En el centenario de su natalicio, la revista Observatorio Cultural tiene el agrado de presentar este número especial dedicado a honrar la memoria y la obra de una de las figuras culturales más importantes de Chile, Margot Loyola Palacios.
Fallecida el 3 de agosto del 2015, a los 96 años, Margot Loyola fue una destacada intérprete, compositora, investigadora y docente de la música popular y de la cultura tradicional de nuestro país. Su tarea de rescate, salvaguarda y puesta en valor de un vasto conjunto de prácticas —labor que emprendió casi sin interrupciones desde 1936— es sin duda alguna, uno de los legados patrimoniales —musicales, coreográficos e históricos— más importantes de la cultura chilena.
En sus cientos de viajes por Chile, ya fuera sola o acompañada, con o sin grabadora —herramienta por la que sentía escaso afecto—, su método se guió por una máxima ética precisa: nunca fue su meta el rescate de la práctica en sí misma, ajena a sus condiciones de realización, sino de la humanidad que se vislumbra a través de ella. Como se lo plantea a Agustín Ruiz, en su texto Conversando con Margot Loyola (1995):
Todo lo que yo investigo está relacionado con las personas. Por eso, cuando voy al medio me pasan dos cosas: primero vivo, no pienso. Vivo el paisaje, me emociono. Descubro al hombre y aprendo de él todo lo que pueda y quiera enseñarme. Gozo viendo caminar a una mujer. Me gusta oírlas, mirarlas, tocarlas, me gusta descubrir la dimensión humana. Así aprendo cosas que ni he pensado preguntar.
Y unas pocas páginas más adelante:
Nosotros tenemos un compromiso ético: las comunidades tienen que dolernos porque es la única forma que esto valga la pena. Hay que estar dentro, hay que querer, ayudar y defender a las comunidades. La investigación debería principalmente ser una actividad orientada por la ética.
En otras palabras, como planteaba Lagos Kassai en 1999:
Margot Loyola aplica un método de investigación en terreno al más puro estilo antropológico; pero, a diferencia de quienes practican esta disciplina, su investigación empírica culmina en la escenificación de una estética. A ella le interesa descubrir lo que está detrás del movimiento corporal o gestual de quienes viven el folklore como fenómeno cotidiano, incorporado a su cosmovisión.
Es posible, entonces, que la complejidad y variedad de los números musicales de “la maestra” —como aún la llaman con afecto y admiración sus amigos y amigas y antiguos colaboradores— y la riqueza de su dimensión performativa, obedezca, entre otras cosas, a su voluntad de poner en escena representaciones lo más apegadas a la experiencia original de las prácticas musicales y coreográficas del mundo campesino y de los pueblos originarios, que conoció en sus viajes.
Durante toda su vida Margot debió enfrentarse a la etiqueta de “purista”; ella misma lo negaba, apelando a la contemporaneidad de sus intereses. En su entrevista con Agustín Ruiz (1995) explica: “Siempre trabajo con lo que veo. A veces dicen que Margot Loyola estudia cosas de museo, cosas antiguas. No, yo bebo de lo presente”. Lo cierto, en cualquier caso, es que, si Margot fue en algún sentido purista, lo fue porque vio conjuntos de música folclórica, cuyo propósito principal era obtener el favor del público, sin importar los medios. Alcanzar una proyección folclórica fidedigna, respetuosa del material legado por las comunidades, exige paciencia, dedicación y prudencia, virtudes que Margot tuvo en abundancia.
La seriedad, cuidado y cariño que Margot Loyola demostró por las canciones y bailes que descubría en sus viajes, no la llevaron a preservarlos en formalina; por el contrario, y como señala con acierto David Ponce en su artículo Los puentes de Margot que abre este número especial, ella encarnaba un doble rol de investigadora y exponente, de maestra y artista del espectáculo.
Por lo mismo, para Margot un trabajo de investigación de esa laya, anclado en hechos reales, subordinado a la historia material de las cosas y que indaga en lo humano de lo humano, debe encontrar una salida, un modo que permita su divulgación a un público amplio. No basta con dejarlo escrito en libros, ni que la música sobreviva a través de una partitura. Debía ponerse en escena, verse, sentirse, sonar: “Lo fundamental es que cuando nosotros hablamos de música, ésta debe sonar. Lo otro es algo árido […] Nosotros que somos aficionados (a la investigación), recogemos la música y ¡la ha-ce-mos!”, así se lo afirmó a Agustín Ruiz.
Como señala Sonia Montecino (Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, 2013) en este número especial de la revista, el mero hecho de que Margot Loyola pudiera presentarse en algunos escenarios de su época, era una manera de conquistar un espacio que tradicionalmente no daba cabida a las mujeres. En ese sentido, su madre, como también advierte Montecino, fue crucial, en tanto comprendió que su hija no seguiría senderos femeninos prefijados, y la alentó y ayudó a que tuviera una formación musical sólida.
Mariela Ferreira, histórica directora artística del famoso conjunto folclórico Cuncumén, Andrea Andreu, cantautora e intérprete de música de raíz, y Gabriela Campaña, antropóloga y actual miembro del conjunto Cuncumén, en la entrevista realizada para este número, destacan la constante generosidad de Margot, lo que vinculan con la generosidad ancestral de la mujer de campo chilena. A su vez, la consideran una revolucionaria que remeció las coordenadas que comúnmente delimitaban el trabajo de investigación folclórica en terreno, proyectándolo a la ciudadanía en su conjunto.
Esa cualidad de nexo entre mundos es precisamente a lo que David Ponce llama la atención con el título de su ensayo, Los puentes de Margot. Su constante ida y vuelta, entre la docencia y el aprendizaje, entre los márgenes y el centro le dieron la capacidad que tuvo para tender puentes y establecer vasos comunicantes entre el mundo rural y el urbano y fomentar diálogos simétricos entre uno y otro ámbito.
Este número especial cuenta también con un fotorreportaje titulado Geografía musical de Chile, creado a partir de fotos del archivo de la Academia Nacional de Cultura Tradicional Margot Loyola. Agradecemos a Osvaldo Cádiz la gentileza y paciencia que tuvo con nuestras constantes peticiones y preguntas. También escriben amigos de Margot recordándola y analizando sus diversos legados. Nuestros agradecimientos a Juan Pablo López, quien fue responsable de las gestiones correspondientes.
Margot Loyola Palacios, quien en 1994 recibió, como reconocimiento a sus aportes y trayectoria, el Premio Nacional de Artes Musicales, fue una devota amante de su tierra, un país que no le gustaba dejar, siquiera por unos días, y el que decía llevar todo adentro de sí. Margot en su entrevista con Ruiz, le cuenta que todo lo que hizo, fue:
Por vocación. Y creo que con eso se nace. Mi vocación es un amor casi enfermizo, neurótico tal vez, por la tierra. Yo no lo puedo explicar, pero es un amor que me hace llegar a las lágrimas, porque siento todo el país dentro de mí, todos los caminos, todas las desesperanzas y esperanzas, los sufrimientos.