Patrimonio cultural material – Lautaro Núñez

El hecho de que la inmensa mayoría de la población, sin notables diferencias en términos de género y edad, declare no haber visitado sitios patrimoniales (ver gráfico nº 1 ) es un fiel reflejo de una de las principales debilidades que el Estado Nacional no ha logrado superar hasta ahora. En efecto, en la misma medida que ha nacionalizado “su” patrimonio cultural a través de una legislación parcialmente obsoleta, no ha podido crear una política patrimonial uni o interministerial eficiente y moderna que, entre otros temas, sea capaz de financiar, valorar y difundir el patrimonio tangible e intangible. No se visitan los sitios, porque en las ciudades, pueblos y caseríos no se han realizado sus catastros sistemáticos y la consecuente investigación, protección, conservación y puesta en valor, con la debida participación de expertos de verdad y de la sociedad civil. Al no existir una correlación entre el proceso educacional formal y la adquisición de conocimientos patrimoniales como parte de programas específicos, los estudiantes desde niveles primarios a superiores no se han educado en estas materias y, por lo tanto, no han sido preparados para valorar sus patrimonios locales, regionales, nacionales y panamericanos. Esto explica por qué solo en escasas regiones del país se han publicado obras dirigidas a todo público para que estos sitios sean descubiertos, revelados y explicados. Tampoco se ha difundido qué se podría hacer y no hacer para que desde el mundo privado y estatal, la sociedad toda, debidamente capacitada, pudiera empoderarse, vincularse, asociarse e, incluso, administrar aquellos sitios patrimoniales que marcan sus propias identidades. Escasamente, en el Día del Patrimonio, se visitan viejos edificios con un sentido de curiosidad cercano al asombro, como que introducirse en un palacio sería el acto más educativo, no entendiéndose que el patrimonio material es mucho más que eso… Este desconocimiento refleja muchas veces el criterio elitista elegido durante los pocos momentos en que se establece este acercamiento entre patrimonio y sociedad. Enseñar que las residencias de los obreros del carbón y del salitre son también parte sustancial del patrimonio no es otra cosa que enfatizar una íntima relación entre patrimonio, democracia y esa sentida necesidad de que la materialidad observada nos enseña porfiadamente que ningún estamento social debe quedar al margen a la hora de la valoración del patrimonio identitario.

Uno de los problemas mayores que existen en este alejamiento de las obras patrimoniales tangibles es que poco se ha enseñado de una manera didáctica y efectiva sobre lo que debemos hacer para aproximarnos a los cuatro ejes que constituyen el patrimonio material en un territorio que llamamos Chile. Primero, el universo prehispánico que durante doce mil años expandió desde los Andes al Pacífico una multitud de seres y obras apenas conocidas, porque no eran consideradas relevantes por los antiguos historiadores conservadores. Los testimonios arqueológicos y antropológicos localizados en todas las regiones del país es una caja de Pandora aún no abierta y que merece, por su delicada conservación, una valoración urgente para que se sepa bien cuánto le debemos a los verdaderos pioneros que, como pueblos originarios, nos supieron entregar, y todavía lo hacen, un país doméstico y productivo que fuera construido por ellos inicialmente desde el desierto hasta el fin del mundo.

El segundo eje es todo lo que desconocemos de la herencia material del universo colonial indígena e hispánico. ¿Cuántas obras y objetos del mundo indígena subordinado al régimen europeo aún desconocemos? Y del estamento colonizador, no solo deberíamos conocer sus iglesias que se restauran en el medio de un debate o las fortalezas y los pocos edificios civiles que aún se mantienen, sino también sus molinos, sus embarcaciones naufragadas, fundiciones, lagares, puertos, laboríos mineros, vestigios de sus asentamientos y residuos, sus implementos de trabajo, sus viejos trazados de dameros que permanecen subyacentes al margen de la tan necesaria arqueología histórica.

El tercer eje es aquel del siglo XIX, en donde la materialidad se preserva entre los sitios tradicionales y aquellos que surgen de la modernidad, con las influencias europeas que se interdigitan y dominan sobre los asentamientos, las arquitecturas y los modos de vida derivados de la colonia. Estamos hablando de todo lo que desconocemos sobre la cultura y la materialidad del mundo rural, de las ciudades y puertos emergentes y, sobre todo, de los innovadores procesos industriales que no solamente generaron formas y tecnologías patrimoniales, sino que ampararon el surgimiento de nuevos estamentos sociales, culturales y económicos. ¿Cómo enseñaremos los valores que contienen las miradas e intereses de las élites y de aquellas sociedades subordinadas que también nos dejaron como herencia materialidades que desconocemos mucho más?

En cuarto lugar, está el patrimonio que se contextualiza entre la modernidad y la globalización y en cómo surgen materialidades a través de nuestros procesos contemporáneos, insertos en nuevos modelos de vida y de los que, por estar tan cerca de nosotros, nos cuesta mucho más identificar qué es y será patrimonio en términos del presente y futuro.

Entendiendo estas carencias en estos cuatro ejes y considerando el acto de no asistir ni comprender qué hacen allí todos estos sitios patrimoniales, nos preguntamos quién y cómo formará las nuevas generaciones para hacer suyos los actos sublimes o domésticos que acogieron estos sitios a su debido tiempo. No basta el texto panfletario. Necesitamos saber en profundidad qué sucedió en ellos y para qué sirvió todo ese esfuerzo. De lo contrario, la ignorancia será aliada de la destrucción y de allí al reconocimiento superficial y vago habrá un paso muy corto, destinado a la pérdida de la memoria material del país. Efectivamente, este no acercamiento a la comprensión inteligente de las herencias que nos dejaron nuestros antepasados podría generar una peligrosa idea que guarda relación con el no reconocimiento de la continuidad cultural, sin la cual todo cambio innovador sería vano. Dicho de otra manera, si no reconocemos cada uno de los eslabones materiales, donde nuestros antecesores debieron enfrentarse a desafíos tan grandes como los actuales, nosotros mismos hoy podríamos pensar erradamente que solo a partir de nuestras experiencias el país será posible. Porque a través del encarnamiento del patrimonio podremos percibirnos por medio de un proceso culturalmente compartido, hecho paso a paso, generación tras generación. Estas obras uno las puede tocar y observar con respeto y admiración, porque quien las hizo y las usó, al igual que nosotros, tenía una visión futura del país, porque habían decidido que este era el único territorio posible y que valía la pena que sus vidas trascendieran a través de sus obras, tanto magníficas como discretas, cada cual de acuerdo con su capacidad. Y aquí quedaron como señal inequívoca de una herencia patrimonial que se acoge y valora por toda la sociedad. No es necesario que una antigua fábrica, un viejo poblado, las residencias mapuches, los palacios y casas solariegas, sean rotulados como bienes materiales, porque en cada caso acogieron actos plenos de intangibilidad, de ese espíritu capaz de sustentar el ethos de toda la sociedad, siempre diversa y multicultural. Definitivamente, es grave que el 90% de los chilenos declaren no haber visitado sitios patrimoniales en el último tiempo.

Se suma a lo anterior el hecho de que los grupos socioeconómicos más bajos sean los que menos se acercan a los sitios patrimoniales. Nos queda claro que la carencia de educación patrimonial, la escasa promoción del turismo cultural interno, la nula vinculación entre la sociedad civil y los sitios patrimoniales y la ausencia de una institución patrimonial en cada región, no han logrado masificar el acercamiento de todos los grupos sociales hacia los bienes patrimoniales, porque incluso en el nivel más alto solo un 27% de la población ha visitado sitios de esta naturaleza (ver gráfico nº 2 ). Lo grave es que aquellos que llegaron a los sitios en contadas ocasiones no siempre encontraron una adecuada información, guías eficientes, musealización acertada, materiales textuales y gráficos pertinentes, ni a sus vecinos asociados e involucrados con la gestión patrimonial a nivel local. Aunque no estoy seguro si bajo sitios patrimoniales se consideró también a los museos del país, nos interesaría conocer cuáles son las estadísticas en términos de asistencia en aquellos vinculados directamente con el patrimonio cultural a lo largo de todo el país.

Quisiéramos conocer claramente cuántos son aquellos que, dependiendo de las iniciativas privadas, estatales (Dibam), universitarias, municipales, religiosas, de Fuerzas Armadas, entre otros, están cumpliendo roles importantes en términos de registro, investigación, protección, rescate, conservación, difusión educativa y turística, con una adecuada integración de los medios sociales urbanos, rurales y étnicos que nos permitan evaluar en conjunto el mejor acercamiento hacia el patrimonio material. Se advierte que no existen coordinaciones inteligentes entre sí y que, fuera de toda duda, los museos del Estado no son suficientes para emprender una innovadora política museológica que responda a las actuales necesidades del país y, principalmente, a las expectativas regionales en términos de carencia de fondos, de infraestructura, de formación de expertos y de aplicación de innovaciones. En verdad, esperamos que todos los museos que acrediten una mínima idoneidad, vengan de donde vengan, sean perfeccionados para que sean “descubiertos” por todos los estamentos sociales. Es el tiempo de reflexionar acerca de que la nacionalización del patrimonio cultural puede alcanzar un límite evidente que tiene que ver con la esperada descentralización de la valoración patrimonial, levantándolo en todas las regiones a través de un nuevo trato entre el Estado y la iniciativa privada, con especial énfasis en establecer arreglos con corporaciones culturales, organizaciones sociales y, sobre todo, con el mundo universitario y su apertura a lo largo del país a la formación de cuadros científico-técnicos vinculados con la cuestión patrimonial.

Llama la atención en el gráfico (ver gráfico nº 3 ) de distribución de la asistencia por regiones una relativa predominancia de Valparaíso a raíz de la multiplicación de su imagen patrimonial durante el proceso de la creación de su rango de Patrimonio de la Humanidad, lo cual significaría que mientras más proyectos de valoración patrimonial existan en las diversas regiones, es muy posible que las columnas puedan nivelarse, en el supuesto de que una innovadora política patrimonial priorice en todas las regiones proyectos emblemáticos, aprobados por expertos y por las comunidades locales.

Es interesante el porcentaje de la Región Metropolitana, en donde más impacto han tenido las visitas durante el Día del Patrimonio, y la alta concentración de publicaciones, museos y actividades académicas que reflejan el síndrome de la centralización en relación con las regiones del país. Otro aspecto importante es la asistencia constatada hacia el norte, donde claramente el patrimonio material en la visibilidad del ambiente desértico y sustentado en la complejidad de sus procesos arqueológicos, antropológicos e históricos, ha dado cuenta de su mayor trascendencia: el mundo de la sociedad andina, los asentamientos coloniales y sus antecesores, los museos arqueológicos, el patrimonio minero extractivo y la arquitectura patrimonial decimonónica son, entre otros, focos atractivos suficientemente conocidos. Sin embargo, hacia el centro y el sur las columnas tienden a ser bajas, y no es que aquí haya una disminución del potencial patrimonial, sobre todo cuando el mundo rural y étnico alcanza una distribución y potencial cultural de extraordinaria importancia. De tal modo que hay aquí un enorme desafío por revelar y valorar el patrimonio de varias regiones absolutamente identitarias del país y que comparten procesos socioculturales comunes. La excepción está dada en Magallanes donde, análogamente al norte del país, ha surgido desde hace tiempo un movimiento social, intelectual y universitario que ha logrado conformar nociones de identidad y pertenencia, para lo cual se han sustentado en los valores dejados por todos sus estamentos sociales, de tal manera que el acercamiento a la materialidad heredada por sus antepasados es un hecho distintivamente plural.

Con respecto a la infraestructura patrimonial, definitivamente esta estadística no nos parece representativa, y por cierto que el número de Monumentos Nacionales en Santiago y en Valparaíso responde a los excesos del centralismo, como si estos solo aquí reflejaran las máximas urgencias, y sean más frecuentes solo por su cercanía con el Consejo de Monumentos Nacionales (CMN). Lo que ocurre es que no ha sido labor del Estado, por carecer de una institución adecuada, identificar a lo largo de todo el país cuáles son aquellos sitios o áreas que a través de una normativa científico-técnica, suficientemente moderna (que no afecte a los propietarios del patrimonio), pueda lograr una debida protección. Como se sabe, el CMN debe evaluar las solicitudes de creación de Monumentos Nacionales presentadas por instituciones o personas externas al Consejo. En consecuencia, el número de monumentos deriva de situaciones proteccionistas de corte circunstancial, coyuntural y oportunista, esto es, no refleja en esencia la cantidad de sitios que ameritan ser Monumentos Nacionales y que por razones de procedimientos anquilosados no se han involucrado en iniciativas de esta naturaleza. Al descartar los sitios arqueológicos prehispánicos que son Monumentos Nacionales per se —aunque la mayoría de ellos se encuentran abandonados o no identificados y su cifra total es imposible de precisar—, aquellos que no pertenecen a esta categoría son muchísimos más, tal como se demuestra en las regiones de Tarapacá y Antofagasta, en las que solo las ruinas salitreras deberían alcanzar a un número cercano a los trescientos Monumentos Nacionales. De allí que la curva de crecimiento es relativa y debe evaluarse en relación con el juicio anterior. Por otra parte, el Estado Nacional, por el hecho de nacionalizar el patrimonio, debería consecuentemente establecer de una sola vez o de un modo permanente, cuáles son los Monumentos Nacionales, las Zonas Típicas y los Santuarios de la Naturaleza, para tener absoluta claridad en dónde el territorio se puede intervenir y dónde no. Un país que aspira a establecer vínculos razonables entre cultura y economía necesita situarse en un modelo de desarrollo sostenido y sustentable, marcando claramente a lo largo de su territorio cuáles son sus reservas patrimoniales que permitan facilitar las inversiones y promover los desarrollos regionales desde un aparato estatal, suficientemente culto, que permita regular con fondos adecuados, internos y externos, además de normas modernas, el manejo del patrimonio cultural y natural. Se trata de adelantarse a las intervenciones a partir de un riguroso mapa patrimonial hasta ahora no realizado. Definitivamente, el número de Monumentos Nacionales no representa la frecuencia y potencialidad de aquellos que aún no han sido nominados y que, por lo tanto, están desprotegidos en un país donde el daño suele llegar primero y la protección después.

Con respecto a la difusión del patrimonio cultural, se advierte un importante incremento de asistencia en la Región Metropolitana, lo cual es consecuente con la mayor popularidad que ha logrado este acercamiento a través del correcto incremento mediático.

En cuanto a la artesanía, no alcanzo a entender por qué existe una caída en la demanda en la asistencia a las ferias (ver gráfico nº 4 ), en comparación con el incremento y fortalecimiento de las organizaciones de artesanos que han logrado desde el mundo urbano, rural y étnico una notable y creciente capacidad organizativa y productiva. Con respecto a su origen, la importancia de las ferias es fundamental y merecen ser normadas y estimuladas debidamente, porque conllevan al incremento de la calidad de vida de agrupaciones de rango medio e inferior, en cuanto los regalos identitarios de estos tres ejes que sustentan la creatividad artesanal estarán claramente
in crescendo.

Por todo lo anterior, las estadísticas comentadas nos conducen a aceptar que hay problemas críticos en el manejo y gestión del patrimonio cultural material y es indispensable instaurar un genuino liderazgo que permita una integración radical y armónica de todas las acciones, tanto estatales como privadas, con el fin de optimizar y revertir las estadísticas aquí planteadas.

Todos los gráficos a continuación están basados en Segunda Encuesta Nacional de Participación y Consumo Cultural, 2009.

 

Gráfico nº 1 Asistencia a sitios patrimoniales según sexo

 

Gráfico nº 2 Asistencia a sitios patrimoniales según rango de edad

 

Gráfico nº 3 Porcentaje de asistencia a sitios patrimoniales por región

 

Gráfico nº 4 Porcentaje de asistencia a ferias artesanales. Comparación 2005-2009

 

 

Lautaro Núñez.[1]Profesor e investigador de la Universidad Católica del Norte, miembro del Directorio del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Premio Nacional de Historia.

References
1 Profesor e investigador de la Universidad Católica del Norte, miembro del Directorio del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Premio Nacional de Historia.