Fenómeno cultural: problemáticas, definiciones y otros aspectos sobre la medición de la cultura
Definir los parámetros de “lo cultural” ha sido el gran desafío para la construcción de indicadores que permitan medir de manera multidimensional el impacto de la Cultura en el Desarrollo. Es por ello, que, ante una compleja labor en constante evaluación y reconstrucción, se ha adoptado la definición de UNESCO:
La cultura debe ser considerada el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social, y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias (UNESCO, 2009, p. 9).
De esta definición se desprende que el sector de la cultura, las artes y el patrimonio es amplio, diverso y complejo en sus límites. Aquello, lo vuelve difícil de categorizar, puesto que comprende aspectos variados que pueden ir desde una práctica individual, a un espectáculo o una acción colectiva, hasta bienes materiales e inmateriales.
Desde ahí se puede comprender el sector cultural, artístico y patrimonial como un verdadero ecosistema, en el que participan actores de distinta naturaleza —creadores y creadoras, cultoras y cultores, agrupaciones artísticas y patrimoniales, agentes culturales públicos y privados; entidades intermediarias, comunidades y públicos, espacios, prácticas, ciudadanía, visitantes—, cuya “(…) interacción se sustenta en prácticas y hábitos culturales y se expresa en la generación y circulación de creaciones artísticas, experiencias creativas y conocimientos, además de la integración de contenidos simbólicos y herencias culturales que fortalecen la cohesión” (Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, 2021a, p. 24).[1]Hay autores, como Rowan que critican el concepto de ecosistema cultural dado que, aunque permite comprender con mayor profundidad el sector, pues hace visibles a muchos más agentes y prácticas que … Continue reading
Los agentes culturales, artísticos y patrimoniales
Como se señaló, en el sector cultural, artístico y patrimonial intervienen distintos actores o agentes culturales, entendidos como toda persona (natural o jurídica) o grupo que realiza labores relacionadas con la cultura, las artes y el patrimonio, siendo, entonces, quienes posibilitan el desarrollo de la actividad cultural, artística o patrimonial, en los distintos dominios culturales.
Desde la mirada económica se busca representar a los agentes culturales con una visión más centrada en el valor agregado, la producción de conocimiento/valor simbólico y el impacto de esta área en la economía de un país (aporte al PIB), para lo cual es necesario detallar y explicitar quiénes son, qué producen y en qué etapa de la cadena productiva se encuentran.
Sin embargo, esta puede ser una idea muy acotada de lo que significa un agente cultural, ya que su accionar puede también desarrollarse fuera del marco de la economía, en muchos casos enfocado en el desarrollo sociocultural de las personas y las comunidades. Esto es relevante dado que el mercado laboral en cultura se caracteriza por sus altas tasas de informalidad,[2]La OIT establece que la informalidad “Incluye todo trabajo remunerado (p.ej. tanto autoempleo como empleo asalariado) que no está registrado, regulado o protegido por marcos legales o normativos, … Continue reading como lo indican distintos estudios,[3]Existen distintas mediciones que indican esta realidad, por ejemplo, el Catastro de Estado de Situación de los Agentes, Centros y Organizaciones Culturales COVID-19, elaborado por el Ministerio de … Continue reading por lo que esta dimensión resulta compleja de medir e identificar.
Como se puede observar, el concepto de agente cultural es amplio e inclusivo, con la finalidad de abarcar a la totalidad de actores que puedan ser denominados como culturales, artísticos y patrimoniales, a todos quienes hacen posible el ciclo cultural, ya sean personas naturales o jurídicas, o que sus actividades se realicen en la formalidad o en la informalidad. Y, desde esa perspectiva, resulta evidente que la relevancia de los agentes excede el rol operativo que juegan en las fases del ciclo cultural, ya que tienen un impacto social y económico en la comunidad y el territorio donde operan.
Desde un punto de vista operacional, se definirán las siguientes categorías para situar el actuar de quienes intervienen como agentes culturales en sus contextos económicos y sociales:
- Hecho cultural: responde a la pregunta ¿cuál?, referida a la acción, evento, práctica, expresión o manifestación que se realiza en el campo de la cultura.
- Objeto cultural: responde a la pregunta ¿qué? del hecho cultural, correspondiendo a los bienes y/o servicios que el agente cultural crea, produce, interpreta, difunde, media, comercializa, promueve, restaura, etc.
- Operación: responde a la pregunta ¿para qué? del hecho cultural, correspondiendo a las posibles acciones sobre el objeto cultural para ofertar, usar, acumular, transmitir, difundir, etc.
Además, ellos pueden cumplir distintas funciones (Martinell, 2000), tres de las cuales destacamos:
- Los agentes culturales son una plataforma para fomentar la auto-organización de servicios, así como también para la organización de la iniciativa privada y mercantil, a partir del establecimiento de organizaciones propias.
- Los agentes culturales ejercen una función prospectiva al descubrir y evidenciar nuevas necesidades o problemáticas de la sociedad y despertar una preocupación en los estamentos oficiales por estos temas.
- Los agentes culturales son actores imprescindibles para dinamizar y garantizar el derecho a participar en la vida cultural en democracia.
Estos actores se pueden categorizar a grandes rasgos en: Agentes públicos (servicios del Estado, gobiernos regionales, gobiernos comunales), Agentes privados (empresas, asociaciones privadas, profesionales, artistas, cultores y cultoras e industrias culturales) y Agentes del tercer sector (fundaciones, asociaciones, ONG, organizaciones comunitarias y agrupaciones varias) (INE, 2019, p. 9).
La existencia de una variada red de agentes culturales está relacionada directamente con el desarrollo social, cultural y económico de una comunidad, por lo que tendrá una configuración distinta dependiendo de las características del lugar donde estos agentes operan. Estos, a su vez, pueden ir modificando su comportamiento y condición, lo que implica que “los agentes son una variable dinámica del territorio que van cambiando y evolucionando a lo largo del tiempo de acuerdo con las condiciones de desarrollo y su distribución territorial” (Martinell, 2000, pág. 1).
Ahora bien, para que los agentes culturales puedan desarrollar toda su potencialidad, necesitan reconocerse mutuamente, entender su complementariedad y planificar su acción; requieren organizarse para poder constituirse como interlocutores ante quienes toman las decisiones (Martinell, 2000). Y para que esto ocurra, la información resulta de primera necesidad.
Así, identificar a los agentes culturales, artísticos y patrimoniales permite dimensionar lo que ocurre en el sector: quién interviene y cómo, qué crean o producen, en qué espacio, cómo se organizan, su aporte al territorio, y otras interrogantes de interés para los propios actores en juego, la ciudadanía y el Estado. De esta manera, a partir de la información se podrán elaborar políticas sociales y medir el impacto económico y social del sector cultural.
Ciudadanía y participación cultural
Como parte de este mapa de actores que intervienen en un hecho cultural se encuentra la ciudadanía, quienes participan de las prácticas culturales. El concepto de participación cultural ha sido materia de bastante discusión teórica y metodológica, aunque, en términos generales, puede definirse en función del derecho que tiene toda persona a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten, como lo establece el Artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Conocer lo que sucede con quienes participan en actividades culturales, artísticas o patrimoniales resulta indispensable para los agentes culturales, ya que constituyen el eje central de su quehacer: “Hoy se reconoce cada vez más que los públicos forman parte del hecho artístico y que su presencia depende de una gran diversidad de factores que es necesario identificar y explorar, a fin de poder establecer políticas culturales y estrategias de gestión contemporáneas que los pongan en el centro” (Jiménez, 2011).
Al igual que con los agentes, también es posible ir incorporando categorías para diferenciar a los sujetos de la participación cultural. Estos van desde los públicos, audiencias, comunidades culturales, comunidades cultoras, personas consumidoras de obras o productos culturales, hasta quienes practican las artes de manera no profesional, entre otras figuras que pueden adquirir. A su vez, se observa que, desde los más especializados hasta la ciudadanía en general, pueden ir evolucionando hacia otras formas mixtas o asociativas, hasta convertirse también en agentes culturales (Martinell, 2000, p. 20).
La masificación de nuevas tecnologías y plataformas digitales ha impactado en los hábitos de los públicos, lo que se vio agudizado por la crisis sanitaria. En este sentido, el concepto audiencias ha comenzado a usarse para identificar a quienes realizan consumos culturales no presenciales a través de medios o plataformas. Además de la virtualidad de sus prácticas, las audiencias digitales se caracterizan por la masividad, la multiplicidad de intereses, la inclinación por experiencias personalizadas, la volatilidad de preferencias, la búsqueda de interacción, la participación en conversaciones globales y el acceso omnicanal y asincrónico a los contenidos (López, 2020 en Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, 2021a).
La dimensión colectiva de la participación cultural toma la forma de comunidades culturales, “formadas por personas que comparten determinados intereses culturales y se agrupan para satisfacerlos en un modelo de cultura común en el que hay una hibridación continua de roles. Usualmente se constituyen a partir de los públicos asiduos de un proyecto o espacio cultural” (Colomer, 2019 en Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, 2021a), como teatros, museos o bibliotecas, transitando desde un rol pasivo a un mayor compromiso y a una participación activa. Las comunidades de públicos y los agentes culturales generan una relación virtuosa en la que se potencian mutuamente y, en conjunto, al territorio.
En contraste, estas comunidades también pueden actuar como comunidades digitales o virtuales, sin ancla territorial. Sus integrantes se sienten parte de una totalidad social más amplia facilitada por el ecosistema digital. Tienen una variedad de intereses —compartir experiencias, establecer relaciones sociales— y facilitan el intercambio de conocimientos específicos sobre determinados temas y el acceso a información segmentada (Colomer, 2019 en Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, 2021a).
Desde el punto de vista metodológico, existen distintas maneras de aproximarse a la participación cultural. El presente documento contiene tanto información de registros administrativos como de encuestas, lo que no resulta comparable, aunque sí complementario, para dimensionar el fenómeno.
El entorno digital
Hace ya más de una década, la UNESCO señalaba en su Marco de Estadísticas Culturales que la tecnología digital cambió drásticamente las formas de producir y difundir las producciones culturales (UNESCO, 2009, p. 12).
Años después, Güell y Peters “advertían el potencial del entorno digital y su aún escaso abordaje como configurador de ‘un nuevo espacio de circulación de bienes simbólicos’ (2012, p. 16), decían algo que visto desde hoy parece evidente, pero que parecía imposible de anticipar en la magnitud que ha adquirido” (Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, 2020, p. 215).
El aumento de la conexión digital, así como el explosivo crecimiento del uso de los teléfonos inteligentes y otros soportes, han cambiado decisivamente la fisonomía de la participación cultural (Igarza, 2010). Esta realidad se ha acelerado debido a la situación de aislamiento social consecuencia de las medidas impuestas para enfrentar la crisis sanitaria de los últimos dos años, que produjeron lo que podría llamarse una “cuarentena cultural” con restricciones en el desarrollo de iniciativas presenciales y la expansión de la oferta no presencial (Gainza, Grass, Krause, Ortiz, Rubio, 2020, p. 12).
Resulta complejo entregar una definición única de lo que se entiende por cultura digital, pero se puede comprender como “la manera en que el ecosistema cultural tradicional se ha visto trastocado hasta sus cimientos por los efectos de esas mismas tecnologías y avances científicos en la creación artística, la distribución y el consumo cultural. La “cultura tradicional se organiza en una cadena de valor lineal, que configura un espacio articulado entre quienes producen cultura expresada en obras de arte, las plataformas y espacios donde esos bienes circulan, desde las radios, medios de comunicación y redes sociales, hasta museos y teatros, para llegar finalmente a la recepción, es decir, al público que se nutre de esas expresiones” (Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, 2021b, p. 10).
Si bien las nuevas tecnologías han facilitado el acceso a la cultura, este proceso no ha sido homogéneo, pues diversas mediciones revelan una notoria desigualdad que limita la participación a parte de la población. Una brecha relevante es la que refiere a las formas de conexión, “atributo importante de investigar toda vez que incide en los usos que las personas y comunidades puedan darle al entorno digital, en especial a aquellos que en sentido estricto se entienden como culturales” (Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, 2020, p. 216). En este sentido, por ejemplo, el acceso por medio de teléfonos inteligentes con internet móvil permite un uso más limitado, en contraste con aplicaciones capaces de reproducir un video interactivo en 3D, que requiere para su correcto funcionamiento un ancho de banda ostensiblemente mayor que el necesario para funciones de información básica, educación, capacitación, tecnologías de salud, etc. (Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, 2020, p. 216).
Así, el entorno digital se ha vuelto un ámbito crítico de estudio en el que es necesario observar las dinámicas de uso e identificar brechas de acceso como la mencionada, u otras, como la cobertura territorial, el nivel socioeconómico, el nivel educacional y la instalación de capacidades para que las personas puedan participar de manera igualitaria (Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, 2020, p. 215).
Bibliografía
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Gainza, C., Grass, M., Krause, M., Ortiz, J., y Rubio, R. (2020). Aportes de las Ciencias Sociales, Humanidades y Artes en el contexto socio-sanitario actual en Chile. Resumen para tomadoras y tomadores de decisión. Santiago de Chile: Instituto Milenio para la Investigación en Depresión y Personalidad – MIDAP. Recuperado desde: https://issuu.com/carolinagainza/docs/aportes_de_las_ciencias_sociales_humanidades_y_ar
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Rowan, J. (2017). Una economía cultural de la cultura. Periférica Internacional. Revista Para el análisis de la Cultura y el Territorio, (17), 93-102. https://doi.org/10.25267/Periferica.2016.i17.08
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Universidad Diego Portales y Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (2021). Glosario de cultura digital. Recuperado desde https://www.cultura.gob.cl/culturadigital/glosario/
↑1 | Hay autores, como Rowan que critican el concepto de ecosistema cultural dado que, aunque permite comprender con mayor profundidad el sector, pues hace visibles a muchos más agentes y prácticas que las representadas por las industrias culturales o por los sectores tradicionales, remite a un orden natural que tiende al equilibrio, ocultando las relaciones de poder (Rowan, 2017). |
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↑2 | La OIT establece que la informalidad “Incluye todo trabajo remunerado (p.ej. tanto autoempleo como empleo asalariado) que no está registrado, regulado o protegido por marcos legales o normativos, así como también trabajo no remunerado llevado a cabo en una empresa generadora de ingresos. Los trabajadores informales no cuentan con contratos de empleo seguros, prestaciones laborales, protección social o representación de los trabajadores.” (OIT, 2019). |
↑3 | Existen distintas mediciones que indican esta realidad, por ejemplo, el Catastro de Estado de Situación de los Agentes, Centros y Organizaciones Culturales COVID-19, elaborado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio en 2020. |