la tecnología en la generación y apropiación de procesos culturales: nuevos modelos de negocio; nuevos roles de las telecomunicaciones y los usuarios; alertas para los derechos de autor; el potencial aporte de la red para aumentar la segregación o, por el contrario, su potencial estímulo para la generación de espacios que hagan visible la multiculturalidad y convertirse en un “bien público”; etc.

Algunos ensayos sobre nuevas tecnologías, industrias y multiculturalidad presentan ideas destacables por su controversia, sus estadísticas y las preguntas que se hacen los autores.

Por ejemplo, Natalia Calcagno y Francisco D’Alessio exhiben diversos datos para cuestionar si realmente han sido perjudicadas las industrias culturales a través de la piratería digital. Además, destacando como ejemplo que “la música ha sido históricamente el paradigma en cuanto a las transformaciones que la tecnología va imponiendo en los modelos de negocios” (p.25), se preguntan por qué, si estas transformaciones derivadas del avance tecnológico son una experiencia frecuente, las industrias audiovisual, editorial y musical se siguen sorprendiendo y preocupando.

Aunque el 82% del comercio mundial de bienes culturales está en manos de países desarrollados (Unctad, 2008), el texto de Alejandro Artopoulos aborda las ideas de la sociedad del conocimiento pensando en las oportunidades para los países en desarrollo. Optimista, cita a Richard Florida y su “clase creativa”, deteniéndose en el mercado argentino audiovisual y en el sector de los videojuegos. Siguiendo la línea argumentativa del libro, propone que “el descubrimiento de las capacidades creativas locales” sea una política de Estado en las industrias más avanzadas y cita casos de países como Canadá, Francia y Finlandia que realizaron acciones orientadas a este objetivo.

Por último, Luis Lazzaro se preocupa de que dentro de los contenidos digitales se cuide lo local frente a lo global. El desafío, dice, sería “apropiar la convergencia para habitarla con la propia identidad.” (p.71). Acerca de un tema similar escribe Eliane Costa, quien a través de una experiencia de política cultural para el contexto digital en Brasil, se refiere a los nuevos protagonistas que genera la tecnología y a la aparición de una “inteligencia colectiva”, citando a Pierre Lévy. A pesar de usar este concepto, la autora recuerda que sólo un tercio de la población mundial tiene acceso a internet, según World Stats, y muchos aun teniendo acceso, presentan dificultades para usarla. Por ello, vuelve a insistir en que hay que desarrollar políticas públicas para tener más más sitios web como www.indiosonline.net o www.visoesperifericas.org.br, y hacer de la inteligencia colectiva una realidad.

Si bien todos los textos buscan aportar en esta potencial política pública sobre la cultura digital argentina, cada uno se dedica a temas más o menos específicos que pueden ser de mayor interés para administradores públicos, abogados, historiadores, ingenieros, empresarios, u otros lectores en particular:

  • Jorge Coscia presenta, desde su cargo como secretario de Cultura de la Presidencia de la Nación, varios ejemplos y su visión del rol del Estado en Argentina destacando el quehacer de su gobierno actual.
  • Damián Loreti dedica su texto a profundizar en los derechos de los trabajadores que proveen de contenidos digitales. Sobre un tema parecido escribe Pablo Ladizesky cuando se refiere al “uso justo” y la punibilidad, es decir, los derechos culturales comunitarios y el legítimo derecho de cada autor.
  • Martín Becerra y Karina Luchetti se detienen en cómo la concentración en internet es no sólo económica sino también geográfica y temática. Idea que da pie para continuar con la compleja idea del papel regulador del Estado. Citando el caso de Finlandia, declara “la necesidad de regular el acceso a Internet, de modo abierto, como derecho ciudadano” (p.82).
  • En una mirada más ligada a la historia, María Iribarren recorre desde los años 50 hasta hoy señalando hitos que mostraron por dónde venía la novedad tecnológica y su consecuente impacto económico y cultural.
  • Martín Groisman critica el afán de hiperconectividad y la sobrevaloración de lo nuevo como exacerbación del consumo. Su discusión deriva en los nuevos sistemas de producción, distribución y consumo y la posibilidad de que la información circule gratuitamente como el software libre.

 

Roberto Igarza cierra el libro asegurando que no son intercambiables los conceptos de acceso a internet y participación ciudadana. Aunque internet contenga “el mayor repositorio de representaciones y expresiones culturales de la historia” (p.154), eso no significa una participación múltiple si no hay una ciudadanía preocupada de que esto ocurra. Y termina recordando al lector que la Cultura Digital es más un escenario que un contenido y más un movimiento que un estado, porque “reconstruimos nuestra cultura a medida que reconstruimos nuestras herramientas” (p.153).

La publicación puede descargarse gratuitamente desde el Sistema de Información Cultural de la Argentina (SinCA): http://sinca.cultura.gov.ar

 

Soledad Hernández Tocol.[1]Máster en Administración de Arte y Políticas Culturales por la Universidad de Londres, Goldsmiths. Magíster en Gestión Cultural por la Universidad de Chile. Licenciada en Estética y Periodista. … Continue reading

References
1 Máster en Administración de Arte y Políticas Culturales por la Universidad de Londres, Goldsmiths. Magíster en Gestión Cultural por la Universidad de Chile. Licenciada en Estética y Periodista. Asesora Gabinete Ministro, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.