Según datos arrojados por la Organización de Naciones Unidas, el 20% más rico de la sociedad en Chile capitaliza el 62,2% de los ingresos, mientras que el 20% más pobre solo alcanza el 3,3%, brecha socioeconómica solo comparable con países africanos como Sudáfrica, Zimbabwe, Swazilandia o Nigeria.
En Sudamérica —y el mundo en general— nuestro país tiene fama de vecino exitoso, serio, seguro, confiable y con un sistema económico citado como ejemplo de aplicación. Debajo de esa estudiada estructura de marketing sociocultural, se esconde un tejido sumergido en un estado catatónico crónico —transversalmente pobres, clase media y clase acomodada—, sin reacción, y con una libertad aparente, determinada por las cuotas de endeudamiento, y por el último post de Facebook o Twitter para quienes tienen acceso a internet. Los mundiales de fútbol, la educación y las protestas sociales detonadas por la construcción de megaproyectos energéticos parecen ser los únicos shock electromagnéticos que despiertan a un organismo socibiológico faranduralizado, que vive satisfecho en la comodidad de la superficie de mundos artificialmente ideales, creados y manipulados por la industria del entretenimiento.
Chile muestra esta ambivalencia con fuerza, no solo en la distribución de su riqueza, en su desigualdad y su democracia sin una participación efectiva, sino que también en la apropiación y usos de las tecnologías. Con respecto a los iniciados digitalmente, por un lado existen pequeños grupos activos que usan las tecnologías de una manera creativa y con fines sociales, activando comunidades tanto geolocalizadas como de interés, y por otro lado existe la gran masa que día a día aumenta la cantidad de basura que circula por internet.
El uso de herramientas digitales por parte de estos dos grupos contrasta con los niveles de penetración de las TIC, y está justamente en la forma de su uso la clave para construir y participar colectivamente en una sociedad consciente de los paradigmas que la rodean y componen.
La construcción participativa de las políticas de cultura parecen hoy una utopía para la nueva clase media digital chilena, caracterizada por tener dos celulares, banda ancha y casi siempre el último dispositivo de moda. Esta clase media digital tiene cientos de amigos imaginarios y satisface su necesidad de reunirse en el “ágora virtual”, casi siempre estéril y determinada por un mercado neoliberal que promueve por diversos medios el consumismo desgarrado, motor del crecimiento de nuestra economía, representado por las nuevas estrategias wikinomics, como Mercado Libre o Groupon. El ciudadano digital se reconoce fácilmente como un neoconsumidor, que compra y paga sus cuentas en línea y participa activamente en campañas ecológicas y sociales desde su casa,1 sin embargo carece de una contraparte cultural, ya que vive un momento de transición generacional con respecto al uso de las TIC. En su casa, el colegio o la universidad nunca le enseñaron a comportarse en un ambiente virtual. No conoce los netiquette,2 es un salvaje digital.
Ahora bien, esta mirada más macro del fenómeno tenemos que contrastarla con una coyuntura que va cambiando momento a momento, casi más rápido que la determinada por la Ley de Moore.3 2011 va a pasar a la historia como el año de las revoluciones iniciadas primero en la red y luego en la calle. Wikileaks fue motor de esa indignación, transparentando datos manejados por el cuerpo diplomático de EEUU que en el dominio público se convirtieron en la pólvora que inició una serie de cambios estructurales. En Chile, España y Medio Oriente miles y millones de personas se vuelcan al espacio público de las calles e internet para hacer visibles sus demandas. La sensación de participar virtualmente despertó en parte el organismo catatónico generalizado.
Por otro lado, en la red circulan videos de protestas con gente herida y muerta luego de ser reprimidos por gobiernos que no estaban preparados para este tipo de revueltas. Estas imágenes se filtran a todo el mundo sorteando muros virtuales construidos sin el mismo celo ni prolijidad de los que atesoran la aparente ejecución de Osama Bin Laden en Abbottabad, Pakistán.
En Chile, durante el discurso del Presidente en la cuenta pública del 21 de Mayo se cortó la transmisión de internet, dejando sin la posibilidad a los asistentes de usar twitter u otras herramientas, ejerciendo un nuevo tipo de censura en el espacio virtual. Pablo Matamoros, consultor web del Presidente, declara en una entrevista al periodista Mauricio Weibel: “El gobierno tiene la responsabilidad de escuchar lo que sucede en las redes sociales digitales, no es algo fascistoide”. Es decir, el gobierno de Chile monitorea las redes sociales para modificar sus decisiones y observar individual o colectivamente la participación de los ciudadanos. Matamoros más adelante en la entrevista explica: “Por ejemplo, si un tema cobra fuerza el lunes en internet, el jueves llega a los medios y eso posibilita al gobierno pensar en su pauta”.4
Lo mínimo que uno se puede preguntar en este caso es si el gobierno tiene la facultad ética para desarrollar un monitoreo como este. El teórico cultural y urbanista Paul Virilio (París, 1932) acuñó el término dromologia, o ciencia de la velocidad, la que pone en perspectiva el progreso social y su relación con la guerra. Virilio articula:
“Quienquiera que controle el territorio lo posee. La posesión del territorio no es primordialmente un asunto de leyes y contratos, sino primero, y mayormente, un asunto de movimiento y circulación”.
En su libro Speed and Politics menciona que “la historia progresa a la velocidad de los sistemas de las armas”. Una de estas armas es el control a tiempo real a distancia, la cual se ha filtrado de diversas maneras en la sociedad civil. La aparente libertad de opinión es monitoreada y sirve como estadística para este y todos los gobiernos conscientes de la importancia de las TIC. Además el gobierno tiene la posibilidad de saber geolocalizadamente desde dónde se opina rastreando la IP. Ese es un límite no tolerable, ya que atenta contra la privacidad de las personas.
Estamos en el inicio de una etapa que estará determinada por construir protocolos colectivos que integren el componente de participación a distancia y democracia electrónica. Esta realidad nos habla entonces de la necesidad de dar una lectura más política a los datos de los diversos estudios y sondeos sobre los alcances y penetración de la tecnología, porque es en los usos de las plataformas, en la creación de comunidades, en la apertura de espacios de socialización, participación y ciudadanía, donde se tiene que poner atención para la construcción de políticas, protocolos y estrategias digitales para el Estado, y a hasta donde tienen que llegar efectivamente las políticas públicas que potencien el libre acceso y la democratización de los contenidos. En este sentido la Biblioteca del Congreso Nacional ha desarrollado una excelente práctica de estas materias, con un programa como Delibera, entre otros.5
Temas muy importantes y de nivel ciudadano son la neutralidad de la red, que se garantice un espacio de libre circulación de conocimientos, regular el manejo de las empresas de software, telefonía y proveedoras de internet, televisión digital, propiedad intelectual y derechos digitales ciudadanos. En este pequeño abanico es donde hay que avanzar y ampliar las investigaciones y estudios.
¿Desde el ámbito de la Cultura, qué podemos establecer como reflexión?
Recientemente se ha creado el Área de Nuevos Medios en el CNCA, respondiendo a un cambio estructural que está viviendo esta institución, agregando disciplinas que durante mucho tiempo no estaban consideradas en la escena cultural reconocida por el Estado. Pero el cambio estructural no se ha detenido en esa reestructuración de departamentos, y se ha anunciado la creación del Ministerio de Cultura de Chile.
¿Cuál es el real alcance y relación para el mundo cultural que pueden tener los siguientes aspectos de una red deseada frente a un panorama amplio?; una red que podría estar conformada por el Programa Enlaces, Televisión Digital, Área de Nuevos Medios, Memoria Chilena, Enciclopedia de Chile, Conicyt, red de Museos y Centros Culturales, Gobierno Electrónico, Innova, Corfo, Personas, Colectivos y laboratorios, entre otros actores relevantes.
La cultura atraviesa y es parte de cada uno de ellos, el acento, entonces, está en establecer vías de comunicación, trabajo y participación, para que estas instancias y muchas más den el telón de fondo a una política de la Cultura Digital en Chile. Los grandes temas están instalados desde la Educación y la Innovación, sin lugar a dudas, y la Cultura forma parte de ellos, en sus prácticas, usos, desarrollo e instalación.
Es necesario seguir con el trabajo de la creciente participación, democratización de acceso y políticas de uso de las tecnologías, garantizar dicho acceso a los sectores con menos ingresos e incentivar la construcción de telecentros o centros comunitarios con servicios, personas capacitadas, buen equipamiento y mantención.
Nuestra institucionalidad cultural está en pleno proceso de reestructuración de sus políticas, y esta condición debe recibir y hacer participar a la comunidad colectivamente en la creación de una estructura pública con las dimensiones de un ministerio. Uno de los grandes temores es que este ministerio no sea participativo, entonces ¿cómo construir una política pública que incluya una potente participación ciudadana en la cotidianidad de un ministerio? Parece una paradoja, sin embargo las herramientas de las redes sociales tienen la facultad para resignificarse en un contexto político inclusivo. El CNCA, su Departamento de Estudios, y las áreas comprometidas en esta reestructuración, cuentan con las herramientas disponibles para crear condiciones de transparencia, las metodologías de participación necesaria, la sistematización y asimilación ampliada. El diseño y conformación de un ministerio que articule y cumpla el eco de la ciudadanía, un espacio democrático y abierto para la discusión y reflexión continua de temas tan relevantes mediante la conformación de foros y wikis neutrales para la construcción de políticas culturales. En el caso específico del fomento estatal a la formación, investigación, desarrollo, difusión y conservación de obras de arte, ciencia y tecnología, y cultura digital inmaterial, el camino evidente pasa por utilizar las herramientas de la tecnología digital para promover la construcción colectiva de una política cultural basada en la ergonomía social del país, tomando en cuenta las complejidades de los territorios desplegados a nivel nacional, desde el colegio, la universidad y la vida profesional.
¿Cuál es el valor de la información en un mundo digital que está virando hacia el paradigma de inmediatez de las redes sociales? ¿Cómo nos estamos relacionando por medio de las herramientas digitales? ¿Qué tipo de ciudadanía estamos creando en la era digital?, ¿Cuáles son los protocolos de usos y prácticas? ¿Qué tipo de ética está relacionada a las prácticas digitales?
Todas estas dudas son propias de una construcción común global en desarrollo, y tienen como base el compromiso político y social de las herramientas cotidianas con las cuales desenvolvemos tanto nuestro trabajo como nuestras acciones cotidianas.
El Departamento de Estudios del CNCA recientemente compiló datos y textos para atisbar el ambiente y resolver algunas de estas dudas, con base en extractos de los Anuarios de Cultura y Tiempo Libre, y resultados relacionados con el uso de internet que arrojó la Encuesta de Participación y Consumo Cultural el año 2009.
El problema de estos datos estadísticos, y de los estudios realizados anteriormente, es que no existe un registro de contenidos asociados al acceso a internet, tanto en el plano cultural como educacional. Los datos solo arrojan información estadística del acceso (cuánta gente, en qué regiones, etc).
Al igual que en la discusión sobre la norma de la Televisión Digital, la forma de acercarse a la información está muy centrada al aspecto técnico y en la forma de acceso, no en los contenidos culturales a los que se accede.
Un dato que llama la atención es el porcentaje de la población que no accede a internet porque no le gusta o interesa, desglosada según nivel socioeconómico. En este ítem, el grupo ABC1 presenta el valor más alto, con un 39,6%. En tanto, los grupos C2, C3, D y E obtienen entre un 20,1% y un 18,1%, con diferencias que no superan los dos puntos porcentuales. Este dato se complementa con otros estudios como los desarrollados por la Secretaría de Desarrollo Digital,6 y de la Agencia Ayerviernes “Soy Digital”,7 los que arrojan las siguientes conclusiones:
- El 90% de la población tendrá acceso a internet el 2015.
- Un promedio de 3,6 horas diarias usan internet los chilenos, destacando mayor intensidad de uso en los segmentos entre 18-34 años.
- Internet es el medio de información más importante entre los usuarios con un porcentaje de 73%, superando la TV (66%), radios y diarios. Tendencia similar aunque un poco más moderada se da en entretención.
- A mayor cercanía con las tecnologías y dispositivos electrónicos mayor es la frecuencia de las actividades realizadas por medio de internet. Mientras más cerca la tecnología, más evidentes son los beneficios de su uso.
- Entre los usuarios de internet, el 93% usa e-mail; 84% usa Facebook, 21% Twitter. Fotolog, en tanto, va en baja.
- El e-mail es de uso igualitario para todas las edades, en las otras actividades persiste la brecha generacional, con mayor uso por parte de los jóvenes.
La necesidad de una mirada crítica respecto de estos informes es la variable para atenuar el exitismo del crecimiento de la banda ancha o de los usuarios de internet, o para evidenciar por qué el estrato ABC1 tiene más conocimientos y posibilidades de acceso que el C2 o C3, o si en Tarapacá hay más conectividad y uso de internet que en el Maule. La necesidad de construcción colectiva y participativa de los estudios que den importancia a temas de fondo, parece ser el camino señalado por una sociedad interconectada digitalmente, y para la construcción de políticas a corto, mediano y largo plazo que logren abrir el debate público sobre temas afines al crecimiento tecnológico y de internet, o sobre la implementación de un Ministerio de Cultura.
La brecha digital es uno de los índices medidos por la OCDE, por lo que integrar metodologías para la formación de nuevas audiencias digitales, usando Nuevos Lenguajes y Tecnologías de la Información y la Comunicación, es un desafió impostergable dada la situación contractual de un país en vías de desarrollo.
Ha existido una considerable inversión en torno a disminuir la Brecha Digital, que básicamente ha sido abordado desde la idea del acceso a las tecnologías digitales, programas educacionales a través de la Red Enlaces (Mineduc), de alfabetización digital, de incorporación de tecnologías en los procesos pedagógicos, entre otros esfuerzos que han sido un aporte sustancial, pero que no dejan de tener un problema base, el cual radica en cómo y desde dónde se aborda esta condición sociotecnológica, y en la escasa producción de contenidos que refuercen una identidad local.
La responsabilidad social de las “organizaciones civiles digitales”, y reforzar el “hacer ciudadanía digital” se presentan como dos grandes desafíos. Crear espacios de diálogo con los actores y agentes de la cultura digital es igual de importante. Tener un lugar de debate y propuestas con la institucionalidad cultural, y que desde allí se formen nexos con todas las reparticiones públicas que sean pertinentes, es clave para la articulación de una construcción colectiva de políticas públicas, orientadas incluso a lograr que evolucionen artículos de nuestra Constitución. Pensar y participar en una política pública que nace de las preocupaciones, problemas, oportunidades y condiciones de las bases del sistema social, es un proceso que pasa por distintos agentes que hoy no están interconectados. Estamos ante un conjunto de prácticas, de artistas, investigadores, gestores, que buscan un espacio en el cual alojar sus preocupaciones e iniciativas, y es una responsabilidad compartida, tanto de estos grupos como del Estado y la institucionalidad cultural, crear las instancias para recoger, apoyar y asimilar estas complejidades.
Enrique Rivera Gallardo y Simón Pérez Wilson – Plataforma Cultura Digital[1]Para más información visitar: www.plataformaculturadigital.cl
↑1 | Para más información visitar: www.plataformaculturadigital.cl |
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