Directoras: María José Contreras y Trinidad Piriz
Elenco: Elisa Labbé, Bruno Cáceres, Camila Bassi, Diego Catalán, Mateo Ruiz, Camila Estay, Antonia Román, Teo Pinto, Isidora García, Paloma Paredes, Florencia Bassi y Claudia Andrade
Asistencia de dirección: Roxana Gómez
Diseño visual: Rodrigo Ruiz
Diseño de tecnologías: Guillermo Montecinos y Aarón Montoya
Producción: Francisca Babul
En el Ciclo de Teatro Hoy, el cual exploró trabajos con lenguajes teatrales poco convencionales, se presentó La Conquista, una propuesta que aborda la relación entre las artes escénicas, las tecnologías y la nueva generación de nativos digitales. En efecto, la obra es una puesta en escena que habita en la línea de lo performativo: no hay relato, no hay guion ni personajes, escapando a la dramaturgia convencional a partir de una idea o una pregunta que sus protagonistas formulan.
Al entrar al teatro nos encontramos con niños, niñas y adolescentes, sin formación profesional, que iluminan sus rostros con sus propios celulares, en una sala a oscuras y, a través de flashes e imágenes, nos invitan a hacer un recorrido por las nuevas formas de relacionarnos que se ha instalado con las tecnologías, y a cuestionarnos y preguntarnos, a través de los testimonios y experiencias personales de los protagonistas, cómo viven esta relación y sobre la dependencia y el aislamiento que estas generan, permitiéndonos entrar en sus zonas íntimas y, de paso, explorar nuestras propias zonas de cuestionamiento.
La Conquista es una obra hecha por niños y adolescentes que acerca esta disciplina a los nativos digitales, para quienes una sala de teatro puede parecer, por momentos, aburrida. Una aproximación generada al mostrarnos las tecnologías como herramientas creativas, pero también como punto de origen de preguntas actualizadamente controversiales sobre su uso y abuso, a través de escenas en que nos comparten su mundo y, mediante sus palabras, nos muestran como lo viven, dándonos a entender que nos ayudan a vivir mejor y que pueden adaptarse a los modos de comunicación de cada contexto. La invitación es a no juzgar y a entender, realmente, como volver a conectarnos como seres humanos desde este nuevo escenario.
El trabajo de codirección supuso un proceso de mediación con los propios protagonistas, trabajando por medio de sus propios lenguajes, sus medios de comunicación —en este caso las redes sociales y el whatsapp— y sus formas de relacionarse, para llevar a cabo los ensayos e involucrarlos así en el proceso creativo, dando cuenta desde un inicio de la necesidad de compartir y aunar códigos para lograr comunicarse.
Por su parte, la puesta en escena es limpia y armónica; los doce performers habitan el espacio con soltura y se encargan de evidenciarnos que las tecnologías están más presentes en nuestras vidas de lo que nosotros mismos quisiéramos. De manera inteligente juegan con el pasado —haciendo un recorrido desde el Homo Sapiens al Homo Sapiens Sapiens (el Tecno Sapiens)— y el futuro —imaginando cuáles podrían ser las profesiones a las que ellos se dedicarían: “diseñador de sueños”, “controlador de vuelo de drones”, “secuenciador de genes”—. Así amplifican, a través de escenas
lúdicas, los llamados juegos de decisión moral para inteligencia artificial que, en la medida que avanzan, angustian al espectador: un auto manejado por una inteligencia artificial, un vehículo autónomo, se encuentra en una situación de tráfico en la que solo puede elegir una opción: ¿es mejor que atropelle y mate a una anciana o a dos niños que van por el otro lado de la calle? No hay opciones, es la anciana o los niños, pero seguro alguien muere—. Preguntas que involucran la decisión del público y, de alguna manera, evidencian la conciencia binaria que ha generado la cultura digital.
La dirección de arte, que involucra la luz, el sonido y la técnica, funciona a la par y al servicio de las imágenes usadas para presentarnos estas interrogantes y sus relatos. La iluminación de la obra, y las coreografías que con ella se configuran, son el resultado del uso de los celulares de los propios protagonistas, haciéndonos comprender una nueva forma de aceptar las tecnologías en una sala de teatro: “en esta obra no les vamos a pedir que apaguen sus teléfonos celulares”. La codirección es sincera, inteligente y atractiva, acercando los códigos de comunicación de los niños y niñas al espectador, traspasando a este las tesis en la cuales se basa la obra de manera clara y sutil. Es una obra que trabaja en torno a la tecnología como solución, proponiendo, a quienes trabajamos en el sector artístico, grandes preguntas: ¿qué significan estos nuevos medios para la creación?, ¿cómo pueden utilizarse para crear y, al mismo tiempo, para acercar a nuevos públicos a las artes escénicas?
Sin embargo, la gran pregunta que subyace en esta propuesta es si estas sirven para formar nuevos públicos. Si bien la tecnología nos ayuda a acercar la experiencia, nos conecta desde lugares aún no explorados y nos permite entender como estos centennials se relacionan con el mundo, el desafío es avanzar en mediciones de percepción para niños y jóvenes que permitan comprender no solo el fenómeno, sino el hecho al cual nos enfrentamos desde las artes escénicas y el recambio de públicos al cual debemos seducir. Experiencias en vivo versus experiencias virtuales: ¿quiénes son los conquistadores y los conquistados?, ¿será que la tecnología está cambiando la forma como los humanos habitamos la tierra y los centennials se están convirtiendo en la voz de la nueva conquista? Esta obra ayuda a generar más preguntas, pero en ningún caso nos entrega las respuestas.
Natalia Vargas Arriagada.[1]Coordinadora Área de Teatro, Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio
↑1 | Coordinadora Área de Teatro, Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio |
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