Hace ya más de una década que Chile ve llegar nuevos inmigrantes. Primero latinoamericanos y luego otros/as provenientes de distintos países del mundo que vienen a trabajar y a buscar nuevas expectativas de vida. Con la apertura democrática y el discurso triunfador de una macro economía que supone estabilidad, nuestro país enfrenta una situación que, si bien no es nueva, tiene características distintas a las migraciones de épocas anteriores. El presente artículo invita a reflexionar acerca de la situación de los inmigrantes peruanos, que si bien forman parte de una comunidad creciente, han devenido por ahora en una mayoría que intenta enfrentar la vida en Chile, al mismo tiempo que construye comunidad.
Me he detenido en las renuncias y adaptaciones que reconfiguran una extranjeridad particular de una historia política y unas heridas que tienen consecuencias en la migración de hoy. Aun cuando los inmigrantes peruanos se inserten laboralmente y demuestren un ascenso socioprofesional y, en ocasiones, una instalación cómoda en Chile quedan marcados por las huellas de una extranjeridad que les imposibilita un lugar igual a los chilenos. Su interacción con la sociedad chilena viene a resignificar y sobre todo a cuestionar una identidad que perciben como un sí mismo mestizo y visible caracterizado como más moreno y menos europeo que los chilenos.
La extranjeridad es un concepto amplio que impide la atribución de un significado único. Puede ser vista como un centro, como una estructura o como una realidad. La extranjeridad inmigrante es una realidad universal, pero también particular incrustada en un ser humano específico que cuando atraviesa una frontera —de límites y clasificaciones que resguardan la nación y su soberanía—,inicia un camino marcado por el estigma de su extranjeridad. Una vez en el país de llegada, dicha extranjeridad se traduce en el temor que implica enfrentarse con lo diferente y una posible pérdida de lo que es como individuo. Situado en lo ilimitado de lo desconocido, el inmigrante busca constantemente huir (aun cuando permanezca en ciertos lugares), porque ve los distintos modos en que el mundo pierde el horizonte. Esta pérdida de referencia provocada por su extranjeridad más amplia que la pérdida es entendida como un algo que está en otra parte, es decir como separación. Pero la pérdida supera lo que se suele ver a primera vista dado que emplaza al nosotros de una extranjeridad producida al interior de la propia experiencia y, por tanto, en el encuentro con los chilenos con quienes interactúa.
Ser peruano y vivir en Chile, independientemente del estatus que se pueda adquirir es una experiencia compleja. Los legados de la Guerra del Pacífico y las persecuciones que le siguieron dejaron a los habitantes de ese país en un lugar maldito. A esto se suma el ver al peruano/a como un indio. Vale recordar que el proceso modernizador y la formación de los Estados nacionales fueron influenciados por intelectuales y políticos que promovían el positivismo europeo y el progreso como horizonte. Los europeos que llegaron en el siglo XIX —que eran inmigrantes— estaban impulsados por la política de colonización de los territorios del sur y principalmente del territorio mapuche, que buscaba una mejoría biológica que operara desde un trabajo político de constitución identitaria, expresada en la diferencia corporal entre europeo e indio. A mediados del siglo XX el progreso diferenciaba el subdesarrollo del desarrollo a la europea cuando la distinción entre civilización y barbarie latía fuerte en una ideología donde el indígena representaba el peor lado. La inmigración europea fue un aporte para el mejoramiento físico-racial que extirpaba todo elemento de incivilización y barbarismo consolidando en el chileno la imagen de un sí mismo como europeo. A esta construcción se suma la arremetida xenófoba contra los peruanos a comienzos del siglo XX (1911) durante los violentos hechos de la chilenización[1]El Tratado de Ancón en 1883 cede a la República de Chile de modo incondicional el territorio de Tarapacá, estipulando la posesión chilena de las provincias de Tacna y Arica que quedan sujetas a … Continue reading dirigida por el gobierno chileno en el norte, principalmente en Tacna, Arica y Tarapacá, zonas dominadas por Chile tras la Guerra del Guano y el Salitre (1879). Los peruanos fueron insultados, castigados, perseguidos y muchos de ellos asesinados. Había que expulsarlos del territorio chileno gracias a un régimen que generalizó el temor pintando cruces y calaveras en las casas, saqueando tiendas, violando domicilios cometiendo múltiples delitos. “Han quedado registrados en el calendario regional como las inflexiones del dolor”, señala González (2004: 20).
Esta negación desestabiliza al inmigrante peruano de sí mismo haciéndolo dudar de su persona, desvalorizándolo y ubicándolo en un lugar inferior. Para enfrentar esta vergüenza que proviene de distintos maltratos, los inmigrantes pueden acudir a la autonegación que cercena su identidad cuando corta el lazo que lo sostiene a su historia desarmando su horizonte de sentido. A esto hay se suma que el criollo latinoamericano negaba eso otro interior al identificarse con lo no autóctono, lo europeo y lo norteamericano. Esto que no quiere ser se transfiere al inmigrante visto como enemigo, debido a sus diferencias formales y culturales. Además (Balibar, 2005), la guerra y sus consecuencias sirven como alegoría que refiere a distintos debates sobre a su figura. En la guerra el enemigo se configura de un modo claro en todas las épocas donde ha estado presente. Inclusive cuando al inmigrante se le otorga la nacionalidad, permanece como un/a sospechoso. Su cuerpo da cuenta de su existencia y al cuerpo no se lo puede “sacar de encima” (Tijoux, 2008).
El cuerpo es un lugar que posibilita las relaciones con los individuos y los grupos y allí se arraiga el sentimiento de identidad provisoria “que amarra sus signos mediante el modelaje de su apariencia, de su forma, de sus formas” (Le Breton, 2009). Con él se entra al espacio de la vida, con él vivimos y trabajamos, con ese propósito lo alimentamos y educamos o lo modelamos en el marco de medidas y de un peso que lo haga conveniente, según el modo en que se le encarne el origen, la clase social y la sociedad donde se desempeña (Tijoux, 2011). También lo hacemos hablar desde sus gestos, su forma, sus marcas o sus movimientos y los usos que le damos suelen determinar la distribución de sus propiedades hasta forjarlo como “la objetivación más irrebatible del gusto de clase” (Bourdieu, 1979: 210). Pero el cuerpo también agencia la mediación con el mundo y se presenta en la vida conteniendo a un individuo que actúa buscando el cara-a-cara con el otro. En el espacio social chileno, la separación entre el inmigrante peruano y el chileno/a, muestra que lo no común que impone el punto de separación es el cuerpo, por haber sido visto y sentido como distinto. El cuerpo peruano es construido históricamente por oposición al chileno, como cuerpo extraño que se reconoce por estar alojado problemáticamente en el cuerpo de la nación chilena. Pero que puede rechazarse aun sin conocer la historia, pues su otredad ha traspasado los límites de lo que se sabe acerca de alguien al que se desprecia o se odia. (Tijoux 2011).
De tanto aceptar la certeza de la diferencia extranjera y negada, lo extranjero deviene en sí mismo un problema para el nosotros, pues las fronteras geográficamente establecidas en una época de desplazamientos constantes nos convierten en extranjeros a todos. Entonces hay que buscar a extranjeros específicos que contengan una extranjeridad que los señalice por fuera de lo extranjero común que podría ser por ejemplo, un turista o un becado universitario. Estamos frente a un cuerpo condenado, ausente de su territorio, configurado en la negación como pesadez cuya forma puesta en el espacio imposibilita borrarlo, pues siempre está en alguna parte.[2]Ello refiere a la posibilidad de verificación de domicilio y de papeles de identidad al día. Estar legal en Chile implica visibilidad, fijeza, una demostración permanente de existencia. Podríamos con Blanchot (1958) decir que el extranjero disipa toda identidad y que es una suerte de momento de disolución y de reconocimiento de esta disolución. La marca de separación que instala su presencia, asegura la búsqueda de lo semejante y construye muros para dejar del otro lado a quienes permiten el reconocimiento de la homogeneidad (Tijoux, 2011). Como señala Simmel (1984), la extranjeridad sería una oportunidad. El cuerpo tal vez la paradoja que la hace surgir como necesaria contradicción.
Estamos entrampados en la ambigüedad de lo que el cuerpo puede o no puede dar a conocer para que tenga sentido su presentación y aceptación ante quien lo juzga cuando lo observa. ¿Qué hacer ante la incertidumbre o la dureza de una mirada? El rostro como parte noble tiene la visión al centro con los ojos que soporta la mirada —chilena— que detiene a los peruanos provocándoles angustia. Probablemente deseen sacarse la cara y ocultarla (Goffman, 1970) pues se les ha caído (¿de vergüenza?) con el golpe y la fuerza de la mirada del nosotros. Cuando la mirada chilena golpea al otro/a peruano indica que el racismo niega una realidad problemática por el quiebre que ocasiona la extranjeridad que conduce al inmigrante a preguntarse eternamente por su sí mismo, por quién y por cómo es.
Pensando en concluir…
Para los chilenos ubicados territorialmente en el acá, los inmigrantes peruanos son vistos como la cara de una territorialidad que también es otra, porque ellos/as son los de allá o el revés negativo de su identidad. Así, mediante un proceso simultáneo de construcción y de rechazo, se definen y valoran los contenidos de la identidad social (Jodelet, 2005). Ocurre entonces que algunos peruanos inmigrantes no quieran ser vistos y busquen desaparecer de las escenas de interacción donde ya han sido vistos como tales. Dado que el cuerpo es el objeto de una presencia aprehendida en la instantaneidad de la obligación cotidiana o instantaneidad sin opción debido a una condición de ser otro, este inmigrante particular reporta el sufrimiento de ser objeto constante de una violencia simbólica “violencia censurada y eufemizada, es decir, desconocida y reconocida” (Bourdieu, 1980: 216-217) ejercida en la inmediatez que lo hace un ser de espectáculo. Su cuerpo inmigrante y peruano deviene portador de signos de una visibilidad lejana que apela a una interpretación, gracias a informaciones que entrega de modo no consciente, pero que termina por organizar la implementación de un orden social, “en torno a un paradigma de la exclusión del ‘otro’, tanto social como simbólico” (Balibar, 2005: 13).
De cierto modo y aunque no se vea a primera vista, el inmigrante peruano se cubre con algún disfraz que oculte su origen. El cuerpo como vemos es su marca total o tal vez, su extranjeridad. Por fuera del sentido común que hoy se teje en torno al fenómeno de la inmigración en general y de la inmigración peruana en particular, me parece necesario hurgar en las prácticas sociales del inmigrante como en sus interacciones cotidianas con los chilenos/as los elementos que no surgen de buenas a primeras respecto de lo que sienten al habitar nuestro país. Se trata de ver a estas vidas extranjeras en su extranjeridad y buscar los mejores modos de acercarse y despegarlas del sufrimiento.
Referencias bibliográficas
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Balibar, Etienne (2005): La construction du racisme, Revista Actuel Marx n° 38, Le racisme après les races, P U F.
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Blanchot, Maurice (1983): L’idylle, en Après coup. Précédé par Le ressassement éternel, París, Minuit.
Bourdieu Pierre y Jean Claude Passeron (1970): La reproducción, elementos para una teoría de la enseñanza, Barcelona, Laia.
Bourdieu, Pierre (1980): Le sens pratique, Paris, Minuit.
Brossat, Alain (1898): Le corps de l’ennemi. Hyperviolence et democratie, Paris, Ed. La Fabrique.
Goffman, Erving (1970): Ritual de la interacción, Buenos Aires, Ed. Tiempo Contemporáneo.
González Miranda, Sergio (2004): El dios cautivo. Las Ligas Patrióticas en la chilenización compulsiva de Tarapacá (1910-1922), Santiago, LOM.
Huntington, Samuel (2004): ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense,Barcelona, Paidós.
Larraín, Jorge (2001): Identidad chilena, Santiago, LOM.
Jodelet, Denise (2005): Formes et figures de l’altérité, en M. Sanchez-Mazas and L. Licata, L’Autre: regards psychosociaux, Grenoble, Presses Universitaires de Grenoble.
Le Breton, David (2009): Idéologies sensorielles su racisme en La Peau. Enjeu de société, dirigido por Andrieu, B. et al, Paris, CNRS editiones.
Le Breton, David (2009): Montre au corps, documento de trabajo, Santiago de Chile.
Memmi, Albert (1994): Le racisme, París, Gallimard.
María Emilia Tijoux.[3]Investigadora y académica de la Universidad de Chile, Doctora en Ciencias Sociales Universidad París 8. Coordinadora del Núcleo de Investigación Sociología del Cuerpo. Directora de la revista … Continue reading
↑1 | El Tratado de Ancón en 1883 cede a la República de Chile de modo incondicional el territorio de Tarapacá, estipulando la posesión chilena de las provincias de Tacna y Arica que quedan sujetas a la legislación chilena por diez años, al cabo de los cuales se realizaría un plebiscito para definir su dominio y soberanía. Ambos países intentaron asegurar estos territorios. |
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↑2 | Ello refiere a la posibilidad de verificación de domicilio y de papeles de identidad al día. Estar legal en Chile implica visibilidad, fijeza, una demostración permanente de existencia. |
↑3 | Investigadora y académica de la Universidad de Chile, Doctora en Ciencias Sociales Universidad París 8. Coordinadora del Núcleo de Investigación Sociología del Cuerpo. Directora de la revista Actuel Marx Intervenciones. |