Hacia una historia cultural de la desigualdad en Chile – Alberto Mayol

1. La concentración de poder: mal necesario o bien divino

La desigualdad en Chile aparece en nuestra historia como un atavismo, como un problema sin solución. Las manifestaciones de 2011 dejaron en evidencia la injusticia social cuyo fundamento clave es la desigualdad en el acceso a recursos (dinero y poder, esencialmente). El carácter aparentemente irresoluble no es verdaderamente resultado de ningún destino atávico. Chile ha tenido procesos de mayor igualdad en su historia,[1]Con la Reforma Agraria y la nacionalización del cobre, por ejemplo, donde la distribución de recursos y el fortalecimiento de instancias de transferencia de poder a la ciudadanía marcaron una … Continue reading aunque escasos; predominando siempre las dinámicas en las que aumentaba la desigualdad. El hecho que las desigualdades sean históricas no fundamenta ni justifica su persistencia. Como suele ocurrir, el problema de la continuidad de la desigualdad no sólo es grave por el hecho mismo de la reincidencia, sino que además genera la malsana costumbre y la consecuente normalización de hechos, efectos que redundan en que la sociedad finalmente deja de combatir porque deja de sentir los hechos recurrentes como problemáticos. Es lo que ha acontecido con la desigualdad, normalizada, institucionalizada, defendida. Por ejemplo, el ciclo político y económico que va desde 1985 hasta la fecha ha demostrado ser incapaz de reducir la desigualdad y ha sido insensible a ella, siendo su foco la reducción de la pobreza. De hecho, ha sido la tendencia dentro del modelo económico traducir la problemática de la desigualdad como si fuera el problema de la pobreza. Sin embargo, ello no es así. La desigualdad es un mal muy diferente, con consecuencias de otra índole y con efectos que, aun cuando son menos urgentes que los resultantes de la pobreza, son más estructurales.

Uno de los factores decisivos a la hora de comprender la desigualdad en Chile es la permanente justificación cultural de la importancia de conservar ciertas concentraciones de poder (político o económico) en ciertos grupos específicos, siempre pensando en el bien del país. Desde el poder militar para conservar el orden, el poder eclesial para conservar la moral, hasta el poder de la clase política para preservar la estabilidad; Chile ha estado atravesado por hipótesis que justifican la acumulación de recursos como condición para la civilización. La ciudadanía ha sido vista como fuente de caos, animalidad, instintos, frente a la sabia razón que inspiraría a los grupos dominantes.

No obstante que en un nivel de análisis hay persistencia de los rasgos que caracterizan la cultura de la desigualdad en Chile, no es menos cierto que las diferencias entre las distintas matrices culturales han sido sustantivas y, todas ellas, plantean diferentes rutas de transformación y desafíos distintos en el ejercicio de lograr el imperativo a esta alturas ineludible: reducir la desigualdad en Chile e integrar a los ciudadanos en las distintas dimensiones de la sociedad (política, normativa, cultural y económica). El carácter indispensable de construir una sociedad igualitaria redunda del conjunto de males sociales vinculados a los procesos de incremento de la desigualdad.

 

2. Tres matrices culturales en la cultura política y económica

Las matrices culturales que han disputado hegemonía en Chile han sido fundamentalmente tres. Dos han tenido éxito, una sólo consiguió convertirse en un proyecto. La primera e históricamente más fuerte es la matriz cultural hacendal (que fue derrotada políticamente con la Reforma Agraria, pero que subsiste culturalmente en diversos aspectos en Chile). Aunque Chile se ha construido siempre como un país minero en su economía, el fundamento cultural del país se articuló en el valle central y específicamente en la cultura hacendal de ese valle. Chile entiende su identidad desde esta matriz. En lo aparente, la expresión de este orden cultural radica en el conjunto de actividades y costumbres que se consideran propiamente chilenas, aun cuando la cultura hacendal tiene en rigor esos rasgos como anécdota, ostentan rasgos mucho más relevantes. La segunda matriz, en términos históricos, será el esfuerzo por construir una cultura republicana, eso que en el lugar común entendemos como la cultura de clase media chilena. Esa cultura republicana, laica, institucional, con gran peso de la ley, adquirió en Chile rasgos de matriz simbólica en la relación de los ciudadanos con el Estado, pero no configuró realmente una matriz exitosa, pues nunca logró articularse en el día a día, en todas las relaciones sociales. De este modo, el ciudadano se configuró en la relación con el Estado y no en el vínculo entre ciudadanos. Sin carne cotidiana, esta matriz ha estado siempre sujeta a condiciones que le resultan externas y, por tanto, no configuró un proceso exitoso. Es entonces un sistema de valores, pero no se consumó como matriz cultural en sentido estricto. Finalmente, el arribo de la dictadura incorporará una nueva matriz. Y es que si bien el gobierno militar se sustentó en valores antes existentes (la importancia de la autoridad, el valor del orden social, el temor al caos, por ejemplo), su obra económica suponía la incorporación de una nueva matriz cultural capaz de construir la subjetividad capaz de habitar el neoliberalismo. Sin agotar todos los rasgos de esta matriz, podemos llamarla la cultura del emprendimiento.

Las dos matrices culturales exitosas en Chile (cultura hacendal, cultura del emprendimiento) tienen relevantes principios de legitimación de la desigualdad. Y la ruta cultural no exitosa, la cultura republicana, ostenta una variante que permite también incorporar la desigualdad como parte de su repertorio posible. Una revisión somera de las tres matrices mostrará la articulación de estas visiones con nuestra historia de desigualdad.

La cultura hacendal establece un pacto entre clases. La “solución” a la desigualdad está en no hablar de dinero. Es ésta una herida sangrante, su presencia en un sitio y su ausencia en otro es evidencia de injusticia. Frente a ello, la solución es la supresión del dinero en toda conversación. Los mecanismos elusivos para lograr pasar por el costado del dinero son tan intensos que incluso la contratación de personas para un trabajo se puede producir en el marco de la ficción de un favor (¿me ayuda con el problema en el pozo? ¿Usted sabe arreglar las llaves del agua?) El pacto de silencio y un proceso completo de moralización del dinero hacen asible la desigualdad como algo tolerable: la clase más alta solicita que no se impugne la estructura de poder, la clase más baja que no se ofenda mostrando la riqueza (“no se cuenta plata delante de los pobres”). La pacificación en el dolor es el camino recorrido.

La matriz del emprendimiento ofreció un nuevo bien de salvación. Los bienes de salvación son aquellas posesiones (visibles o fantasmagóricas) cuyo control implica algún grado de acceso a un mundo mejor. El emprendimiento se ha entendido como un aprendizaje de una nueva forma de relacionarse con la dimensión productiva. El empresario es modelo de conducta gracias a su emprendimiento y, en tanto tal, toda persona puede convertirse en emprendedor si sigue las reglas de esta conducta, independiente de su posición objetiva en la sociedad. Se puede ser asalariado y ser emprendedor, estudiante y emprendedor.

Al final, el emprendimiento está en la actitud, pero no es solo actitud, sino que es un aprendizaje y por tanto es un marco valorativo que debe ser elaborado como un proyecto para el país, los grupos y las personas. El emprendimiento adquiere tal evanescencia que finalmente es autoexplicativo: cualquier persona exitosa lo ha sido porque es emprendedor, porque ha combinado el esfuerzo, con la astucia, la toma de riesgos y quizás ha tenido suerte. Cualquier persona que fracasa quizás no ha aprendido suficiente de esta ciencia del emprendimiento. Lo que define al emprendedor, en definitiva, es la orientación a proyectos. En este marco, la desigualdad se entiende como un resultado lamentable, pero normal, de la lógica meritocrática. Los que no han sabido ser emprendedores, fracasan y quedan sumidos en la pobreza. A ellos se debe concurrir desde la caridad y desde el esfuerzo de introducir este hálito divino que permitirá que no cometan nuevamente los mismos errores. La desigualdad queda justificada porque se la entiende como un resultado operacional.

La variante chilena de la matriz republicana se fundamentó en un “pecado original” del republicanismo chileno. La república es instaurada por una oligarquía que, entre otros factores, gozaba de una fortaleza cultural enorme en medio de un país donde el siglo de las luces había pasado entre sombras. El siglo XIX chileno está marcado por sociedades literarias, por la Universidad de Chile, el Instituto Nacional, las escuelas normalistas, la redacción de las leyes, el diseño desde el positivismo de un país racionalista. Pero esta fuerza enorme en dirección de la razón, la ciencia, las artes y la religión al servicio de la república, tuvo (como decíamos) un vicio de origen. Se asumió que la ausencia de racionalidad y madurez de la sociedad chilena era tan brutal que, en tanto no fuera educada, la política no podía hacerse con la ciudadanía. Es decir, se postergó el ejercicio del poder deliberativo de los ciudadanos hasta nuevo aviso y, mientras tanto, se asumió que el control y diseño del país debía residir en las instituciones. “Dejar que las instituciones funcionen”, frase que transformó en emblema Ricardo Lagos, es un resabio claro de la forma autoritaria que adquirió en Chile el republicanismo. Los ciudadanos deben “dejar” su poder en otro sitio, es decir, prescindir de pronunciarse y ceder su acción a las instituciones y su funcionamiento. En vez de alimentar y construir instituciones cada día, debemos asumir que ellas son eternas e inmutables, siempre perfectas y por tanto los ciudadanos pueden prescindir de su libre albedrío gracias a un marco institucional que les trasciende y que guarda una sabiduría esencial. El ciudadano imperfecto retrocede (es decir, debe retroceder) ante la evidencia de un orden superior.

 

3. El malestar en las matrices culturales de desigualdad

Hay formas de malestar articuladas en el marco de la matriz cultural del Chile hacendal. Hay otras formas de malestar en el marco de una operación vital en el Chile contemporáneo, de integración vía consumo y Estado subsidiario. El nuevo Chile prometió la superación del dolor histórico, pero terminó en su fracaso y en la producción de nuevas formas de malestar que hirieron doblemente.

El malestar histórico en los chilenos radica en la sensación de minusvalía. El chileno se siente “pecador” en la dimensión económica: irresponsable, flojo, impuntual, improductivo. Dicho pecado se limpia “sacándose la mugre,[2]Rito con claras reminiscencias cristianas: sacarse la mácula, la mancha. trabajando, bañándose, ordenando la casa. La restitución ritual de la dignidad es lo que está en juego en ese rito. Ese malestar histórico establece una relación de delegación de las decisiones a otro lugar más allá de la ciudadanía, pues en ella (se asume) no está el espacio de realización de los sujetos individuales o colectivos. Por tanto, la minusvalía se transforma en fracaso político e incapacidad, que redunda en entregar todo a “algo” que funciona: las instituciones (y así se evita penar que se le está entregando a “alguien”).

El Chile neoliberal llegó con el sueño del emprendimiento y ofreció una superación sin reparación, mostrando un “atajo” que permitía no resolver la minusvalía anterior y al mismo tiempo superarla. Si no se llegaba a ser el trabajador responsable, entonces se podía ser el empresario, en forma de emprendedor (que es lo mismo, sólo que sin dinero). No sólo se limpiaba el pecado, era algo más: se llegaba al terreno de los mismos dioses que juzgaban a los pecadores. En medio de esto, la fantasía y las expectativas se multiplicaban, pero la satisfacción no tenía el ritmo de la esperanza. Cuando los sueños fueron desvestidos de sus ropajes originales y quedaron desnudos en forma de traición (abuso), el modelo neoliberal perdió su energía.

Se detecta la centralidad en el Chile neoliberal de la noción de abuso. Asociado a dicho concepto, se aprecia el diagnóstico de la impunidad en la relación entre “poderosos” y “débiles”. El dolor adquiere centralidad y permite otorgar al Estado y a los gobiernos un rol de protección y empatía que transita entre lo mesiánico y lo caritativo (y que desconoce la naturaleza política de las relaciones). El Estado subsidiario le dice a la ciudadanía que debe sufrir para ser sujeto de derechos. Sólo la víctima se convierte en ciudadano en sentido estricto y, por tanto, la tendencia es a declararse víctima. No sabemos si es una respuesta simultánea, anterior o posterior, pero la noción de víctima requerirá la de victimario. Y ante ello aparecerá el abuso como elemento a considerar. El abuso será el momento de conciencia de un orden económico en el que las diferencias de poder permiten generar rendimientos económicos para quienes tienen más poder, asumiendo que ese rendimiento es necesariamente en detrimento del que tiene menos poder. En definitiva, el modelo de negocio del orden económico es precisamente la desigualdad de poder político y/o económico.

Pensando desde una perspectiva histórica del malestar, la crisis de 2011 es una crisis muy relevante, pues la promesa neoliberal era superar las determinaciones históricas del modelo cultural hacendal. El nuevo modelo concentró nuevamente los recursos en pocas manos, pero con un fundamento y operación diferentes. La crisis planteada por los movimientos sociales en contra de diversas formas de injusticia marca una herida con todo un continuo histórico de concentración de poder que parece estar en una condición de cuestionamiento severo.

La cultura de la desigualdad en Chile no ha sido resuelta, pero sí está radicalmente impugnada desde las movilizaciones de 2011. Y el desarrollo de una mayor ciudadanización es una oportunidad para comenzar a resolver los problemas que el camino de la desigualdad ha producido.

 

 

Alberto Mayol.[3]Académico del departamento de sociología de la Universidad de Chile, amayol@uchile.cl.

References
1 Con la Reforma Agraria y la nacionalización del cobre, por ejemplo, donde la distribución de recursos y el fortalecimiento de instancias de transferencia de poder a la ciudadanía marcaron una evolución hacia una mayor igualdad.
2 Rito con claras reminiscencias cristianas: sacarse la mácula, la mancha.
3 Académico del departamento de sociología de la Universidad de Chile, amayol@uchile.cl.