Versión revisada del discurso pronunciado en el Instituto de Chile el 29 de abril de 2013, con ocasión de la entrega del Premio Academia 2012 a Margot Loyola, conferido por la Academia Chilena de Bellas Artes.
En su poema dedicado al prócer Bernardo O´Higgins Riquelme, nuestro gran vate Pablo Neruda escribió en el Canto general:
“Eres Chile, entre patriarca y huaso,
eres un poncho de provincia, un niño
que no sabe su nombre todavía”
(Neruda, 1997, p. 134)
Esta hermosa metáfora de Neruda se puede proyectar a las tensiones múltiples que han existido en Chile entre la cultura letrada y la cultura popular a contar del siglo XIX. En el libro Prácticas sociales de la música en Chile, 1810-1855. El advenimiento de la modernidad en la cultura del país, publicado en 2013 por los musicólogos Rodrigo Torres, Cristián Guerra, el fallecido Guillermo Marchant y el supraescrito, Torres escribe que “durante la primera mitad del siglo XIX persiste hegemónica una visión —fuertemente jerárquica— de la sociedad y la cultura estructurada en estamentos separados y en relación de fuerte predominio de uno respecto al otro, situación que demarca un eje de continuidad del período colonial proyectado hacia la sociedad decimonónica. Así, desde una visión maniquea, el estamento ilustrado representará ahora el polo civilizador y los otros grupos —mestizos e indígenas; aquí nombrados genéricamente como mundo popular— el retraso y la barbarie, para usar nociones por entonces en boga” (p. 95).
Se puede ilustrar esta idea con las palabras que aparecen en un artículo publicado el año 1829 en el periódico El Mercurio Chileno (Merino, Torres, Guerra y Marchant, 2013, pp. 28-29), el que si bien no lleva firma, se percibe la impronta de José Joaquín de Mora. Se titula “Diversiones públicas” y destaca la importancia del baile, en general, y, en particular del vals, conocido entonces en Chile como “valza”. Al referirse al vals popular lo hace de manera derogatoria en términos de la dicotomía excluyente entre la civilización y la barbarie:
“Tambien el populacho abandonado en sus brutales diversiones ejecuta movimientos al parecer compasados, insultando a la decencia y al pudor: son escuelas de vicios nuestras chinganas y los bailes [entre los que se incluye el vals] que en ellas se ejecutan son parecidos á los de los mozambiques: y solo dos ó cuatro individuos divierten brutalmente á la turba multa con monotonía”.
Como “solución” para esta “barbarie”, el autor del artículo propuso la siguiente:
“Cuanto mejor seria formar seis ú ocho circos públicos presididos por la autoridad, en donde várias parejas instruidas de antemano en diferentes jéneros de danzas, sirviesen de modelo ó de base para amaestrar á los concurrentes de ambos sexos”.
Gradualmente esta situación cambió en el siglo XX, desde el momento en que la cultura de la música tradicional se transformó en materia digna de ser investigada por estudiosos de la altura de Rodolfo Lenz, Yolando Pino u Oreste Plath, por mencionar solo algunas figuras relevantes. A su legado, se sumó, a contar de la década de 1940, la labor que se desarrolló en la Universidad de Chile, la que Jorge Cáceres Valencia recoge en un enjundioso libro titulado La Universidad de Chile y su aporte a la cultura tradicional chilena: 1933-1953 (1998). Corresponde este período al rectorado de esa gran figura inspiradora que fuera Juvenal Hernández Jaque y al dinámico decanato de Domingo Santa Cruz Wilson en la Facultad de Bellas Artes primero y posteriormente en la Facultad de Ciencias y Artes Musicales. Se abrió entonces un cauce generoso para el estudio de la cultura musical chilena de tradición oral con la creación del Instituto de Investigaciones Folklóricas, sucedido posteriormente por el Instituto de Investigaciones Musicales. Grandes figuras se abocaron entonces, bajo el alero de la Universidad de Chile, a la recopilación y estudio de nuestra cultura musical de tradición oral, entre los cuales se puede señalar a Carlos Lavín, Carlos Isamitt, Eugenio Pereira Salas, Pablo Garrido, Jorge Urrutia-Blondel, Manuel Dannemann, Raquel Barros y muchos otros.
No obstante, la investigación circunscrita solamente al logos, carece de un sentido pleno. Al respecto, el destacado arquitecto contemporáneo Paolo Portoghesi habla, junto a figuras del calibre de Umberto Eco y Karlheinz Stockhausen, acerca de la soledad y del ensimismamiento del intelectual cuando no se equilibran con un espíritu colectivo que las vivifique (Hutcheon, 2000, p.24). La música en particular carece de un sentido pleno, hasta que no se transforma en una realidad tangible y comunicable, siguiendo esa fecunda idea del filósofo Humberto Giannini, en cuanto a que la verdadera esencia del arte es la revelación del Ser en lo sensible. En un libro editado el año 2008 por Henry Stobart, titulado The New (Ethno) Musicologies, el estudioso John Baily pone de relieve este punto, en cuanto a que el etnomusicólogo para que verdaderamente sea completo, debe ser capaz de interpretar la música que investiga (p.117).
Se llega así a una de las contribuciones magnas de Margot Loyola Palacios a la cultura de Chile. Con sabiduría y prudencia Margot supo equilibrar la investigación y el estudio de la música y la danza de tradición oral de nuestro país, desde el extremo norte hasta el sur, pasando por Rapa Nui, con una recreación personal que mantuvo intacto ese espíritu recóndito que hace vibrar lo más profundo de nuestra alma, cuando ella comunicara su obra tanto en Chile como en el exterior. Margot alcanzó este equilibrio imbuida de un profundo respeto por el otro, junto a un gran amor y empatía por el ser humano, además de un fuerte compromiso ético y social, haciendo gala de la sencillez de una persona que estuvo siempre aprendiendo. De este modo nos brindó un ejemplo de cómo la cultura letrada y la cultura popular pueden converger en Chile con sencillez, belleza y con gracia, como en una tonada chilena.
Su familia tuvo gran importancia en su formación y en su ulterior quehacer. Esto a su vez, se engarza con la importancia que ha tenido la familia en la vida artística de importantes creadoras o creadores de nuestro país, hasta el punto de llegar a erigirse en un rasgo de la historia y de la cultura chilenas. Aparte de Margot se pueden mencionar los casos de la familia de Federico Guzmán en el siglo XIX, o el de las familias de Alfonso Letelier y de Violeta Parra durante el siglo XX, entre otros.
El entorno familiar linarense de Margot le permitió embeberse, casi de manera simultánea, de la cultura musical denominada docta así como de la cultura campesina tradicional de Chile, a través de su madre, Ana María Palacios Herrera, como de su padre, don Recaredo Loyola Marabolí. Gracias a ellos, Margot tuvo una sólida base para enfrentar la dicotomía decimonónica excluyente entre la civilización y la barbarie que en cierta manera se proyectó en Chile al siglo XX. En una entrevista realizada por Agustín Ruiz, Margot señaló que su familia por el lado de su padre la constituían “chinganeros puros…Los galleros más importantes de toda la zona de Putú eran los Loyola. Tres generaciones de galleros y cantoras. Yo creo que de ahí viene mi amor por las cosas de la tierra”[1]Ruiz, 1995, p. 11. Esta entrevista forma parte del homenaje que se le rindió a Margot por la Revista Musical Chilena, XLIX/183 (enero-junio, 1995) con ocasión de haber obtenido el Premio Nacional … Continue reading. En lo que respecta a su madre, Margot señaló que “cantaba, tocaba guitarra y piano. También la tía tocaba piano y cítara. Eso era algo propio de los Palacios de Linares, todos eran aficionados a la música” (Ruiz, 1995, p. 11).
La madre le enseñó a Margot, y a su hermana Ruth Estela, el canto de las primeras canciones de raigambre campesina chilena cultivadas por este dúo. En paralelo Margot realizó estudios de piano con la recordada artista Flora Guerra, los que complementó con estudios vespertinos en el Conservatorio Nacional de Música, con la dedicada educadora Elisa Gayán, en la época en que el Conservatorio estuvo bajo la dirección de una figura relevante de la historia de la música chilena: Armando Carvajal. Junto a sus estudios de piano, Margot prosiguió ulteriormente, junto a su hermana Ruth Estela, estudios de canto con la gran soprano Blanca Hauser y de danza con Cristina Ventura.
Con todo este bagaje se inició una primera etapa de la vida creadora de Margot, caracterizada por las presentaciones, junto a su hermana Ruth Estela, en radios, teatros, rodeos e incluso películas.
Una segunda etapa se inició el año 1944 con la participación de las hermanas Loyola en la grabación de los Aires tradicionales y folklóricos de Chile, realizado por un equipo de investigadores pertenecientes al entonces Instituto de Investigaciones Folklóricas de la Universidad de Chile, dirigido a la sazón por el historiador Eugenio Pereira Salas. El año 2005 esta colección fue reeditada por otro equipo de trabajo, dirigido por el musicólogo Rodrigo Torres, bajo el alero del Centro de Documentación e Investigación Musical de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. Tuvimos la fortuna de conocer a Margot como la última sobreviviente de los participantes en ese legendario proyecto.
Este proyecto marcó además el inicio de la fructífera colaboración de Margot con la Universidad de Chile. Entre 1949 y 1963, Margot fue una de las figuras descollantes en las Escuelas de Temporada de dicha Universidad, en el marco de una iniciativa visionaria del gran rector que fuera don Juvenal Hernández Jaque, quien dirigió, como una de las prioridades de su rectorado, el proceso de materialización del concepto de la extensión universitaria que se planteara en el estatuto de 1931.
En 1951 se iniciaron los viajes de Margot, y con ellos una tercera etapa de su vida. Con su actitud sencilla y auténtica de aprender siempre, Margot conoció y estudió con figuras egregias de la intelectualidad latinoamericana de entonces: Carlos Vega, Augusto Raúl Cortázar e Isabel Aretz en Argentina; Lauro Ayestarán en Uruguay; José María Argüedas en el Perú, además de otros. La proyección de su obra se extendió más allá del continente americano, hasta el punto, según ella misma lo declarara, que su primera publicación no se hizo en castellano sino que en ruso, en la entonces Unión Soviética.
Acogiendo un llamado que le hiciera en 1972 Fernando Rosas, Premio Nacional de Artes Musicales 2006, Margot se incorporó a la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Junto a su labor docente en cursos para estudiantes especializados en música, Margot publicó con el auspicio de esta universidad un conjunto de libros en los que decanta la suma de sus saberes sobre la cultura tradicional chilena. Se pueden mencionar Bailes de tierra en Chile (1980), El cachimbo, danza tarapaqueña de pueblos y quebradas (1994), La tonada: testimonios para el futuro (2006), La cueca: danza de la vida y de la muerte (2010), Me niegan pero existo: la presencia e influencia del negro en la cultura chilena (2013) y 50 danzas tradicionales y populares en Chile (2014). En gran parte de ellos participó Osvaldo Cádiz, en calidad de coautor o colaborador. El doctor Carlos Miró Cortez, profesor y entonces director de programas de postgrado del Instituto de Música de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, afirma en las palabras previas del libro sobre la tonada, que “representa el estudio más completo y riguroso que hasta ahora se haya realizado en el país” (Loyola, 2006, p. 11), un juicio que perfectamente se puede aplicar a los restantes libros señalados. Además esta universidad la distinguió con los grados honoríficos de Profesora Emérita y de Doctora Honoris causa.
En la entrevista realizada por Agustín Ruiz, Margot Loyola señaló que “la idea de la muerte me ha perseguido desde los 6 años. La gente dice que soy muy alegre, pero no es así, la tónica en mí es la angustia” (Ruiz, 1995, p. 12). Pero esta angustia en su caso se metamorfoseó en una fecunda vida. En su legado gigantesco de fonogramas y videos, con su repertorio y labor creativa; en sus artículos y libros; en los estudiantes que formó, de los cuales ella declaró que aprendió mucho, al igual que lo señalado en su momento por el gran compositor austríaco Arnold Schönberg; en los conjuntos que se crearon bajo su guía e inspiración, hay vida, hay pura vida, fruto de una actitud consecuente ante la creación, el país y la sociedad y de un camino fecundo que recorrió con Osvaldo Cádiz, su esposo y fiel compañero de toda su existencia.
La ímproba labor realizada por Margot y Osvaldo se conjuga con la efectuada por una miríada de estudiosos y cultores, entre los que se destaca la legendaria figura de Violeta Parra, orientada a que la música de tradición oral en Chile, tanto campesina como de los pueblos originarios, cobre la prestancia que merece, al situarse en igual pie con la música docta y la música popular urbana, dentro del concierto sonoro que constituye la base cultural de la identidad del país. Esta pluralidad musical, y su respeto por el otro, permite superar la situación de Chile “entre patriarca y huaso”, de la que habla Pablo Neruda, o la visión maniquea de la civilización versus la barbarie que imperó durante el siglo XIX y una parte del siglo XX, a la que se refiere Rodrigo Torres, con lo que el país se aproxima a una madurez acorde a los desafíos que nos plantea el siglo XXI. En este Chile más inclusivo, el que oportunamente supiera distinguirla en vida como correspondía, Margot Loyola Palacios cobra un relieve especial como una gran figura integradora de la cultura nacional.
Referencias bibliográficas
Baily, John. (2008). “Ethnomusicology, Intermusability, and Performance Practice” en Henry Stobart (editor). The New (Ethno) Musicologies [Europea: Ethnomusicologies and Modernities, Nº 8]. Reino Unido, The Scarecrow Press, Inc.
Cáceres Valencia, Jorge. (1998). La Universidad de Chile y su aporte a la cultura tradicional chilena. 1933-1953. Santiago, Gobierno de Chile, Ministerio de Educación, Fondo de Desarrollo de la Cultura y las Artes (FONDART), Ilustre Municipalidad de La Florida.
Hutcheon, Linda. (2000). A Poetics of Postmodernism. History, Theory, Fiction. Nueva York y Londres, Routledge.
Loyola Palacios, Margot. (1980). Bailes de tierra en Chile. Valparaíso, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso.
___ (1994). El cachimbo, danza tarapaqueña de pueblos y quebradas. Valparaíso, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso.
___ (2006). La tonada: testimonios para el futuro. Valparaíso, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso.
Loyola Palacios, Margot y Osvaldo Cádiz Valenzuela. (2010). La cueca: danza de la vida y de la muerte. Valparaíso: Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso.
___(2013). Me niegan pero existo: la presencia e influencia del negro en la cultura chilena. Santiago, Gobierno de Chile, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes, FONDART.
___ (2014). 50 danzas tradicionales y populares de Chile. Santiago, Gobierno de Chile, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes, FONDART. Valparaíso, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso.
Merino, Luis, Rodrigo Torres, Cristián Guerra y Guillermo Marchant. (2013). Prácticas sociales de la música en Chile, 1810-1855. El advenimiento de la modernidad en la cultura del país. Santiago: Ril Editores.
Neruda, Pablo. (1997). Antología fundamental. Santiago: Editorial Andrés Bello. Descargado de https://books.google.cl/books?id=uN3k9N6X-AwC&printsec=frontcover&dq=isbn:956131505X&hl=es&sa=X&ved=0ahUKEwi59peJ9I3fAhUBFZAKHaHQArkQ6AEIKDAA#v=onepage&q&f=false
Pereira Salas, Eugenio. (2005). Aires tradicionales y folklóricos de Chile. Santiago: Universidad de Chile, Facultad de Artes, Centro de Documentación e Investigación Musical.
Ruiz, Agustín. (1995). “Conversando con Margot Loyola” en Revista Musical Chilena, XLIX/183 (enero-junio), pp.11-41. Descargado de www.revistamusicalchilena.uchile.cl
Luis Merino Montero[2]Doctor y magíster en Musicología, de la Universidad de California. Profesor de la Facultad de Artes, Universidad de Chile, Academia Chilena de Bellas Artes, Instituto de Chile.
↑1 | Ruiz, 1995, p. 11. Esta entrevista forma parte del homenaje que se le rindió a Margot por la Revista Musical Chilena, XLIX/183 (enero-junio, 1995) con ocasión de haber obtenido el Premio Nacional de Artes Musicales 1994. Además de la entrevista de Agustín Ruiz, este número contiene una discografía (pp. 42-58), un listado selectivo de creaciones y bibliografía de Margot (p. 59), además de escritos de Oreste Plath (p. 60), Pablo Garrido (pp. 61-64) y Coriún Aharonián (pp. 65-66), junto a juicios sobre ella de estudiosos de Chile, Argentina, Uruguay, Perú, España, Francia, Rumania y Bulgaria (pp. 67-70). Disponible en www.revistamusicalchilena.uchile.cl |
---|---|
↑2 | Doctor y magíster en Musicología, de la Universidad de California. Profesor de la Facultad de Artes, Universidad de Chile, Academia Chilena de Bellas Artes, Instituto de Chile. |