Nemesio en el espacio público – Montserrat Sánchez

Conocida es la labor de democratizar el arte que desarrolló Nemesio Antúnez. Desde la gestión cultural, como director de los más importantes museos de arte del país en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) y en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de la Universidad de Chile, y a través del programa de televisión Ojo con el arte. Poco se sabe, sin embargo, de su trabajo relacionado con la instalación de murales en el espacio público.

Cinco son los murales que se conocen del artista, casi todos en el centro de Santiago, pero a lo largo de su vida realizó otros más, que aún permanecen en el anonimato. Falta de información, registros inexactos e incluso modificaciones y extravíos han generado un gran desconocimiento de esta parte de la obra de Antúnez. El estado de conservación de la mayoría es lamentable, incluso de los que cuentan con declaratorias de monumentos históricos. No obstante, la reciente restauración de los murales Sol y Luna, en el Hotel Gran Palace, ubicado en el centro de Santiago, es una noticia esperanzadora.

Este recorrido visual aborda los registros que se encontraron de esta ignorada parte de la colección del artista. Distintas personas e instituciones contribuyeron en esta investigación, entre ellas, la Fundación Nemesio Antúnez, Miguel Lawner, Rodrigo Guendelman, la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), la Organización de las Naciones Unidas (ONU), junto a otros más, que entregaron imágenes y antecedentes que tenían sobre estas obras. Juntos constituyen un importante insumo para esclarecer lo que fue el muralismo de Nemesio Antúnez.

El muralismo en Chile emergió en los años 60 bajo la influencia de artistas mexicanos como Diego Rivera, Xavier Guerrero y David Alfaro Siqueiros, quienes orientaron su quehacer artístico hacia la socialización del arte con obras monumentales públicas. Uno de los primeros murales en Chile fue realizado por Siqueiros en Chillán, tras el terremoto que afectó a esa ciudad en 1939. Santiago no se quedó fuera de ese movimiento artístico y pronto comenzó a lucir también pinturas murales en algunos de sus edificios públicos.

En 1953, Antúnez realizó el que se conoce como su primer mural del que se tenga registro: Llegada de las banderas. Recién volvía a Chile, luego de una estadía de diez años en Estados Unidos, adonde había partido con una beca Fullbright a estudiar un máster en arquitectura en la Universidad de Columbia. “Regresaba, en suma, a pintar Chile desde Chile, con una visión más amplia del mundo, con otras proyecciones. Chile se ve más claro desde afuera, se le puede medir mejor; allí están la Mistral y Neruda, éste decía que el artista debía vivir en Chile, pero salir para verlo mejor. Llegando, pinté un mural multitudinario para el Congreso de la Cultura en el escenario del Teatro Caupolicán, reuniones masivas, populares”, recuerda Antúnez en su Carta Aérea.

Durante la primera mitad del siglo XX comenzaron a edificarse galerías comerciales en el centro de Santiago, las que se convirtieron rápidamente en un punto de encuentro para la sociedad capitalina, sobre todo cuando se establecieron en ellas los primeros cines. Junto con su afán modernizador, los arquitectos a cargo de estos espacios quisieron embellecer las edificaciones con obras de reconocidos artistas, para hacer del arte un bien común para todos los habitantes.

En ese contexto Nemesio Antúnez dio vida al mural Quinchamalí, uno de sus más conocidos. Era 1958 y el artista ya tenía el Taller 99, liderando un movimiento que le daba categoría al grabado en Chile. El arquitecto del edificio, Juan Echeñique, le encargó una obra con motivos que aludieran a Chile para el muro instalado en la entrada del ex Cine Huelén —hoy convertido en un centro médico—. En esa época Antúnez había viajado a Quinchamalí, localidad alfarera de la región del Ñuble, incorporando a la obra de arte lo que tradicionalmente se atribuía a las expresiones de artesanía.

En el suelo de la galería, Antúnez instaló además dos caminos de mosaicos hechos de mármol, en blanco y negro. Los caminos van desde ambas entradas de la galería —Huérfanos y San Antonio— y se juntan formando una L donde solía estar la entrada del cine. La prensa de la época habla de una tercera obra de arte de Antúnez que habría estado en este lugar: una pintura sobre una muralla que atravesaba ambos pisos del teatro. Se habría llamado Huelén, como el cine, y habría medido 8 x 4 metros. Testimonios de personas cercanas al artista coinciden con esta información, pero hoy no se tiene registro de la obra.

El mismo año en que pinta Quinchamalí, Antúnez realiza el mural Terremoto. En 1958 el arquitecto del cine Nilo, Emilio Duhart, llamó a un concurso para decorar el hall de acceso para la sala que se inauguraría ese año. Antúnez ganó el certamen y realizó una obra que instaló en toda una pared del vestíbulo del cine. El mural cuenta con una dimensión aproximada de 30 metros cuadrados. Terremoto fue una de las primeras obras en las que Antúnez hizo uso de la iconografía de damero, rasgo distintivo en su producción posterior. A pesar de ser monumento histórico desde el 2011, también este mural se encuentra en un deteriorado estado de conservación: descascarado, afectado por la humedad, opaco, con daños por movimientos sísmicos, huellas de ceniceros y ubicado en una oscura sala de lo que hoy es un cine que exhibe películas para adultos.

En su afán de exhibir obras de arte en el espacio público, Antúnez no solo pintó murales en galerías comerciales. En 1962 realizó el mural Carbón, mar, lluvia, en el frontis de la Escuela n° 7, de Coronel, del que no quedan rastros pues con el tiempo se fue borrando hasta que lo pintaron encima. No obstante, actualmente la Municipalidad de Coronel está gestionando su restauración.

No fue el único mural que Nemesio Antúnez realizó en establecimientos educacionales. Otro, también desaparecido, Sol, mar, sal, de 10 x 7 metros según la prensa de la época, fue realizado en 1957 en el Liceo de Tocopilla. Dicha construcción tuvo que ser demolida tras el terremoto del 2007, por lo que hoy el mural ya no existe.

Además, hay otros murales de Nemesio Antúnez que han desaparecido: en la Zapatería Orlando, en calle Huérfanos, habría existido un mural con un diseño de volantines, de 1954; otro, de 1956, habría estado en un Sodimac en la calle Matías Cousiño; y también habría existido un biombo de 5 x 3 metros de propiedad del señor Luis Landea, realizado en 1953.

El mural conservado más desconocido de Antúnez es Cuauhtémoc y Lautaro, el cual realizó en 1963 —mientras era director del Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile— en el Club Deportivo, Social y Cultural México, dedicado al boxeo y ubicado en la calle San Pablo, en Santiago, y poco se sabe sobre cómo llegó a pintarlo aquí. Este recinto fue construido como parte del Plan Chileno-Mexicano de Cooperación Fraternal 1960-1964, y su ubicación no es muy conocida.

El mural se encuentra en la Sala Cultural Gustavo Ortiz Hernán. Realizado sobre tela, muestra un paralelo entre la figura de Cuauhtémoc (a la izquierda), el último emperador azteca y quien defendió Tenochtitlán de las fuerzas de Hernán Cortés, y Lautaro (a la derecha), destacado líder mapuche de la Guerra de Arauco. Junto a cada líder aparece una montaña icónica de México y Chile (Popocatépetl y Aconcagua, respectivamente) y extractos de poemas de Ramón López Velarde, poeta mexicano, y de Pablo Neruda.

Nemesio Antúnez realizó varios murales fuera de Chile, aunque no se sabe con exactitud cuántos. Uno de los que se tiene registro es Corazón de los Andes, que se encuentra en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York. En 1964, Nemesio fue nombrado agregado cultural de la embajada chilena en Estados Unidos, por lo que se radicó nuevamente en Nueva York. Ahí, entre su oficina y su taller, se dedicó a difundir la cultura de Chile y Latinoamérica. “Es un corte transversal de los Andes que muestra en su interior el azul del lapislázuli, el verde del cobre, el blanco del salitre. Está en el Hall de las Comisiones, fue un obsequio a Chile de la ONU y un obsequio mío a Chile”, señala respecto a su obra en su Carta Aérea.

En abril de 1972, el edificio que albergó la III Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo —también conocido como el edificio de la Unctad III— abrió sus puertas en Santiago, con 35 obras de los artistas más importantes de la época, en un inédito proyecto coordinado por el artista Eduardo Martínez Bonati que incorporaba arte y arquitectura en un mismo edificio. Entre ellas había una intervención de Nemesio Antúnez en la antesala del casino.

Después del golpe militar de 1973, el edificio —que en ese momento se llamaba Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral— pasó a llamarse Diego Portales y se convirtió en sede de la Junta Militar, con lo cual más de la mitad de las obras desaparecieron. La obra de Antúnez fue modificada y las cerámicas se reinstalaron en el piso como un tablero de ajedrez. En el 2006, producto del incendio que afectó al edificio, la obra quedó en malas condiciones. Hoy no hay rastro de ella en el actual Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM).

Tras el golpe militar, Nemesio Antúnez se radica en Barcelona y luego en Londres. Finalmente, regresa a Chile en 1984, no sin antes vivir un par de años en Italia. “Decidida la vuelta a Chile, hicimos una estadía de dos años en Roma, para sacudirnos de la tranquilidad y de la niebla londinense y sumirnos en el sol y el color, y la vitalidad; el romano es comunicativo y alegre. Gozamos bellísimas ciudades en toda Italia, museos espléndidos, yo era una aspiradora. Esos dos años fue como cargar las baterías, fueron un acierto total antes de reintegrarnos a la vida chilena”, recuerda en su Carta Aérea. En esa estadía realiza Homenaje a Violeta Parra, en 1982, en el marco de un programa biográfico de la cantautora, dirigido por los músicos Hugo Arévalo y Charo Cofré para Radiotelevisión Italiana. Antúnez confeccionó un tríptico que serviría de escenografía para el programa.

Hay indicios de que este mural no sería el único realizado por Antúnez sobre Violeta: habría otro, también llamado Homenaje a Violeta Parra, realizado en 1977 en la Escuela Sabadell en Cataluña. Hoy no se tiene registro de él. Antúnez era parte del círculo de amistades de Violeta Parra, lo cual se refleja en un intercambio artístico mutuo: él le diseñó la portada de su álbum Tonadas, de 1959, en la cual retrató a la artista como cantora; y ella compuso una melodía llamada “Los manteles de Nemesio”, en homenaje al artista y a uno de sus cuadros.

En una de sus visitas a Florencia, en 1983, Antúnez pintó Homenaje a Neruda. De este mural, no se tiene mayor información ni conocimiento de su paradero actual. Mientras vivía en Estados Unidos, a fines de los años 40, Antúnez, sin conocer mucho a Neruda, se quedó un tiempo en su casa en México. En su Carta Aérea dice que ahí “comenzó una profunda amistad que nunca terminaría, ni siquiera con su muerte”. Además de este, otro mural del mismo nombre, de 1976, habría estado en la Plaza de Toros de Barcelona, pero tampoco se tienen registros de él.

Bailarines con volantines fue su último mural. En 1992, ya en Chile, y siendo director del MNBA por segunda vez, Antúnez se hizo cargo del mural n° 16 de los veinte que fueron plasmados en muros y fachadas de antiguas casas del cerro Bellavista, que componen el Museo a Cielo Abierto de Valparaíso.

Esta iniciativa había surgido a fines de la década de los sesenta, liderada por el profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV) Francisco Méndez, quien convocó a reconocidos pintores chilenos para realizar murales en los contrafuertes de los cerros de Valparaíso en un intento de involucrar al espectador cotidiano con el arte y el entorno urbano.

 

Sol y Luna: un caso de restauración de muralismo

Mención aparte merecen los murales Sol y Luna, realizados en 1960. Estos fueron encargados a Nemesio por el arquitecto Alberto Cruz Eyzaguirre para adornar los descansos del ex cine Gran Palace —hoy centro de convenciones del mismo hotel—, inaugurado el 19 de enero de 1961 en Huérfanos, calle que concentraba la mayor cantidad de cines de la capital.

Se trata de dos pinturas de más de 4 metros de largo por 2,8 metros de ancho, que se encuentran una frente a la otra en el hall de acceso al ex cine. Fueron pintados al óleo sobre el muro e incorporan láminas de plata e hilos de oro en las figuras principales, lo que supone una experimentación técnica y material por parte del artista.

Ambos murales son monumentos históricos desde el 2011 y acaban de ser restaurados, por lo que hoy son los que se encuentran en mejor estado.

La restauración fue una iniciativa del dueño del hotel, Pablo Novoa. “Conocí a Nemesio Antúnez y su obra gracias al programa de televisión Ojo con el arte, y antes de comprar el cine Gran Palace ya sabía de la existencia de estos murales. De hecho, varias veces impedí que los pintaran encima con brocha o que los graparan con publicidad del cine”, explica Novoa. “Nuestra motivación fue recuperar, mantener y ensalzar el arte, ya que en otros cines se perdieron grandes obras que había y no quería que sucediera lo mismo”, agrega. Por ello, invirtió 20 millones de pesos para una recuperación de los murales que se realizó entre 2015 y 2017, a cargo de la restauradora Clara Barber.

“El estado de conservación general era malo, ya que si bien ambos murales se encontraban estructuralmente en buen estado, los estratos superficiales y por tanto más visibles, se encontraban en muy malas condiciones, no permitiendo apreciar la obra como el autor la creó”, dice la restauradora, quien destaca fundamentalmente los daños producidos por la acción de terceros (malas intervenciones de limpieza y utilización de corchetes y grapas sobre la superficie) y por vandalismo (grafittis con spray, plumones y bolígrafos).

En el mural Sol, la restauradora encontró una limpieza mal realizada, probablemente en los años noventa, en la cual incluso se había retirado parte de la pintura. La obra presentaba una gran cantidad de incisiones debido a la colocación de grapas por fijación de carteles directamente en la superficie (cuando funcionaba como cine) y por erosiones provocadas accidentalmente, así como grafismos realizados con objetos punzantes.

Otro daño evidente fue provocado por la colocación y retiro de una cinta adhesiva, la cual arrancó las capas pictóricas en las ondas azules del mural. Sobre toda la superficie se encontraron manchas de diverso origen, grasa, gotas de pintura y grafismos con plumones y bolígrafos. En las zonas más altas, por no estar cerca del acceso de transeúntes, había menor cantidad de daños. Sin embargo, había marcas por el apoyo de escaleras, manchas de pintura y una capa de suciedad y nicotina acumulada a lo largo de más de 35 años.

El mural Luna está sobre un material menos rígido que Sol (ladrillo versus hormigón), por lo que tenía daños en la base (grietas poco profundas), debido, probablemente, a movimientos sísmicos. Los daños más graves eran un grafitti de color rojo en la zona central superior y manchas de manos y grasa. También había una limpieza excesiva y heterogénea de la zona inferior del mural. Grafismos, incisiones y manchas de salpicaduras de líquido graso y de pintura fueron encontrados en la mayor parte del mural. En las zonas no lavadas, al igual que Sol, había una capa de suciedad acumulada y nicotina que distorsionaba el color original del mural.

Los trabajos en los murales comenzaron antes de la intervención misma de restauración, cuando se realizó la investigación histórica. En general, hay mucha falta de información respecto a los murales de Nemesio Antúnez. El caso de Sol y Luna no fue distinto. “La investigación histórica de los murales fue encargada a una historiadora del arte, pero la recopilación de datos fue complicada ya que no había mucha información sobre estas dos obras en particular. Incluso los archivos personales del artista carecían de escritos, bocetos u otra documentación que nos pudiese aportar datos desconocidos”, dice la restauradora Clara Barber.

Lo más complicado, explica, es que no pudieron dar con fotografías de las obras de sus etapas iniciales. Solo encontraron una fotografía de Sol en blanco y negro, publicada en un diario tras la inauguración del hotel. Luego, se realizó un análisis de los materiales que componían la obra y su forma de creación, para tomar la decisión de qué procedimientos y materiales utilizar. Esto se describió en un proyecto que debió pasar por la aprobación del Consejo de Monumentos Nacionales y el Centro Nacional de Conservación y Restauración.

“El principal desafío fue limpiar de forma homogénea una superficie que, siendo de un color plano en su gran mayoría, presentaba manchas de origen diverso y que, por lo tanto, necesitaba materiales y procedimientos diferentes para cada caso”, dice Barber. La intervención comenzó con los procedimientos de limpieza para eliminar la acumulación de suciedad, los agentes contaminantes, las manchas de diferentes materiales y la nicotina adherida a la superficie.

Se debió realizar una reintegración volumétrica en las zonas donde había faltantes de soporte o deformaciones de la superficie por golpes, para posteriormente realizar una reintegración cromática en estas lagunas y en otras zonas de pérdida de capa pictórica.

Los trabajos fueron realizados con materiales de alta calidad y fácilmente reversibles. Tras los trabajos de restauración, el hotel realizó un cambio de iluminación y del marco perimetral, lo que mejoró de manera importante la apreciación de las obras.

Pablo Novoa, dueño del hotel, evalúa positivamente los trabajos de restauración: “Creo que es importante este tipo de restauraciones para poder preservar el arte, para que sean conocidas por las nuevas generaciones y también por un tema histórico, hacer relucir el gran trabajo de los grandes artistas que tuvo Chile. En nuestro centro de convenciones el portero tiene instrucciones de mostrar los murales Sol y Luna a cualquier persona que pregunte por ellos y quiera conocerlos. De hecho, nos interesa también participar en un futuro en el Día del Patrimonio, que se realiza todos los años, para hacer masiva la existencia de estos murales en nuestras dependencias”.

“Como restauradora siento una gran satisfacción por haber tenido el honor de poder trabajar unos murales tan importantes y de un artista tan reconocido en Chile. Creo que ese es el verdadero fruto de la labor restaurativa, poner en valor nuevamente el patrimonio estético para la apreciación del público y de las generaciones venideras”, dice Clara Barber, la restauradora a cargo del proyecto.

 

Montserrat Sánchez.