Exposición realizada en la XII Convención Nacional de Cultura del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.
Para abordar la definición de patrimonio en la sociedad del Chile de hoy, utilizaré algunos paradigmas con los que espero incitarlos a plantearse algunas reflexiones críticas. Sin ánimo de entrar en la caricatura, si observamos lo que significa en términos mayoritarios el concepto de patrimonio, si acudimos a los lugares donde se celebra el día del patrimonio en Chile, hallaremos predominantemente una actitud de respeto y de asombro por aquellos monumentos llamados patrimoniales, fundamentalmente monumentos arquitectónicos.
¿Patrimoniales por qué? Porque tienen una gran dosis de antigüedad, porque de algún modo merecen nuestra reverencia dado el contenido, que no conocemos y que nos lo entrega la persona que guía la visita a ese lugar sacrosanto que se considera patrimonio.
Sobre esa base, es posible remontarnos a un concepto de orden casi jurídico del patrimonio, que tuvo su germen en la civilización romana. Patrimonio es lo que recibimos de los antepasados, pero que a la vez nos pertenece y por eso es que hablo de un patrimonio vivo en la cultura. Ese patrimonio que proviene del pasado, que amamos porque nos habla, de alguna manera, de una “tradición familiar”, está enfrentado también por la ajenidad, esto es, por la falta de comprensión acerca del sentido que tiene el traspaso del patrimonio. Pero, al mismo tiempo, la presencia viva de un patrimonio que, en algunos casos, tal como podemos comprobar en países latinoamericanos —Cuba, por ejemplo—, africanos —como es el caso de Kenya—, o europeos —Checoslovaquia, por ejemplo—, impregna, orienta y produce una actitud de carácter afectivo, ligada a una determinada concepción del mundo. No se puede entender mi propia vida si prescindo de la vivencia del patrimonio, la que va más allá de lo que podría ser asombro o admiración por su magnificencia.
Para lograr esa presencia activa del patrimonio, hemos considerado la importancia de referirnos a cinco factores que, curiosamente, tienen una convergencia respecto del núcleo central del concepto de “lo patrimonial”. Los citaré, aunque sean muy conocidos. El primero de estos factores se refiere al concepto de cultura, y, sin ánimo de entrar en disquisiciones que podrían ser tediosas, voy rápidamente a mencionar dos nociones de cultura. Primero, la definición del antropólogo norteamericano Herskovits, “cultura como parte del ambiente, hecha por el hombre”; y la definición primigenia de cultura, del fundador de la antropología moderna, el inglés Edward B. Tylor, de mediados del siglo XIX, que la establece como un conjunto de hábitos y de aptitudes que el hombre adquiere en sociedad y que se transmiten a través de la herencia social. Un patrimonio que está en movimiento y que desde sus orígenes llega a nosotros, nos conmueve, nos incita y nos pone dentro de una determinada forma de pensar.
En segundo lugar, hablemos de la sociedad, aferrada a la cultura y concebida como un conjunto de personas con algún grado de organización, que se mantienen bajo los patrones, bajo los elementos fundamentales y simbólicos de formas de vida que nos permiten continuar con el significado de esa raíz cultural. Y en este concepto está presente la transmisión de expresiones culturales, pero a la vez un proceso que se desarrolla a través del tiempo, de alguna manera, fundamentando nuestra propia existencia.
En tercer lugar, consideramos un planteamiento imprescindible en el campo de las humanidades y de las ciencias sociales, que en cierto modo es una raíz, una piedra angular de cualquier proyecto de culturación que quisiéramos delimitar de una manera correcta. Me refiero al concepto de sistema. Hemos dado vueltas en torno a la noción de sistema, desde la alta tecnología hasta las expresiones más elementales y domésticas, pero algunas de ellas utilísimas. Resumámoslo diciendo que el sistema es un modo habitual y tradicional de comportamiento de los miembros de un grupo. Quedémonos por ahora con esta definición tan pedestre, pero que de algún modo vuelve a incidir en el campo de lo que significa la transmisibilidad de un patrimonio cultural.
Y agregamos otro concepto que tanto nos preocupa, el de identidad, concebida como una relación entre el sentido de pertenencia a uno o más grupos y los bienes, los elementos, que de algún modo dejan en evidencia ese pertenecer a uno o más grupos. Y casi a hurtadillas, contemplándonos desde un lugar de privilegio, aparece también dentro de esta secuencia el concepto de tradición. Utilizamos frecuentemente la noción de tradición; pero cuidado, lo hacemos con una profunda insistencia y una gran preponderancia en su relación con la transmisión.
Evidentemente que tienen una faz que es la de la transmisión, de la entrega, pero también tiene otro elemento que quisiéramos destacar; es lo que algunos sociólogos europeos están llamando hoy la creencia en el significado del carácter de la tradición, es decir, esta no solo viene a mí a través de un proceso mecánico, sino que también acojo esa tradición, la hago mía, de alguna manera la considero como algo que es propio, es bueno, definitivo, justo, correcto, para que, de esa manera, la transmisión no se quede simplemente en ese proceso, sino que también me entregue un carácter de validación, de consagración de aquello que, teniendo esas cualidades positivas, impregna mi vida y que se va quedando para que yo pueda transmitir esos mismos planteamientos de valor a futuras generaciones.
Eso nos lleva a pensar en una especie de desiderátum, de máxima, lo que nosotros quisiéramos encontrar en ese patrimonio vivo, ese patrimonio en movimiento, que nos entrega una forma de vida de la cual somos parte. No estamos solamente admirando un mausoleo, no estamos contemplando un edificio magnífico, no estamos solamente extasiándonos ante un manuscrito del poeta Pablo Neruda y no estamos, por supuesto, socavando en absoluto el sentido de representaciones, sino que de algún modo estamos sintiendo ese patrimonio como una fuerza de vida, como una manera de ser que hemos incorporado y que le damos un carácter, que realmente nos permite hablar de ese patrimonio.
Y por lo tanto, cuando refundimos e interrelacionamos estos factores que mencionamos, de tradición, de identidad, de cultura, de sociedad, fluye el carácter patrimonial de hechos, de comportamientos, de usos, de formas de hacer. Y aspiramos a la posibilidad de ser miembros de ese patrimonio y lamentamos que muchas veces no hagamos una introspección, un autoanálisis, y veamos en qué medida ese patrimonio existe en nosotros y cómo está interviniendo en nuestra existencia y a dónde nos va conduciendo.
Se ha hablado de una forma de entender una escuela de la cultura, a través de la participación de quienes forman parte de estos grupos, en cuanto a sentir que ese patrimonio les pertenece, que ese patrimonio realmente está instalado allí, no solamente como una ropa para admirarla, sino también para vivirla. Y esa sería la concepción más importante y más directa de la cultura patrimonial.
Hemos empleado mucho tiempo en hablar de patrimonio tangible e intangible, material e inmaterial. Y podríamos preguntarnos, ¿esas distinciones, esas diferencias, son realmente válidas?, ¿son correctas?, ¿están presentes en nuestra vida? ¿Podemos decir que algo sea totalmente inmaterial? Y si fuera totalmente inmaterial, ¿lo podríamos percibir? ¿De qué modo podemos entender la música sin percibirla artísticamente?, ¿de qué modo podríamos entender un paisaje patrimonial que hemos humanizado? Hoy se está hablando desde el campo de las ciencias sociales de una arqueología que tendría un carácter de arqueología del paisaje, de entender una especie de postal que antes solo se ponía en letreros publicitarios, cuando en realidad se trata de la relación del hombre con su medio ambiente, con su entorno. Y es por eso que creemos que lo que se está planteando aquí como patrimonio, gracias a esta iniciativa del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, nos está incitando a buscar, cada vez más, a cada uno de nosotros, en todos los sistemas, en todas nuestras tradiciones, aquello que realmente podría ser el patrimonio, valga la redundancia, el patrimonio que he hecho mío, y que puedo por lo tanto disfrutar y respetar, como ninguna otra clase de patrimonio.
Sobre esta especie de manto piadoso que cubre estos conceptos, quiero recordar lo que leí en un diario de Santiago hace tres años, con respecto de lo que llamaba en su jactancioso titular “acceso a la cultura”, que no es sino una forma de acceso al patrimonio. Y el contenido de ese breve artículo decía: por fin nuestros campesinos van a tener acceso a la cultura de acuerdo con el proyecto “X”, que nos va a permitir dar ese paso gigantesco. Y nos preguntábamos, ¿qué concepto de cultura estamos manejando? ¿Con qué falta de respeto nos estamos expresando? ¿Qué acceso a la cultura estamos generando en este caso? Estamos nuevamente enfrentados a una deformación brutal del concepto de cultura, en cuanto a disponer de conocimientos acríticos que también forman parte de esta. Pero estamos escapando de lo que significa que la cultura sea también una especie de alto patrimonio, una forma de entender el mundo, y que nosotros podamos, de alguna manera, tener un intercambio de significaciones del patrimonio, a través de lo que implica un encuentro como este, que nos lleve a entender otras dimensiones del concepto.
Quisiera estimularlos e incentivarlos para que no cesaran nunca, para que no se cansaran de pensar críticamente el concepto que acabamos de enunciar, de una forma incompleta y discutible. Que realmente el hablar sobre el patrimonio fuese una especie de ejercicio gozoso, profundamente productivo, para descubrir realmente que ese patrimonio nos pertenece, que somos responsables no solamente de conservarlo, sino que también de ahondar en algunas modificaciones propias que todos los territorios tienen, y entender cada vez más que patrimonio es, de alguna manera, un sinónimo de cultura.
Ese sinónimo de cultura es el que nosotros estamos tratando de encontrar y comprender. Afortunadamente, hemos ido avanzando en cuanto a lo que significan fondos, museos, maneras de acercarnos más a la cultura y a expresar mejor el gran concepto global de cultura, el que conjuga a este “hijo solitario de un porvenir incierto”, que a falta de mejor nombre estamos denominando patrimonio; y cuáles serían las aristas patrimoniales que tiene nuestra cultura, nuestra forma de vida, y cómo podríamos reconocernos nosotros mismos a través de lo que significa nuestro propio patrimonio.
Manuel Dannemann.[1]Doctor en Literatura con mención en Literatura Chilena e Hispanoamericana; profesor del Departamento de Antropología, coordinador del Programa de Desarrollo de Identidades Culturales, Universidad … Continue reading
↑1 | Doctor en Literatura con mención en Literatura Chilena e Hispanoamericana; profesor del Departamento de Antropología, coordinador del Programa de Desarrollo de Identidades Culturales, Universidad de Chile. |
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