Diario El Mercurio Santiago (1966)
“Suplemento Dominical”, de El Mercurio
Edición del 16 de octubre de 1966, p. 16.
En la comuna de La Reina, en el límite aquel en que la ciudad deja de ser tal y empieza a tener su dominio el campo, se encuentra levantada una carpa grande y vistosa con una entrada rústica formada por troncos y un parking para los coches de las visitas. Esa carpa es el orgullo de Violeta Parra, bajo ella tienen su imperio la guitarra y el brasero. Con sólo acercarse basta para escuchar los acordes de una tonada, una cueca, una refalosa o tal vez un cachimbo. Un interior amplio con sillas de madera y totora, y largos mesones de madera en bruto sobre piso de tierra.
—Me gusta sentarme en la tierra porque sé que estoy firme y sentir la naturaleza en mí. Palparla con mis manos y sentirme cerca de ella para poder olerla. Para mí no hay nada más hermoso que las que las cosas rústicas, quiero emplear todo lo que la naturaleza da y emplearlo tal como de ella nace.
Dentro de aquella carpa uno se siente transportado a otro mundo, al mundo de la música y del lenguaje sencillo y claro, al mundo del sueño, del amor, de la meditación, a aquel lugar que nos brinda la naturaleza de los verdaderos hombres, que es mundo de la canción.
Un poco de música en que se expresa la alegría del hombre del norte, del centro o del chilote, unas cuantas sopaipillas, queso, empanadas, unos tragos de mistela y un brasero al centro con jugosos trozos de carne, de asadito a lo divino, brindan al visitante ese complemento tan necesario para sentirse unido a la alegría de las canciones que interpretan noche a noche los mejores exponentes de nuestro folclor presididos por la mejor de las anfitrionas: Violeta Parra.
Allí no hay inhibición de ninguna especie, todo el que entra participa del espectáculo, conversa con el intérprete y se le puede invitar a compartir su mesa. Todos son amigos y todos cantan semejando un ambiente familiar con una muy buena dueña de casa.
Llegué un día de lluvia, era temprano y la función no empezaba. No estaba muy seguro de encontrarla allí porque pensaba que aquel lugar era sólo donde iba a cantar, creía que vivía en un departamento en el centro de Santiago, al igual que la mayoría de los artistas, en una casa llena de lujos y sobre todo ella, que ha recorrido la mayor parte de Europa y América dando a conocer nuestras canciones. Pero no fue así. Me hicieron pasar a la parte trasera de la carpa donde se encuentra una casita de adobes, más bien dicho a una pieza, sólo una, donde ella vive y que compone toda su casa.
El recibimiento que me dispensó fue el más extraño del que hasta entonces había sido objeto. Fue algo así como una especie de advertencia a posibles dudas que yo pudiera tener con respecto al lugar donde vive, y al mismo tiempo un saludo. O sea, no dejaba lugar a interpretaciones equívocas.
—Adelante —dijo—. Esta es mi casa, así vivo yo.
No sería difícil dar una descripción del lugar, pero más fácil resulta decir que basta con imaginarse una casita de campo, hecha con adobes, de techo bajo y piso de tierra. De ese suelo de conformación irregular, en que los muebles difícilmente guardan una posición nivelada. Estaba recostada en la cama porque, según me explicaba, había trabajado hasta tarde, y luego comenzaba a llegar el público y la velada se prolongaría hasta avanzadas horas de la noche. Digo que la encontré recostada en la cama, porque inmediatamente al lado de la puerta se encuentra lo que hace de dormitorio, como asimismo un poco más retirado está el comedor y también unos sillones que representan el living. Todo en una sola pieza. Sobre la cama tenía unos instrumentos musicales que eran unas guitarras pequeñas hechas con caparazón de animales y de muchas cuerdas, traídas de una reciente gira que había realizado a Bolivia, además de un cuatro venezolano. Su velador lo constituía un tronco rudimentario, y las frazadas se componían de unos chales confeccionados por ella misma. Mientras conversábamos, afinaba aquellos instrumentos y me contaba que la casa la había construido ella misma. Los adobes los había hecho con barro de su patio y el diseño era propio, así como también había dirigido la obra.
—Prefiero vivir así en vez de tener una casa de lujo, que fácilmente podría hacerlo. A usted le parecerá extraño todo esto, que viva así, sin lo que otras personas llaman comodidades. Para mí esto es comodidad, me crié en el campo y viví así largo tiempo, y jamás cambié mi modo de vida.
¿Qué mayor satisfacción puede desear una persona que dormir en una cama hecha por ella misma y vivir en una casa construida con sus propias manos? Cuando quise saber sobre su niñez, me dijo:
—No le encuentro mayor interés hablar sobre mi infancia, que fue como la de todos los niños; además mucha gente la conoce y no tiene nada de extraordinario. Éramos pobres, somos muchos hermanos y mi padre era profesor de música en un pueblito de Chillán, y también algo aficionado a la bebida. Mi primera expresión de actuación en público fue un día en que yo me di cuenta de que no había dinero para alimentarnos. Tomé mi guitarra (no tendría más de 11 años) y junto con mis hermanos menores salí a cantar al pueblo provista con una canasta. Cantamos en la calle y no recibíamos dinero, sino que alimentos y frutas. Pasamos gran parte del día fuera del hogar, y ya tarde volvimos con la canasta llena de comida para nuestra casa. Mi madre estaba muy preocupada y nos esperaba intranquila. Cuando llegamos y le narré lo que habíamos hecho, nos abrazó y lloró inconsolablemente, y posteriormente me dio un gran sermón. No salí nunca más a cantar a la calle y mucho menos a pedir comida.
Luego nos trasladamos a Temuco, a un pueblo al interior de la provincia. Aquel viaje que realizamos en tren tiene un amargo recuerdo para mí. Durante el trayecto me sobrevino una espantosa enfermedad que no era otra que la temida viruela, la que me contagié en el coche en que viajábamos. Llegamos con grandes esfuerzos al pueblo al que mi padre fue trasladado y pasé muchos días en cama, al borde de la muerte. Realmente no sé cómo me salvé.
Su rostro guarda hoy las huellas de aquella terrible enfermedad.
—En aquella provincia pasé los mejores días de mi vida y aprendí lo que es la alegría y sufrimiento. En realidad, no creo que haya más cosas de importancia en mi niñez que recordar, salvo lo principal, que fue el gusto por la música chilena que empecé a practicar en esa temprana edad.
Quiero que ponga en lo que va a escribir —dijo—, todo lo que ve, lo que se hace en esta carpa y lo que presencia la gente que aquí viene. No escriba cosas hermosas acerca de mí ni aquellas que puedan ser apreciaciones subjetivas, así como también narre exactamente el modo de vida, y que su interpretación quede a cargo de aquel que me visita y el que me conoce. Deseo que lleguen a esta carpa y se den cuenta personalmente de lo que aquí se realiza y cómo se canta el verdadero folclor. Ojalá que por medio de esta entrevista se invite a todos a visitarme y decirles que vengan a cantar junto a mí, no tengo plata para gastar en propaganda y quiero aprovechar esta oportunidad. La mantención de la carpa y el pago de los artistas me llevan gran parte de las entradas.
Ella sola financia las giras que realiza por el país, como asimismo los artistas invitados que trae del extranjero. Últimamente la visitó un conjunto de música boliviana que actuó con gran éxito. Hay una especie de borrón o nube sobre Violeta Parra que no la deja mantenerse tranquila y completamente satisfecha, y ello es causado por la ausencia de juventud en su carpa, esa juventud formada por estudiantes que son portadores de la alegría y la felicidad de nuestra época. Ellos no van a visitarla, los que van por lo general son matrimonios y gente mayor de edad. Me comentó que francamente lamenta la indiferencia de los jóvenes por estas reuniones de música folclórica, acentuada además porque compuso para ellos una canción con gran cariño y dedicación, especialmente dirigida a los estudiantes.[1]“Me gustan los estudiantes”.
Narró sus experiencias del viaje realizado a Europa y América y de las atenciones muy especiales que recibió en Francia. Después de largo rato de conversación, tuve que retirarme porque empezó a llegar público para esa noche, dejando atrás ese maravilloso lugar que constituye el sueño realizado de una mujer que ha dedicado íntegramente su vida a la música de nuestro pueblo, que quiso dejar en mí una cordial invitación para todos aquellos que quieren ver y escuchar cómo se canta con real dedicación nuestra música chilena.
Alfonso Molina Leiva.
↑1 | “Me gustan los estudiantes”. |
---|