La tardanza y la certeza del amor: la experiencia del tiempo mestizo en Violeta Parra – Maximiliano Salinas

Después hizo el firmamento
y el curso de los planetas,
cada cual tomó su vuelta
en su enorme giramiento,
hizo aquel bello portento, aves de precioso trino,
dispensando lo divino
el Señor de lo creado
el amor dejó situado
sobre ese poste un molino.
Rosa Lorca. “Por sabiduría” (Parra, 1965, pp. 34-36)
Es que existe, es que existe
El año, el año
para andar trayendo al anca a una jovencita
Una tierna jovencita
Existe, es que existe, es que existe
El tiempo y el tiempo
para andar trayendo al anca
Una tierna jovencita, una tierna jovencita
Para llevarla al anca.
Juan López Quilapan. “Ñuke kure”/”Esposa prima por línea materna” (Miranda, Loncon y Ramay, 2017, p. 95)
Introducción

El tiempo en las culturas populares constituye una experiencia histórica que se distancia y se aparta de la objetividad y del despotismo del tiempo lineal. El tiempo lineal impone la abstracción del poder que excluye y silencia: el régimen de historicidad que reproduce en el país las lógicas metropolitanas de la expansión noratlántica.

El tiempo lineal es una de las formas posibles del tiempo social, que solamente se impuso, en cuanto sistema único de recuento, en la región cultural europea. […]. En la ciudad europea comenzó, por vez primera en la historia, “el aislamiento” del tiempo como forma pura, exterior a la vida y mensurable (Gurevitch, 1979, p. 279).

A contraluz de las culturas del tiempo lineal, la historia mestiza comienza a vivirse por su cuenta y riesgo, con una identidad particular, al compás de un referente pertinazmente natural: el ritmo de los días y las noches, de las estaciones del año, del ciclo agrícola. El tiempo mestizo ha nacido de la tierra y de las culturas de la tierra: desde la América indígena, las tierras ibéricas del Mediterráneo, y todavía más de las tierras del África, expresándose en una extensa y caudalosa sabiduría oral que da cuenta del pensar y del sentir, del sentipensar histórico de los pueblos de la Tierra.

El tiempo mestizo ha buscado dilucidar el verdadero sentido de la vida, en tensión con los requerimientos de la historia oficial. Esta última no repara en secuestrar el tiempo y la vida del pueblo, no dejándolo ser. El siglo pasado nos dejó la patente realidad de este entrevero, de esta disputa secular. Revelando esta querella estuvieron desde un principio quienes advirtieron la fuerza de la palabra brotada de la tierra. En 1894 afirmó Rodolfo Lenz: “Sí, hay otro lenguaje más en Chile; un lenguaje despreciado, es verdad, pero bien conocido de todos y a cuyas influencias ningún chileno, por ilustrado que sea, puede sustraerse completamente; este lenguaje, en que me ocupo, al cual atribuyo tanto interés lingüístico, es la lengua castellana tal como se habla entre el pueblo bajo, sin ilustración, es ‘el lenguaje de los huasos chilenos’(pp. 122-123).

Este lenguaje permitió dar a luz las verdades de una sensibilidad histórica y religiosa muy particular. En los cientos de hojas sueltas de la Lira Popular, primer registro escrito del lenguaje de los “huasos chilenos” en el cambio de siglo, resultó manifiesta una luminosa certeza. El tiempo se tornaba vivo y vibrante en el atrevimiento, la aventura y el coraje del amor. Sólo el amor, contra viento y marea, podía llenar de sentido la oportunidad de la historia (Salinas, 2005).

Estas certezas se mantuvieron en el transcurso del siglo XX. A pesar de los conflictos y las desgracias humanas e inhumanas de la centuria, de las tiranías incontables del tiempo lineal, no se pudo arrancar de la conciencia mestiza el misterio inalterable de la vida verdadera. La historia se vuelve encantadora cuando el amor la habita de lleno, por completo. La desolación del tiempo abstracto no deja sino ruinas, escombros, restos mortales. Violeta Parra nos dejó la iluminación del tiempo mestizo de su época, en el medio del siglo XX. Recogido pacientemente de la literatura oral campesina e indígena, y recreado en su personal creatividad artística, durante las décadas de 1950 y 1960. Adentrémonos en los misterios del lenguaje mestizo de su propio tiempo, que es el tiempo de todos los que habitan los misterios de la Tierra.

 

Las raíces mediterráneas y andinas de la experiencia histórica del amor mestizo

El amor, el verdadero amor, el sagrado, crea el tiempo, hace andar la historia, y lo recrea, desechando lo profano, de un modo deslumbrante, como la llegada del verano, plenitud del tiempo. Dijo Jesús de Nazaret, campesino del Mediterráneo: “De la higuera aprendan esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, caen en cuenta de que el verano está cerca” (Mateo 24, 32). Y sus discípulos: “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron” (Apocalipsis 21, 1). El canto a lo divino de los campesinos de Chile afirma que cuando llegue la hora de la plenitud de la historia:

como cosa transparente
despertarán los dormidos
s’escucharán alaridos
de animales y de fieras
y bajará de la tierra
FUEGO Y AMOR ENCENDIDO
“El primer día del señor”, Rosa Lorca (Parra, 1965, p. 32)

Durante los ciclos del tiempo, en el devenir de la historia, los corazones amantes resisten en la constancia sus sentimientos, sin dar tiempo ni ocasión al olvido. Los amantes sostienen el ritmo del tiempo sagrado:

La ausencia no causa olvido
cuando dos se quieren bien
aumenta más el amor
cuando no se pueden ver […] Cuando mirarse no pueden
suele ser mayor dolor
con el mismo sentimiento
aumenta más el amor.
“La ausencia no causa olvido”, Francisca Martínez (Parra, 1979, p. 50).

El tiempo pleno, logrado, el tiempo de la vida, es el tiempo del amor correspondido. La correspondencia en el amor es la experiencia sensible y medular de la historia:

Solita me he de matar
si tú no me correspondes
me he de mandar a enterrar
donde nadie sepa dónde.
“Tú eres la estrella más linda”, Francisca Martínez (Parra, 1979, p. 51)
Como el conejo en la zarza
me vas sacando paciencia
mira que el amor se cansa
cuando no hay correspondencia.
“A la re’i de una patagua”, Francisca Martínez (Parra, 1979, p. 53).

El olvido puede definirse como el proceso devastador de la pérdida del tiempo. La profanación del tiempo. El olvido es el contratiempo por excelencia, desequilibrio cósmico:

El que conserva sus padres
no los echen al olvido
así no padezcan tanto
conforme yo he padecido.
“Cuando yo salí a rodar”, Mercedes Guzmán, (Parra, 1979, p. 58).
Aunque yo vea venir
las estrellas por el suelo
yo no pienso de olvidarla
comadre de mi consuelo.
Aunque yo vea venir
astros, cielos y elementos
a mi querida comadre
la tengo en mi pensamiento.
“Aquí me pongo a cantar”, Mercedes Guzmán (Parra, 1979, p. 59)

La alegría del “esquinazo” inaugura el tiempo del encuentro con la persona amada.

El “esquinazo” juega con el tiempo cronológico convirtiéndolo en una apasionada aproximación al ser amado. El reloj cobra sentido en relación al tiempo del amor. No es determinante en su condición de medida abstracta, sino que está determinado por el tiempo amoroso, que desde un principio revela sus ciclos cósmicos y siderales. Al fin, el reloj puede detenerse, pero no el tiempo abrasador del encuentro:

Despierta vidita mía
a las vueltas de la luna
ábreme la puerta cielo
que me van a dar la una
sí ay ay ay, es lo que vengo a buscar.
Despierta vidita mía
a las horas del reloj
ábreme la puerta cielo
que me van a dar las dos
sí ay ay ay, es lo que vengo a buscar.
Despierta vidita mía
no te duermas otra vez
ábreme la puerta cielo
que me van a dar las tres
sí ay ay ay, es lo que vengo a buscar.
Despierta vidita mía
no te duermas sin recato
ábreme la puerta cielo
que me van a dar las cuatro
sí ay ay ay, es lo que vengo a buscar.
Ya se acabaron las horas
de este maldito reloj
por no saberle dar cuerda
en las cinco se paró
sí ay ay ay, es lo que vengo a buscar.
“Es aquí o no es aquí”, Mercedes Guzmán (Parra, 1979, pp. 61-62).

El amor crea, entonces, el tiempo, lo hace ser. Incluso es más trascendental y profundo que los compromisos religiosos, que los “mandamientos” de Dios, establecidos desde una legalidad abstracta y extrínseca con respecto al sentimiento que funda el ser. El amor, y la vida compartida, están por sobre cualquier orden y legalismo universalista:

Escucha vidita mía
mis suspiros y lamentos
que yo por quererte a ti
olvidé los mandamientos.
El primero amar a Dios
yo no lo amo como debo,
porque tengo puesto en ti
todo mi amor verdadero.
El segundo no jurar
yo juro que te he querido,
porque tengo puesto en ti
todos mis cinco sentidos.
El tercero que es la misa
no la oigo con devoción
porque tengo puesto en ti
alma, vida y corazón.
El cuarto que es la obediencia
a mis padres les perdí
a mayores y menores
sólo por amarte a ti.
El quinto que es no matar
de buena gana lo hiciera
le quitaría la vida
a la que contigo viera
y a uno que mal me pagara
una muerte cruel le diera.
Viva la noble compaña
hojita de pensamiento
el que ama con alma y vida
no sabe de mandamientos.
“Escucha vidita mía”, Francisca Martínez (Parra, 1979, pp. 53-54)

Para hacer que el tiempo acontezca, el amante se entrega por completo. No a medias, sino con todo el ser. Con “alma y vida”, con los “cinco sentidos”, con la vista, el oído, el gusto, el olfato, el tacto. Una entrega mediocre, a pedazos, es inválida. Todo el ser funda el tiempo amante, un tiempo mayor, sostenido, infinito:

Cada día estoy más firme
de una prenda que adoré,
si no la veo presente,
cómo me consolaré.
Quién pudiera dueño mío,
por ser larga la tardanza,
aunque mil años se pasen
en mí no has de hallar mudanza.
En mí no has de hallar mudanza
como la que veo en ti,
cuando te den desengaños,
habrás de venir a mí.
Habrás de venir a mí,
yo te sabré perdonar…
“Cansados traigo los ojos”, Berta Gajardo (Parra, 1979, pp. 80-81)

¿De qué raíces proviene esta concepción campesina del tiempo que atribuye tanta trascendencia al amor, y que recogió a manos llenas Violeta Parra?

Dejamos aquí la visión occidental del mundo, del amor, y del tiempo. De partida no se verbaliza en una palabra letrada, sino en el verso octosilábico propio de la poesía oral oriental, específicamente árabe (zéjel), que corresponde al ritmo de la respiración. “El octosílabo es el exacto molde del pensamiento en el sentido que la frase puede darse entonces en una sola emisión de aliento” (Jousse, 1974, p. 272).

La filosofía grecolatina, plataforma metafísica de Occidente, no alcanza ni entiende la intensidad del amor. Su concepción del tiempo no brota de la experiencia amorosa. El amor no funda el ser. En el ideario occidental, “el amor nos hace más bien ‘ciegos’ que agudos de vista […] todo auténtico conocimiento del mundo solo puede fundarse mediante la moderación extrema de los actos emocionales” (Scheler, 2010, p. 11). De acuerdo a Platón el eros culmina en un distanciamiento de las cosas sensibles que pertenecen a la “materia” para participar de ese modo del óntos ón, de la “idea”, de lo “esencial” (Scheler, 2010, p. 16). “[El] eros platónico, más bien desnaturalizó al amor y lo transformó en un erotismo filosófico y contemplativo del que, además, estaba excluida la mujer” (Paz, 1997, p. 74). Etéreos y extraños son los “amores platónicos”. Esta concepción filosófica aparta del mundo, de lo sensible, de la comunidad terrestre.

El mundo cristiano en Occidente heredó este sistema abstracto, haciendo de Dios un símil del “dios aristotélico sabio y autosuficiente” (Scheler, p. 40). La Iglesia adoptó una religiosidad principesca, principista, temerosa del Dios amante de raíz oriental: “Dios”—se dice en santo Tomás— “creó el mundo para su “propia glorificación”. Y este fin se irradia, además, a sus primeros servidores, los sacerdotes, que aparecen también en el gran teatro del mundo como papas y obispos, y ya no como los humildes servidores de la comunidad cristiana y, en ella, seguidores de Cristo. Aparecen completamente, en definitiva, como soberanos antiguos-romanos en lo que culmina la vida de la Iglesia. Los seguidores de Cristo “se tornan ‘sucesores de Cristo’ que, como príncipes, derivan su ‘cargo’, su ‘dignidad’, sus derechos, de la mera tradición legal que los vincula con Cristo” (Scheler, 2010, p. 39). Sin sustento ni aliento espiritual, el amor medieval se volvió trágico, finito: “[La] Edad Media se inclina decididamente por el modelo trágico. El poema de Tristán comienza así: ‘Señores, ¿les agradaría oír un hermoso cuento de amor y de muerte? Se trata de la historia de Tristán y de Isolda, la reina. Escuchad cómo, entre grandes alegrías y penas, se amaron y murieron el mismo día, él por ella y ella por él…’” (Paz, 1997, p. 211).

El Occidente moderno, legatario de la antigüedad grecolatina y del medioevo cristiano, acabó por desconocer sin remedio el tiempo fundado en la correspondencia y la pasión amorosa. Europa terminó limitándose a difundir sus mercancías y su civilización científico-técnica: las empresas capitalistas e imperialistas revelaron su ética falta de leyes (Löwith, 1998, p. 59). Solo contados artistas y escritores reconocieron el valor cognoscente del amor. Fue el caso de Goethe: “No se conoce sino lo que se ama, y cuanto más profundo y cabal quiera ser el conocimiento, más fuerte, vigoroso y vivo debe ser el amor, incluso la pasión” (Scheler, 2010, p. 11). La modernidad europea terminó como una sociedad desalmada:

El crimen de los revolucionarios modernos ha sido cercenar del espíritu revolucionario al elemento afectivo. Y la gran miseria moral y espiritual de las democracias liberales es su insensibilidad afectiva […] Para reinventar el amor, como pedía el poeta, tenemos que reinventar otra vez al hombre (Paz, 1997, pp. 165-166).

Esta reinvención constituye un desafío mayor para la modernidad, pues “el amor ha sido y es la gran subversión de Occidente” (Paz, 1997, p. 120). Esto es aún más complicado cuando el tiempo occidental se convierte en una “tecnocronía”:

Al aspecto de la dominación del tiempo por la tecnocracia lo he denominado ‘tecnocronía’. Es el tiempo propio de las máquinas de segundo grado, de la tecnocracia; es, por tanto, el tiempo propio de la ciudad moderna. […]. Este tiempo es el de la aceleración. […]. Una vez rotos los ritmos naturales, su restauración no es fácil, porque la capacidad de adaptación de la vida ha asimilado ya gran parte de la arritmia producida” (Panikkar, 1993, p. 91).

¿De dónde, entonces, nació y recogió Violeta Parra su concepción del tiempo y de la vida como exaltación y correspondencia amorosa?

Su concepción entronca con dos tradiciones complementarias y distantes de Occidente. Ambas conforman el espíritu de las culturas populares y mestizas de América del Sur. Por un lado, está la experiencia del tiempo y del amor de las sociedades indígenas de los Andes australes, donde el mundo de la vida y de los sentimientos alcanza una intensidad exuberante. El tiempo cualitativo se basa en el equilibrio y la armonía cósmica destinada al cuidado de la vida. El ritmo calmo del invierno, momento de cuidarse y protegerse, se alterna con el ritmo intenso del verano y de la fertilidad. Estos tiempos cíclicos transcurren sin apremio, en un movimiento perfecto, contrario a los punteros del reloj (Grebe, 1987, pp. 59-74). En este acompasado vaivén cósmico, el amor es la energía que permite la circularidad bella y luminosa de la vida: “Ayün ‘amor’, o aiñ encierra tres nociones básicas en su raíz. Significa ‘belleza’, ‘un tipo especial de luz, y transparencia’”. Está directamente entroncada con su matriz, el vocablo aywon (también ayon) que significa a su vez ‘nacimiento de la luz’, o literalmente, ‘luz que mira’ (el amor sería una clarividencia lúcida y no un enceguecimiento pasional)” (Mora, 2004). La fiesta encarna la circularidad vibrante de la vida infinita. Es el kawiñ, el círculo de la comunidad (Alonqueo, 1989, p. 130). La perennidad del tiempo sagrado se vive en el mundo andino en la convivencia amorosa con la Ñuke Mapu, Pacha Mama, cosmos cíclico e interrelacionado en múltiples reciprocidades y correspondencias antes/después, día/noche, masculino/femenino, arriba=anan/ abajo=urin, etc. (Yáñez del Pozo, 2002, pp. 39-40).

La intensidad amorosa del pueblo mapuche se expresa mediante una energía particular, específica, newen ayüwn: es el newen que comunica la ternura y el contacto íntimo, es un newen trepeduamn ayün, newen emocional de amor. El newen ayüwn es el newen que atrae a dos personas, el newen del verdadero amor, por sobre el amor interesado. Puede reflejarse este tipo de newen en los ül hechos para la pareja o para la persona que se desea enamorar (Tapia, 2007, pp. 271 y 331).

Violeta Parra conoció y recogió personalmente diversos y preciosos cantos de amor, poyewvn vl, mapuche, como el titulado Ka antv, kiñe epugelayu xokiwkefun (“Algún día seremos dos”). Se trata de la esperanza cierta en el arribo del tiempo del amor:

[hermano], oye hermano, hermano sí, hermano
la he encontrado, encontrado
un buen amor, buen amor, buen amor, buen amor
la deseo, la deseo, yo sí, yo sí
una persona ya conocida
buen amor, buen amor,
buen amor, buen amor, buen amor, buen amor
después de haber sido tan solitario,
lo digo, lo digo oye, lo digo, lo digo oye
si Dios se compadece de mí
algún día, algún día, me parece que seremos dos, me parece
me parece que seremos dos, me parece, me parece.
Admirable, es admirable el pensamiento
Admirable, es admirable el pensamiento.
Si estoy vivo, si estoy vivo, si me haces el favor,
Dios que dirige el mundo.
Algún día, algún día la tendré.
Soy bueno, soy bueno
Si Dios me hace el favor, Dios.
La tendré, la tendré […] Hermano, sí, hermano siempre.
Una mujer también
la que invitaré a compadecerse de mí
Oye, hermano, hermano.
Canción interpretada por Juan López Quilapan, de Lautaro (Miranda, Loncon y Ramay, 2017, pp. 92-93)

La misma certeza en el arribo del tiempo del amor se advierte en el canto Ka kvxalwe kamarikun mew (“Otro fogón en el kamarikun”):

Pasado mañana será, pasado mañana será, pasado mañana será
Pasado mañana será, pasado mañana será la ceremonia
Pasado mañana será la ceremonia
Pasado mañana será la ceremonia
Nos prepararemos, nos prepararemos,
Nos prepararemos, amiga
Nos prepararemos, amiga, nos prepararemos, amiga
Somos demasiados, somos demasiado jóvenes hermana.
Tendremos un fogón aparte, otro fogón, tendremos otro fogón.
Si nos miran, que nos miren, hermana, será que no nos miren, hermana
No es nuestra, no es nuestra, no es nuestra culpa
No nos envidiaremos, no nos envidiaremos, amiga.
Debemos hablar, debemos hablar pasado mañana
si hablan de nuestro amor
que venga diré,
que venga diré.
Nuestro cariño, oye nuestro cariño
Nuestro amor.
Canción interpretada por Juana Huenuqueo, de Carahue bajo (Miranda, Loncon y Ramay, 2017, pp. 88-89)

Ciertamente la concepción mapuche del amor está atenta a la pérdida del tiempo, al desequilibrio de la armonía cósmica, de la correspondencia por el desgarramiento de la pareja, particularmente debido a la reprochable conducta masculina, como advierte el canto titulado Anvkvnutuen (“Me abandonaste”):

Te fuiste a otras tierras, mal hombre.
Me abandonaste ser malo
Me dijiste que no me dejarías, ser malo
Me dejaste abandonada, ser malo.
Y ahora ando vagando.
hombre perro malo, hombre perro malo, hombre
perro malo […] Me has hecho llorar mucho, hombre perro malo
Hombre perro malo, me hiciste sufrir
Me hiciste sufrir mucho, me hiciste sufrir mucho.
Canción interpretada por María Quiñenao, de Labranza (Miranda, Loncon y Ramay, 2017, p. 99)

Este horizonte de sentido indígena acerca del amor se asoció históricamente en nuestro país con el mundo amoroso de la España oriental, semita, con elementos islámicos y cristianos: moros y cristianos, traído por los inmigrantes de los siglos XVI y XVI.

Las culturas ibéricas habían entretejido durante siglos una vida original y refractaria al Occidente latinocristiano (Asín y Palacios, 1992). Con este entramado cultural y espiritual se inauguró un camino religioso popular impregnado de expresiones islámicas, sufíes, que brillan por su contraste con la religiosidad eclesiástica latina. Las tradiciones cristianas e islámicas de España buscaron juntas la exaltación creadora del Dios amante. En términos sufíes la realidad nace del amor próximo y compasivo de Allah, ajeno a la duración lineal del tiempo. En el Círculo de la Intimidad (Dâira al-Wilâya) con Allah, los seres humanos trascienden el tiempo y el espacio: “En ese Círculo de la Intimidad (Dâira al-Wilâya) no tienen sentido ni el espacio ni el tiempo. Todo está sobredimensionado en la conciencia de esos seres que han trascendido el mundo y están en al-Âjira, el Universo de Allah, lo anterior a lo anterior y lo posterior a lo último” (Maanán, 2006, p. 125). En esta conciencia mística, Allah no es un principio de ordenamiento patriarcal, como una suerte de motor del tiempo rectilíneo, sino una intimidad femenina asociada a la oscuridad y a la informalidad nocturnas: “El nombre femenino Layla aparece con frecuencia en la poesía sufí para designar a Allah. Él es Noche (Layla), momento de intimidad, donde todo pierde su formalidad para difuminarse en la nada de la oscuridad” (Maanán, p. 100).

Violeta Parra se ha nutrido de estas tradiciones místicas y poéticas de los Andes australes y de la península ibérica para expresar un amor preeminente, incontrarrestable. Revela toda su potencia, su exceso, la sobreabundancia del Ser. Con los componentes de la sabiduría indígena y de la mística hispano-oriental, Violeta revela el esplendor del tiempo amoroso, gratificante y desmedido, y, por defecto, la desdicha del tiempo cruel, mal correspondido, explícito particularmente en la modernidad colonial euro-cristiana, silenciadora de cualquier génesis cultural divergente de la suya (Subirats, 1994).

 

La suspensión del tiempo lineal: La certeza de La experiencia amorosa en Violeta Parra

Violeta Parra ha mostrado, a la par del cancionero recogido de las tradiciones populares, la manifestación del tiempo amoroso, compartido, en su propia vida, en su autobiografía. Lo reconoce en las personas queridas de su infancia, como Pascualita, mujer que rebalsa espléndida con su generosidad la estrechez doméstica:

Cuando a mi casa volvía
con un crecido contento,
tenía el convencimiento
volverme de la otra vida,
canastos llenos traía
de peumo, trigo y piñones;
encima, los orejones;
al medio, queso y tortilla.
Llega a bailar mi chasquilla
cruzando los callejones.
(Parra, 2011, p. 64)

Esta actitud magnánima, dadivosa, es celebrada como un signo mayor del buen comportamiento religioso en Oriente, tanto de musulmanes como cristianos —es la señal de la generosidad de Abraham—, y por supuesto también en los pueblos andinos. Según las enseñanzas sufíes: “Al que llega para beber de él, le muestra buena cara, y es hospitalario, y se somete al pobre en palabra y acto […]. Pule a los seguidores del Camino estando ya pulido su corazón, siendo a la vez de una generosidad absoluta” (versos del Maestro sufí al-Yîlâni, ver Maanán, 2006, p. 48).

Violeta celebra el amor desmedido, desproporcionado, que no respeta los “mandamientos de la ley de Dios”, de acuerdo a la canción que recogió de la intérprete campesina Francisca Martínez. Conocida como “décima para enamorar” esta canción fue prohibida por la Inquisición de México en el siglo XVIII (Baudot y Méndez, 1997, pp. 68-77).

En toda la América españolizada circularon las convicciones del amor regocijado, impulsivo, de raíces orientales, burla del cristianismo platonizado. En canciones y bailes de la naciente cultura popular se avivó el amor libre, entusiasmado, que superaría la represión, el miedo, y la muerte de un tiempo abstracto:

En la esquina está parado
un fraile de la Merced,
con los hábitos alzados
enseñando el chuchumbé.
Ya el Infierno se acabó
ya los diablos se murieron
ahora sí, chinita mía
ya no nos condenaremos.
Esta noche he de pasear
con la amada prenda mía
y nos tenemos de holgar
hasta que Jesús se ría.
Coge a tu nana,
coge a tu abuela,
coge a tu amiga,
coge a tu tía.
Por vida del otro Dios,
que en el cielo no hay gobierno,
San Juan tenía su Pinzita
y se la robó San Pedro.
Ahora que hace mucho frío
entrepernados los dos
juntitos nos estaremos
amando a nuestro Criador.
(Baudot y Méndez, 1997, pp. 34, 46-48, 60, 101, 105, 111).

En el campo del amor, la cultura musulmana proporciona un reconocimiento excepcional, opuesto al mundo cristiano de Occidente. La vida sexual lleva a Dios, de ningún modo aparta de Él (Heller y Mosbahi, 1995; Rudelle-Berteaud, 2002). Expresión característica del amor introducido por la poesía y la música de la España árabe o morisca en América es la cueca, interpretación de la perfección cósmica a través de la circularidad complementaria del hombre y la mujer. Este baile no transmite una visión lineal, épica o trágica, del mundo, sino la celebración regocijada del amor complementado, cumplimentado, y feliz (Claro Valdés, 1994).

Violeta Parra compartió y celebró esta literatura “hereje”, escandalosa, obscena, para los códigos de la Inquisición colonial. Así se burló de una gloria descuidada en su composición “Los santos borrachos”. Frente a un cielo violento y desatento, indigno, con santos varones emborrachados, las animas cristianas prefieren morar en el infierno:

Los aspirantes al cielo
haciendo cola en la puerta,
pero ni señas de San Pedro:
qué oficina tan perfecta,
qué oficina tan perfecta.
Animas cristianas arrancan diciendo:
—Aquí nos tramitan, vamos p’al infierno.

El mismo sentido se observa en su composición “Un domingo en el cielo”, representación de un jolgorio paradisíaco, fuera del limbo y de la gloria, espacios cerrados por ser “domingo festivo”, según las normas civiles y religiosas.

Efectivamente en la fiesta del cielo, hay chicha, copas y pañuelos, se baila resfalosa y cueca:

De lejos sentía el Amo
fragancia de chicha crú’a
pa’ sus adentros pensaba
¡qué fiesta más macanúa’a.

Pero manteniendo el tono de sátira hasta el final, en la última copa se enoja el Señor y ‘fue tanta su turbación/ que clausuró el Paraíso’” (Miranda, 2013, p. 109). El dios “amo” de la Iglesia romana no tolera tanta alegría terrestre en el cielo de su propiedad. Violeta había mostrado su desazón y desesperación ante ese dios “amo” que decreta, con palabras latinas, el tiempo final y eterno castigo:

dice l’orar profeturum
p’aquella que su angelorum
deja botá’ en el invierno,
arrójenla en los infiernos
pa’ sécula seculorum.

En su madurez Violeta Parra alcanzó perfecta conciencia del arribamiento, y arrobamiento, al fundamento del ser, a la plenitud del Amor. Realizó, en términos sufíes, el Retorno (Tawba) al fundamento del tiempo sagrado, rompiendo con las ilusiones del ego, los dzunûb, ignorancias, torpezas, negligencias y crueldades del ser humano (Maanán, 2006, pp. 33-35). Alcanzó la humildad del Jardín habitado en paz: “En oposición al Fuego está el Jardín, que es la Morada de la Paz, destino de quienes suavizan sus existencias para conectarlas con la Rahma, la Misericordia Creadora.” (Maanán, p. 38). La existencia se transforma en Jardín. Ella misma oficiará de jardinera:

La jardinera (fragmento)
Creciendo irán poco a poco
los alegres pensamientos,
cuando ya estén florecidos
irá lejos tu recuerdo.
De la flor de la amapola
seré su mejor amiga,
la pondré bajo la almohada
para dormirme tranquila.
Cogollo de toronjil,
cuando me aumenten las penas,
las flores de mi jardín
han de ser mis enfermeras.
Y si acaso yo me ausento
antes que tú te arrepientas,
heredarás estas flores:
¡ven a curarte con ellas!

El tiempo lineal y profano de la modernidad no alcanza la última palabra. El amor tarda, pero llega. En el curso de esta tardanza, Violeta Parra ha experimentado muchas veces una desolación existencial, una impaciencia formidable:

Las lágrimas se me caen
pensando en el guerrillero
como fue Manuel Rodríguez
debieran haber quinientos,
pero no hay ni uno que valga
la pena en este momento.

Con todo, sabe que el amor está por llegar:

Me abrigan las esperanzas
que mi hijo habrá de nacer
con un espada en la mano
y el corazón de Manuel,
para enseñarle al cobarde
a amar y corresponder.

Un instante de gran alegría y esperanza fue su participación en el Festival de la Juventud en Polonia en 1954. Entonces comprobó Violeta los sentimientos de fraternidad humana mundial: la solidaridad, más allá de la aciaga cultura capitalista.

No hay mal que dure cien años
sentenciaba mi mamita,
ni cuerpo que lo resista
por grande que sea el daño.

Y sigue:

América allí presente
con sus hermanos del África,
empieza la fiesta mágica
de corazones ardientes,
se abrazan los continentes
por ese momento cumbre
que surge una perdidumbre
de lágrimas de alegría,
se baila y cant’ a porfía,
se acaban las pesadumbres.
Todo está allí en armonía,
[…] el pueblo tendrá mudanza
me digo con gran donaire

En términos sufíes esta vivencia se denomina futuwwa (literalmente “jovialidad”, “entusiasmo”), que expresa al mismo tiempo hermandad, socorro mutuo, olvido de las afrentas, complicidad (Maanán, 2006, pp. 53-54).

Esta experiencia se contrapone de plano con su exasperada desesperación del tiempo y del amor:

Maldigo los estatutos
del tiempo con su bochorno
¡Cuánto será mi dolor!
[…] Maldigo el vocablo “amor”
con toda su porquería
¡Cuánto será mi dolor!

Este proceso en términos místicos musulmanes se denomina aniquilación del ego, Fanâ. “Cuando muere el ego (el nafs), despierta lo que hay de verdadero en el ser humano, y esa es su resurrección, su eternidad (Baqâ). El Baqâ exige un Fanâ previo” (Maanán, 2006, p. 127). La conciencia de la devastación del amor por la profanación del tiempo lineal alcanzó una expresión máxima en “El gavilán” (1964). Allí se trenzan las tradiciones ibéricas e indígenas en una suerte de denuncia y conjuro contra el tiempo del desamor (Oporto, 2013).

Esta experiencia de desolación es la puerta estrecha hacia el océano feliz de la generosidad amorosa que alcanza la armonía cósmica, la Misericordia Creadora (Rahma). Se ha ingresado al “Círculo de la Intimidad” (Dâira al-Wilâya) donde se goza de un tiempo sin tiempo, precioso e infinito (Maanán, 2006, p. 125).

O mejor decir, el presente del instante coincide con la eternidad. Según la perspectiva musulmana del tiempo y de la historia: “Waqt tomará el sentido técnico de un ‘instante’, en el cual el hombre llega a estar sin pasado ni futuro: ‘Cuando Dios desciende a su alma y unifica su corazón —dice Hujwîrî— él (el hombre) no tiene memoria de lo que fue, ni pensamiento para lo que le puede suceder’. Y el hâl, ‘estado espiritual’, es el ‘adorno’ de dicho instante puro, ‘como lo que es el espíritu del cuerpo’. ‘El Waqt tiene necesidad del hâl, ya que queda embellecido por él, y por eso mismo subsiste’. Junayd, maestro de Hallâj, enseñaba que el ‘santo’ (walî) debe ser ‘hijo de su instante’, ibn waqtihi, del ‘instante de Dios’, sin antes ni después” (Gardet, 1979, p. 233):

Volver a los 17 (fragmento)
Volver a los diecisiete
después de vivir un siglo
es como descifrar signos
sin ser sabio competente.
Volver a ser de repente
tan frágil como un segundo,
volver a sentir profundo
como un niño frente a Dios.
Eso es lo que siento yo
en este instante fecundo.
Mi paso retrocedido
cuando el de ustedes avanza,
el arco de las alianzas
ha penetrado en mi nido
con todo su colorido
se ha paseado por mis venas,
y hasta las duras cadenas
con que nos ata el destino
es como un diamante fino
que alumbra mi alma serena.
Lo que puede el sentimiento
no la ha podido el saber
ni el más claro proceder
ni el más ancho pensamiento.
Todo lo cambia al momento
cual mago condescendiente,
nos aleja dulcemente
de rencores y violencias.
Solo el amor con su ciencia
nos vuelve tan inocentes.
El amor es torbellino
de pureza original,
hasta el feroz animal
susurra su dulce trino,
detiene a los peregrinos,
libera a los prisioneros,
el amor con sus esmeros
al viejo lo vuelve niño,
y al malo sólo el cariño
lo vuelve puro y sincero.
De par en par la ventana
se abrió como por encanto,
entró el amor con su manto
como una tibia mañana,
al son de su bella diana
hizo brotar el jazmín,
volando cual serafín,
al cielo le puso aretes.
Y mis año’ en diecisiete
los convirtió el querubín.

Violeta Parra exalta a los ángeles, que carecen de ego, distinguiendo a serafines y querubines, grados imponderables de la comunicación amorosa: “[Los] serafines amorosamente ardientes están a los pies de Dios en la jerarquía de los ángeles (o sea, más cerca de la divinidad) por encima de los querubines cognoscentes” (Scheler, 2010, p. 37). “[La] canción tiene una estructura circular. Así, en la primera y última estrofas, se produce el milagro del retorno a un tiempo primigenio y mítico, que le permitirá al yo ‘volver’ a ‘sentir’. [La] segunda estrofa comienza con ‘mi paso retrocedido / cuando el de ustedes avanza’; porque mientras los otros funcionan en la lógica teleológica moderna (avanzar), el yo tiene que retroceder para encontrar la sabiduría. En ese retroceder o ‘volver’ atrás se produce una experiencia de iluminación divina: […] El pacto de la alianza amorosa entre Dios y los hombres está simbolizado en ese ‘arco de la alianza’ que se representa como un arcoiris aparecido luego del diluvio universal y que metaforiza la promesa divina: […] El arcoiris, señal y promesa de que Dios no volverá a destruir la Tierra, aquí ‘ha penetrado en mi nido’, las ‘venas’ y el ‘alma’ […] En este ‘instante fecundo’ se ha producido la iluminación plena del ser, como un pacto y promesa de que la vida en amor es lo que perdurará […] El amor es una forma superior de conocimiento, incluso científico y a la vez mágico. […] Sólo el amor porta una fuerza transformadora y logra invertir los sentidos tradicionales del bien y del mal […] El estribillo sirve para reforzar la idea vital de la resurrección y la vida, tanto en el plano espiritual como en los ciclos de la naturaleza: ‘enredando’ y ‘brotando’, ‘hiedra’ y ‘musguito’” (Miranda, 2013, pp. 151-153).

El sentido del tiempo y del amor se ha apartado por completo de la temporalidad y la ética modernas. Violeta Parra reinstaló las intuiciones que formularía, con influencias islámicas y cristianas, Juan de Yepes (san Juan de la Cruz), en su poesía amorosa del siglo XVI.

El [ser humano] es más que razón y pensamiento, más que ciencia y voluntad. El [ser humano] es un Ser-Amor cuya vida se despliega en un proceso de surgimiento personal y encuentro enamorado. Por eso la verdad del [ser humano] no se demuestra, ni se programa por ciencia, sino que se canta en libertad enamorada (Pikaza, 2004, p. 274).

En “Gracias a la vida” la experiencia mística del tiempo en Violeta se muestra íntegra.

Se manifiesta la tempiternidad, esto es, la experiencia plena de la Vida, repleta de amor, con todos los sentidos presentes:

La experiencia mística sería aquella que nos permite gozar plenamente de la Vida. “La experiencia de la vida no es la conciencia del paso del tiempo. Lo que se ‘experiencia’ es el instante de la tempiternidad. La experiencia no se mide por el tiempo” (Panikkar, 2007, p. 31).

La mística es la pura irrupción de esta Presencia [parousian]. Es muy significativo y una muestra de la paulatina pérdida del sentido místico que la parousía (presencia) de los Evangelios fuera traducido como adventus (adviento, llegada) por la cultura latina – entronizando así la historia lineal por encima de la experiencia mística de la tempiternidad” (Panikkar, 2007, pp. 109-110).

La afirmación mística y compasiva del agradecimiento a la circularidad acogedora de la Vida reemplaza la fórmula latino-occidental Deo gratias (gracias a Dios), tributo al fundamento teocrático del régimen de historicidad lineal (sobre los estereotipos patriarcales del Dios de Israel, ver Weems, 1997). Violeta Parra expresó de un modo sobrecogedor la búsqueda y el hallazgo del tiempo amoroso de los pueblos de la Tierra (Salinas et al., 2015).

 

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Maximiliano Salinas.[1]Doctor en Teología por la Universidad de Salamanca. Miembro del Comité de Humanidades de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Santiago de Chile, del Comité … Continue reading

References
1 Doctor en Teología por la Universidad de Salamanca. Miembro del Comité de Humanidades de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Santiago de Chile, del Comité Editorial de la revista Atenea de la Universidad de Concepción, y del Claustro del Magíster en Musicología de la Universidad de Chile. Entre sus libros figuran: En el cielo están trillando (2000), Canto a lo divino y religión popular en Chile hacia 1900 (2005), La risa de Gabriela Mistral (2010) y Lo que puede el sentimiento. El amor en las culturas indígenas y mestizas de Chile y América del Sur, siglos XIX y XX (2015).