En el ámbito de la creación, coexisten perspectivas que reflejan diferentes aspectos de la profunda y compleja transformación de los procesos de producción, circulación, consumo y participación artística y cultural. Estos cobran distintos matices asociados a fenómenos de globalización, identidad, diversidad, multiculturalidad, migración y desigualdad. En este escenario, también las comunicaciones y la tecnología adquieren nuevas dimensiones, ya no solo como soportes mediales, sino como plataformas de investigación, cocreación, producción y circulación a nivel mundial.
Los desafíos de las políticas públicas son, entonces, múltiples y variados, y las exigencias de diagnóstico, diseño y evaluación —que involucran el conocimiento sobre realidades territoriales y sectoriales— se incrementan, fluyen y convergen en distintos planos y niveles que configuran altas exigencias para cumplir con los retos del desarrollo cultural.
A su vez, desde la planificación operativa, los enfoques transversales y de colaboración con los distintos actores públicos y privados, son imperativos que amplían las oportunidades de eficacia de las políticas públicas y diversifican la acción habitual de los equipos de trabajo.
Pensar y planificar en el ámbito de la creación desde la institucionalidad pública hoy, excede los límites tradicionales y rompe el círculo histórico de creadores y artistas. Incorpora crecientemente a la población en su conjunto, con todas las características de una sociedad contemporánea en permanente cambio. Desde esta perspectiva, la escala de problemas aumenta y la reflexión ciudadana, desde un enfoque de derechos culturales, le confiere densidad y urgencia.
No se trata entonces ya de democratizar el acceso a las artes y la creación, sino de abrirse a la necesidad de espacios y oportunidades reales de participación cultural y creativa, sin exclusiones, y considerar un sistema de apoyo que acompañe efectivamente los procesos en sus distintas dimensiones.
Este desplazamiento desde “lo artístico” a la creación y sus vínculos con la innovación, confluyen en crecientes espacios de relaciones colaborativas, que aportan nuevas construcciones y representaciones simbólicas de lo que somos como país. En este sentido, el arte sería más que una herramienta de expresión y comprensión de mundo, sino que tendría un sentido finalista, de transformación social, de democracia cultural.
Este escenario plantea múltiples interrogantes, que exigen respuestas oportunas y eficaces desde la perspectiva pública. ¿Cómo y desde dónde se abordan institucionalmente dicho desafío?, ¿cómo se profundizan las oportunidades de desarrollo y participación?, ¿cómo se focalizan recursos al fomento de los creadores y artistas profesionales y se resguarda también el derecho a crear de la ciudadanía?
Estas inquietudes se instalan cada vez con mayor fuerza en un Chile que se reconoce como desigual, con altos índices de segregación social, realidad que también alcanza al arte y la cultura, tal como lo concluyen diferentes mediciones en torno al consumo y participación cultural.
Claudia Toro Caberletti.[1]Departamento de Estudios Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.
↑1 | Departamento de Estudios Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. |
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