Las investigaciones arqueológicas en Aysén enfrentan varias dificultades, y la más importante de ellas es quizás la obligación de lidiar con evidencias ambiguas y muy escasas. Esta misma situación es en sí un hermoso desafío, puesto que los pocos estudios desarrollados en la zona no contradicen lo que ya conocemos en Magallanes o la Patagonia argentina. El principal aporte de la arqueología de Aysén es precisamente forzarnos a desarrollar métodos para conocer más acerca de conductas humanas pasadas que dejaron poca huella, tales como la ocupación del bosque o los eventuales contactos entre grupos canoeros y cazadores recolectores del interior.
La arqueología de Aysén es importante, no por recientes hallazgos espectaculares, sino porque confronta uno de los principales problemas de la arqueología —de hecho, de toda ciencia— en cualquier lugar: la interpretación de evidencias escasas y raras. A menudo, podemos engañarnos o “hacernos los tontos” como si este tipo de evidencia no existiera y escondernos detrás de “grandes números”, “patrones comunes” y cuestiones de este tipo. Existen situaciones, sin embargo, en las cuales esta actitud no puede ser adoptada: sucede en el caso de fenómenos accidentales únicos que pueden cambiar el curso de la historia, como el Big Bang, el impacto extraterrestre que puso fin a la era de los dinosaurios o los “islotes de ramas” flotantes que quizás trajeron a los primates a Sudamérica.
No hace mucho, pensábamos que estos fenómenos estaban fuera del escrutinio científico, pero existen ocasiones en que es inevitable enfrentarlos directamente: esto sucede en el caso de Aysén y la arqueología de lo “marginal”, o en las regiones de baja densidad. En general, si solo nos enfocamos en evidencia densa y restos abundantes, nunca entenderemos fenómenos como la ocupación humana de los límites de la aecoumene humana (“espacio potencialmente habitable”), a menudo pequeñas incursiones y efímeras estadías, pero interesantes precisamente por esto: por referirse a un extremo de la variabilidad humana y, además, rara vez vistas.
Aysén tiene las pistas para el entendimiento de uno de estos fenómenos, únicos y raros, aunque todos muy importantes, pero aquí los arqueólogos deben lidiar con evidencias escurridizas y, por lo tanto, con el problema de interpretarlas.
Más que en cualquier otra parte del mundo, el arqueólogo de Aysén conjuga muchas dificultades: la efímera y baja densidad que queda de la ocupación humana en los bordes, la baja visibilidad debido a la densa cubierta vegetal, la alta dinámica posdepositacional a causa de erupciones volcánicas, incendios forestales y otros, la falta de controles de referencia provistos por sociedades nativas existentes o archivos históricos. En esta situación, esperaríamos al menos el complemento o contraste de perspectivas de varias investigaciones o una tradición investigativa, pero en cambio debemos agregar el problema de una investigación muy limitada.
Una de las preguntas fascinantes que no puede enfrentarse en ninguna otra región de la Patagonia salvo en Aysén (donde los extensos campos de hielo continental hacia el sur representan una formidable barrera, mientras que más al sur la estepa incluso llega al mar) es si los pueblos canoeros (cazadores y recolectores marítimos) y los del interior tuvieron algún contacto e intercambio a través de las montañas boscosas. Aunque esto es teóricamente probable, la evidencia empírica es muy escasa y polémica. Puesto que la ciencia se basa, precisamente, en pruebas empíricas de hipótesis que en teoría son probables, es casi imposible saber con seguridad si estos contactos ocurrieron o no. Se ha dicho que la lluvia no favoreció la preservación de restos arqueológicos, que la cubierta vegetacional hace su descubrimiento muy difícil, que esas huellas han sido destruidas por las quemas o sepultadas por erupciones volcánicas u otra clase de perturbaciones y que se ha investigado demasiado poco como para descartar incluso la posibilidad de que este contacto fuera extenso y frecuente. Es perturbador tener que aceptar que tal vez quienes piensan así tengan razón, a pesar de que los hallazgos son casi nulos. “Casi” es la palabra clave, puesto que hallazgos muy raros pueden ser muy sugerentes. Un minúsculo fragmento de concha, por ejemplo, ha sido encontrado en cada sitio excavado, pero no sabemos qué significa o si viene de los océanos Pacífico o Atlántico (por supuesto, cada caso puede ser diferente). Lo que es incluso más perturbador es que algunos trozos de información tal vez se hayan perdido. Hay razones para sospechar, por ejemplo, que una vértebra de pescado fue recuperada en la excavación en el Alero El Toro en 1999. A pesar de estar mencionado en el diario de campo, ningún rastro ha sido encontrado en las colecciones, y esta situación puede reflejar un error en las notas de campo o la pérdida de la pieza. Pero en condiciones normales, una sola pieza no debería alterar una afirmación científica y el solo hecho de que ello pueda suceder en la arqueología de Aysén es preocupante.
Esto nos advierte también sobre la importancia de ser extremadamente rigurosos, dado que una sola, una única pieza de evidencia que sea encontrada por pura suerte por un no especialista, podría alterar todas las interpretaciones. La permanente sensación de estar jugando alrededor de los márgenes de la epistemología afecta todo lo que podemos hacer y si queremos creer que los primeros habitantes de Aysén llegaron a través de los bosques pero aún no hemos encontrado sus rastros, solo podemos decir “tal vez…”.
Francisco Mena[1]Ph.D. Arqueólogo, investigador y coordinador Prehistoria y Patrimonio CIEP, Coyhaique.
↑1 | Ph.D. Arqueólogo, investigador y coordinador Prehistoria y Patrimonio CIEP, Coyhaique. |
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