Mi especial fortuna fue nacer junto a mi hermano mellizo Carlos en un hogar que me brindaría la oportunidad de tomar contacto con dos aspectos de la cultura de un lugar determinado: el carácter predominantemente cartesiano de mi padre, odontólogo, profesor universitario y sin lugar a dudas, de personalidad autoritaria; mi madre, en contraposición flagrante, habría sido educada en los códigos de una formación artística, intuitiva y emocional como fuera el piano, sometida durante muchos años de su juventud y adolescencia a los vigores de una técnica que se impartía en un conservatorio de categoría, dirigido por el abogado Esteban Iturra Pacheco, también docente de la Universidad de Concepción y eximio pianista, representante de la afamada Escuela de Viena.
Mi infancia sería habitualmente arrullada con el piano de mi madre que tocaba algunas horas al día en un instrumento de cola, orgullo de la casa. Decir orgullo es convencional y vanidoso pues ¿qué valor especial puede tener un piano negro y brillante, generalmente de alas extendidas, en un ambiente familiar?
Con Carlos, mi hermano, no distinguiríamos entre los barroquismos reiterados de un Händel o Bach, clasicismo cristalino de un Mozart siempre saltarino, las densidades románticas de un Beethoven, un Brahms exaltante. Pero sí estaba allí ya la presencia misteriosa de un telón de fondo musical que llenaba espacios vacíos, se introducía persistente en líneas melódicas insistentes y repetidas por la conciencia juvenil receptiva. Me sorprendía, en ocasiones, silbando aires circunstanciales sin saber de dónde y de cómo se habían metido en mi conciencia, no sabiendo que me desplazaba por calles pencopolitanas silbando, quizás, una chacona de Bach, un minueto mozartiano o una variación descriptiva debussiana. Así de natural y espontáneo fueron mis primeros contactos con los misterios imponderables de la así llamada música selecta o clásica.
Luego sobrevendrían los años de la enseñanza primaria y secundaria en el Colegio Alemán de la ciudad a solo pocas cuadras de la casa paterna. La presencia de una organización educacional tedusca que se impartía completamente en alemán en aquellos años de inicios del cuarenta. Establecía la necesidad de un cambio de orientación docente al romper Chile sus relaciones con Alemania durante la segunda conflagración bélica. Sería el 1943 o 1944 en la que mi padre, que pertenecía al directorio el Colegio Alemán y ya docente universitario, viajara en compañía del director del colegio a Santiago de Chile, logrando que a través del Ministerio de Educación, este Liceo se convirtiera en cooperador del Estado, asumiendo los planes de enseñanza de la educación secundaria chilena. Digo esto pues esta circunstancia especial me permitía conectarme con dos sistemas culturales determinados: el europeo-alemán primordial, y el chileno-latinoamericano orientado a las ordenaciones de una tradición francesa.
Luego me enfrentaría a los imperativos categóricos de un estudio universitario. Por analogías particulares, seguiría los pasos de mi padre estudiando dentística, en la Facultad de Odontología en la que él ejercía cargo docente y directivo. El estudio sistemático sería más que cartesiano, manejado por una lógica científica en una universidad de solo años de antigüedad, inflexible en sus exigencias para lograr aquella eficiencia requerida a una institución provinciana, cuyo espíritu había que desarrollar en libertad.
En un desván de la casa descubriría una flauta traversa de concierto que mi padre había tocado en años mozos y me puse de inmediato a dominar digitaciones, embocaduras, el buen sonido sostenido. Cursaba tercer año de mi carrera cuando me presentaría con mi flauta bajo el brazo a los cargos de flautista de la Orquesta Sinfónica del Liceo nr. 1 Enrique Molina de la ciudad, dirigida por “Biruco”, Raúl Rivero Pulgar que había realizado estudios de piano junto a mi madre en aquel conservatorio de consagraciones dadas. De inmediato, el director me colocó frente a la partitura y yo asumiría pronto las responsabilidades de una flauta primera, (y a primera vista) en la interpretación de una sinfonía de Haydn quizás una obertura mozartiana. La lectura lineal de un toque de flauta no me resultaría difícil pues la enseñanza del piano había sido integrada como desde siempre a mi cultura musical.
Me quedé espontáneamente con mi novísimo cargo de flautista de este conjunto estudiantil y durante varios años interpretaríamos aquellos autores ya descritos, conciertos de piano de Grieg, canciones chilenas con coro masculino estudiantil y arreglos del mismo “Biruco”. Múltiples temporadas, conciertos, música sinfónica de extensión me permitirían tempranamente integrarme al grupo sinfónico de voces y timbres heterogéneos y de ahí sugerían los intérpretes para la creación de la orquesta de cámara de la Universidad de Concepción a cuyo grupo fundacional tengo la honra de pertenecer.
Esto sucedería en casa de los padres de Carmen Torres, violinista del conjunto y también estudiante de odontología.
En nuestra primera audición se presentaría el concierto de piano Nr. 12 de Mozart interpretado por una joven artista de tradiciones musicales consagradas de la capital, Edith Fischer que luego se proyectaría internacionalmente. Este conjunto sinfónico que en ese momento se fundaba y nacía a la luz, rendiría cuenta de una necesidad cultural imperativa, puesto que la música viva y selecta era manejada en ese tiempo sólo por el conjunto coral dirigido por Arturo Medina. Lo magnífico y maravilloso de esta orquesta no sería su fundación, sino su persistencia en el tiempo gracias a la batuta de Wilfried Junge, su director consecuente. En este año, 2012, la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Concepción cumplirá 60 años de vida.
Paralelamente mis inquietudes me llevarían a participar en grupos artísticos de grabado y pintura con estudios en la Academia Vespertina en Víctor Lamas. De este grupo dependiente de la APEC de Chile, provendría el programa de creación de una Escuela de Arte presentada como programa a la U de C en cuya proposición y redacción tendría importancia señera Tole Peralta, ya funcionario de la U de C. Además a Tole se debe esencialmente la formación de la Pinacoteca de la Universidad de Concepción, conjunto importante de obras de arte visuales de la cultura de Chile. Habría aquí que destacar la figura de Julio Escámez de origen local y trascendencia sobre nacional. Con integrantes del grupo asumiríamos las diferentes asignaturas de esta Escuela de Arte de ya 40 años de enseñanza sistemática. En dicha institución yo haría clases de gráfica, diseño básico, estética y arte contemporáneo, logrando mi título de Licenciado en Arte en 1976. En 1969 a crearse la Escuela de Arquitectura de la Universidad Técnica del Estado, actual Universidad del Bío Bío, sería llamado a ocupar cargo de profesor de Composición Plástica, luego Configuración Espacial y Composición Arquitectónica, cargo que ejercí hasta mi retiro de la Universidad, habiendo alcanzado grado de Prof. Emérito tanto en la Escuela de Arquitectura de la UBB como de la Escuela de Arte de la Universidad de Concepción.
En el año 2011 publicaríamos con María Angélica Blanco, escritora, el libro de aproximaciones eróticas y estéticas: Besos y Besos, editado con Tulio Mendoza.
Los lenguajes de la música, las artes visuales, la literatura, el teatro etc. contribuirán con eficacia a definir los valores de la creatividad sensible y de la cultura de un pueblo en una época determinada, y con ello ayudaría a definir los criterios y las vicisitudes de la cultura contemporánea.
Eduardo Meissner G.[1]Premio Bicentenario 2011.
↑1 | Premio Bicentenario 2011. |
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