Las palabras tienen una inagotable capacidad para contener no solo ideas, sentimientos o conceptos, sino también años de historia, con toda la carga social, simbólica y práctica que ello implica. En ese sentido, al utilizar las palabras “participación” e “infancia”, remitimos a un conjunto de significados que abarcan un camino de casi cien años de historia reciente en Chile y el mundo, relacionados con los derechos de las personas y el correcto ejercicio de la democracia.
Transitar ese camino implica encontrarse con conceptos como “enfoque de derechos”, “nuevo trato con la infancia”, “sujeto de derechos” y “autonomía progresiva”, entre otros. Para avanzar por él debemos comprender que hablamos de participación cuando los ciudadanos y ciudadanas tienen la capacidad y la oportunidad de incidir de manera activa en la toma de decisiones públicas que, de alguna u otra manera, tienen relación con el desarrollo de su vida. Y la Ley n° 20.500, sobre Asociaciones y Participación Ciudadana en la Gestión Pública, es clara en ello: “el Estado reconoce a las personas el derecho de participar en sus políticas, planes, programas y acciones”.
Tomando en cuenta lo anterior, y aquellos tratados internacionales vigentes ratificados por Chile, además de los derechos reconocidos en la Constitución Política de la República y los principios señalados por instancias como el Comité de los Derechos del Niño de Naciones Unidas, se publica en el 2015 la Política Nacional de Niñez y Adolescencia 2015–2020, documento que tiene por objetivo “asegurar el desarrollo pleno de niños, niñas y adolescentes” y compromete al Estado a “adecuar su ordenamiento jurídico interno para que los niños, niñas y adolescentes ejerzan su derecho en todos los ámbitos de su desarrollo conforme a lo definido en la Convención (sobre los Derechos del Niño)”.
Con anterioridad a ese hito, en el 2007, el entonces Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA), como respuesta a las demandas estudiantiles del 2006, comenzó a desarrollar el programa de Fomento al Arte en la Educación, ACCIONA —en aquel entonces llamado Okupa— centrado en el mejoramiento de la calidad de la educación a través de procesos creativos, la formación en artes y cultura y la generación de espacios que pongan en valor las capacidades socioafectivas. Rápidamente, ACCIONA se consolidó como una metodología de trabajo gracias a su desarrollo dentro de los establecimientos educacionales y a las acciones conjuntas entre organizaciones e instituciones locales afnes.
Desde el nuevo paradigma que impone una infancia cada vez más visibilizada —en el que el “mundo adulto” comenzó a entender las relaciones asimétricas con una niñez en muchos casos desprotegida, luego de años de una mirada hegemónica que los ubicó como objetos más que sujetos históricos, políticos y culturales—, el Departamento de Educación y Formación en Artes y Cultura del ex CNCA, hoy Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, inició un trabajo que entiende a niños, niñas y jóvenes (NNJ) como coprotagonistas y coautores de procesos, a través de programas como Okupa y ACCIONA, respetando sus derechos y favoreciendo su participación.
En el 2014 se inicia el programa Centros de Creación y Desarrollo Artístico, Cecrea, implementando un modelo pedagógico altamente participativo en cada una de sus etapas, que invita a reflexionar en torno a una educación que parte del respeto y reconocimiento de los derechos de la niñez y la manera en que se estaban llevando cabo las diferentes acciones en este ámbito. La iniciativa, siguiendo la tendencia de los programas anteriores, pone aun mayor énfasis en el “enfoque de derechos”, abordando la promoción de la igualdad, la participación, el derecho a la vida y el derecho a la opinión.
Cecrea, surgido del programa de gobierno de Michelle Bachelet, nace como respuesta a las observaciones hechas en el 2013 por Unicef al Estado chileno sobre los aspectos deficitarios respecto de los desafíos planteados en materia de niñez y adolescencia por la Convención de los Derechos del Niño, a la que Chile suscribió en 1990, con el compromiso de revisar las políticas públicas en la materia. Dichos aspectos, dicen relación con “el derecho del niño a ser escuchado”, “el derecho del niño al esparcimiento, el juego, la vida cultural y las artes” y “el derecho a la participación”, con la promoción de la creatividad como una de las respuestas que las mismas observaciones plantean. Así, el modelo actual de Cecrea —que en sus inicios fue pensado como una propuesta participativa para jóvenes, cambiando luego su enfoque a lo que hoy conocemos—, además de adscribir a la protección de los derechos de la infancia, vela también por su promoción.
En este contexto, el Ministerio de las Culturas comenzó a dar forma y poner en práctica espacios de vinculación —los Centros de Creación— en los que se favorece un trabajo articulado entre estos, los establecimientos educacionales, las familias y sus territorios, con el propósito de generar ámbitos de formación ciudadana que fortalezcan la democracia y en donde niños, niñas y jóvenes sean capaces de desarrollar parte de su actuar social y afectivo.
Más allá de la semántica
El modelo Cecrea es un sistema de experiencias y procesos creativos de aprendizajes que permite, a través de la convergencia entre las artes, las ciencias, las tecnologías y la sustentabilidad, que niños, niñas y jóvenes indaguen, experimenten, jueguen, imaginen y creen, toda vez que ejercen sus derechos de manera colaborativa, en instancias que forman parte de una pedagogía inédita y desde la que se desprenden acciones y nuevos conceptos, como escuchas creativas, facilitadores o diversos tipos de laboratorios, que tienen como foco principal el proceso de creación.
La instalación de Cecrea llegó en un buen momento, pues los programas del Departamento de Educación ya venían avanzando de manera progresiva hacia la puesta en marcha de prácticas y enfoques más inclusivos y participativos, los que sirvieron de marco teórico para este paradigma.
El prólogo de la Política Nacional de Niñez y Adolescencia es claro: “El futuro de Chile se construye desde el presente, de la mano de cada logro que alcancemos”. En ese sentido, cobra mayor relevancia la reflexión constante en torno a la inclusión y erradicación de conceptos, el cómo entender y saber leer a la niñez y adolescencia actual o la manera en que se diseña y materializa cada acción. Así, el programa ACCIONA y el Programa Nacional de Desarrollo Artístico en la Educación (PNDAE), a través de su concurso Iniciativas Artísticas y Culturales para Estudiantes (IACE), dieron pase a los procesos, la participación y la colaboración continua. ACCIONA dejó de impulsar talleres para dar paso a proyectos, e IACE se transformó en un concurso de ideas, en el que las seleccionadas pasan a formar parte de un proceso formativo que también decanta en la realización de proyectos.
ACCIONA, a partir del 2015, se propone aumentar la participación de los(as) estudiantes como codiseñadores(as) de proyectos artísticoculturales de aula, junto con docentes y artista-educadores(as) que ingresan a los establecimientos educacionales, lo que considera el desarrollo de diagnósticos participativos como etapa previa de los proyectos que luego se ejecutaran en el aula durante el año escolar. Este cambio permite a los/las estudiantes asumir un rol más activo y responsable en relación a lo que sucede en su entorno directo e indirecto.
Complementariamente al trabajo en aula, y siempre con el propósito de aumentar los procesos participativos, ACCIONA integra a la comunidad educativa a través del desarrollo de proyectos diseñados por los equipos directivos de los establecimientos, lo que se realiza a través del componente de asistencia técnica del programa, presentándose así como una oportunidad para el sistema escolar desde el trabajo colaborativo y en sinergia con el ejercicio de participación que se promueve desde el Ministerio de Educación a través de sus políticas y programas.
A mediano plazo, el desafío que se plantea ACCIONA para el mediano plazo es promover una mayor participación de niños y niñas del sistema de educación parvularia en iniciativas, actividades y/o proyectos de educación artística, lo que garantiza su derecho a la libre participación en la vida cultural y en las artes, tal como lo señala el artículo 31 la Convención de los Derechos del Niño, y amplía de manera significativa el número de personas que participan en cada una de las instancias del programa.
Así, desde los distintos programas e iniciativas que promueve el Ministerio de las Culturas a través de su Departamento de Educación, se espera que niños, niñas y jóvenes se asuman como agentes activos que toman la palabra, expresan sus necesidades e ideas y son capaces de comprender y sentirse responsables de su entorno, educándose como ciudadanos que demandan herramientas para participar y colaborar, no solo con su contexto más inmediato, sino también con la realidad nacional. Como dice el Manual de Convivencia de Cecrea: “La participación se convierte en práctica y derecho fundamental y permanente a la hora de desarrollar una política cultural”.
La expresión de la diferencia
En mayo del 2018, más de 1.788 establecimientos educacionales, espacios culturales y universidades celebraron la VI Semana de la Educación Artística (SEA), con más de 2.350 actividades a lo largo de todo Chile y cuatro países de América Latina invitados: Brasil, Colombia, Perú y Argentina. La celebración llevó por lema “La expresión de la diferencia” y contó con la presencia de la brasileña y autora del proyecto Humanae, Angélica Dass, y el profesor de Educación Artística de la Universidad de Valencia y director del Museo Digital Pro Defensa de la Diversidad Sexual, Museari, Ricard Huerta.
Junto al sentido colaborativo que inspira a la SEA, que permite generar redes entre los diferentes espacios y artistas con las comunidades locales o de otras localidades, este año la experiencia mostró que, a través de la educación artística, los niños, niñas y jóvenes son capaces de descubrir al otro desde su diversidad y reconocerse como iguales pese a las diferencias, un ejercicio importante para la formación de ciudadanos sensibles y conscientes de aquellos derechos que, tal vez, no sabían que tenían. Y no tan solo eso: el acto de conocimiento se transforma también en un acto colaborativo que se gesta desde un sentido más bien social, donde la participación se construye con otro capaz de aportar a las experiencias individuales de quienes le acompañan y complementarlas con su realidad y visión de mundo.
La educación artística no es solo un complemento para el desarrollo de las asignaturas que se imparten en la educación formal, sino una disciplina que promueve una formación integral de la persona, entendiendo con ello el desarrollo de la sensibilidad, la creatividad, la participación, la colaboración, la reflexión crítica, la participación y el compromiso social, fomentando una convivencia responsable que permita soñar y confiar en la capacidad de transformar la sociedad superando las brechas y favoreciendo la inclusión, convirtiéndose en un proceso de “educación a través de las artes”.